martes, 24 de septiembre de 2019

LA PRESENTE EDICIÓN ESTARÁ VIGENTE DEL 25 AL 30 DE SETIEMBRE

En esta nuestra 28 edición vamos a dar respuesta a cinco preguntas que nos fueron planteadas por nuestros amigos y amigas lectores. Y que nuestro biblista y teólogo cibernético va a tratar de responder gracias a su contante espíritu de investigación.
Es muy importante tener claro que lo más importante cuando leemos la Biblia es estar seguros de que hemos comprendido todo el significado de las palabras y sobre todos de algunos conceptos relacionados con la época en que se realizaron los hechos. También nos surgen interrogantes sobre temas no bíblicos. Así es que comenzamos con nuestro encuentro de esta semana. Las preguntas planteadas para esta semana y sus respectivas respuestas son las siguientes:


1. Creer, al igual que amar, es una palabra con muchos significados. ¿Qué significa creer en Dios?

2. ¿Se puede demostrar la existencia de Dios? ¿Cómo puedo saber que Dios es real? Si puedo llegar a la existencia de Dios por medio de la razón, ¿para qué necesito la fe?

3. ¿No es cierto que la fe es una opción personal y respetable ante la vida, pero que no es racional, sino que está relacionada sobre todo con los sentimientos religiosos de cada uno?

4. ¿Puedo conseguir la fe por mí mismo, o solo puedo tenerla si me la da Dios? Si solo puede alcanzarse así, ¿por qué Dios se la da a unos y a otros no?

5. ¿La fe no deforma el modo de ver la realidad? ¿No puede convertir a una persona en fanática e incluso en violenta?



1. Creer, al igual que amar, es una palabra con muchos significados. ¿Qué significa creer en Dios?


Cuando utilizamos el término «creer» nos referimos a un acto humano que consiste en conocer algo que no vemos o no sabemos por nosotros mismos. 
Es imposible creer algo que vemos directamente o que sabemos científicamente. Ver o saber algo hace que desaparezca la «creencia» o «fe» que antes se tenía. Cuando creemos en algo nos referimos a lo que no está al alcance de nuestro conocimiento directo. 
A veces se utiliza la palabra «creer» en un sentido impropio, para designar más bien una opinión subjetiva. Si afirmo, por ejemplo: «creo que el otoño es la mejor época para viajar», estoy manifestando una opinión mía. De modo parecido, si alguien afirma que «cree» en las cartas astrales, en los extraterrestres o en la reencarnación, quiere decir que «no lo sabe», pero que, por alguna razón, basándose en datos o sugerencias que recoge aquí o allá, ha formado esa opinión por sí mismo. 
En cambio, «creer», en sentido propio, es resultado de la relación con otras personas y tiene también diversos significados. Quizá nos ayude exponer escalonadamente algunos de esos significados para acercarnos al sentido preciso de la fe cristiana: • 
En ocasiones, «creer» se refiere a la apuesta vital que se hace por alguien: «el entrenador creyó en mí», es decir, apostó por mi capacidad de rendimiento y éxito deportivo. • También creemos a quien simplemente nos informa para responder a algo que le hemos preguntado como, por ejemplo: «el despacho del profesor de Física es el tercero a la derecha». • En un sentido más preciso, creer designa una relación profunda entre personas: «creo en mis amigos», «creo en mi esposo» o «creo en ti». • Esa relación personal se hace única cuando da lugar a la fe religiosa, es decir, a la fe en Dios: «creo en Dios». • 
Finalmente, existe el sentido cristiano de la fe, que integra todos los sentidos anteriores y lleva a decir: «creo en ti, Señor Jesucristo». «Creo en Dios» significa que reconozco que, más allá de lo que experimento directamente o de lo que conozco científicamente, existe una realidad suprema: Dios, origen de todo lo creado, que no pertenece a este mundo, sino que es la causa y el fin de todo lo que exis-te.
A lo largo de la historia, los hombres han reconocido a Dios a través de las huellas que de Él encuentran en el cosmos y en su propia conciencia, y se han dirigido a Él como Señor de todas la cosas, fuente de los dones de la creación, juez universal que premia el bien y castiga el mal, verdad y bien sumos, etc. La relación con la divinidad da lugar así a la experiencia religiosa, que incluye creencias, ritos de culto y preceptos morales. 
La fe religiosa o fe en Dios es, por tanto, una forma de fe totalmente especial, porque la relación que implica no es con otra persona como yo, sino con Dios, un Dios personal, cuya realidad es percibida no directamente, sino de modo indirecto, es decir, a través de sus obras. «Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos», leemos en el Salmo 19. Y por eso san Pablo afirma que quienes no han conocido a Dios a través de sus obras son inexcusables (Carta a los Romanos 1, 19). El conocimiento de Dios es, por tanto, un conocimiento cierto aunque imperfecto; accesible, de modos diversos, a toda persona. Solamente a partir del reconocimiento de Dios, el hombre puede entender el sentido de su vida, ya que su origen y su fin se encuentran en la voluntad y en el plan amoroso de Dios por sus criaturas. Igualmente, solo si se reconoce a Dios como creador se puede hablar de ley natural y, por tanto, de derechos naturales, inalienables, de las personas, y de la bondad o maldad objetiva de las acciones humanas. El Concilio Vaticano II se ha referido al ateísmo moderno y ha afirmado que quien voluntariamente se esfuerza por alejar a Dios de su corazón y evitar las cuestiones religiosas, sin seguir el dictamen de su conciencia, no carece de culpa. De igual modo, ha enseñado que el conocimiento de Dios es un hecho originario, o sea, no derivado de otros factores (económicos, psicológicos, etc.), como han afirmado algunos defensores del ateísmo. 
Finalmente, ha recordado que cuando se niega a Dios, también la dignidad del hombre sufre daños gravísimos. Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica recoge la afirmación clásica de que «el hombre es por naturaleza religioso» (cfr. n. 44). Lo propio de la fe religiosa es la incondicionalidad, que lleva a aceptar a Dios y sus palabras de manera absoluta, porque Él, Dios, lo dice, y no porque estén de acuerdo con la opinión propia o parezca aceptable por otras razones. Poner condiciones a Dios equivaldría a no aceptarlo como Dios.

2. ¿Se puede demostrar la existencia de Dios? ¿Cómo puedo saber que Dios es real? Si puedo llegar a la existencia de Dios por medio de la razón, ¿para qué necesito la fe?


Hay cosas que quizá nosotros no llegamos a entender o comprobar, pero que otros hombres sí saben y entienden. Son cosas que están al alcance de la razón humana. Hay otras cosas que están por encima de cualquier capacidad humana de conocimiento, y solo las podemos saber si Dios las dice y aceptamos su palabra: por fe en Dios. 
La existencia de Dios ¿es uno de esos asuntos de fe, o un asunto de razón? Que Dios existe, ¿es algo que «sabemos» por razón, o algo que «creemos» por fe? Cuando se habla del asunto, parece obvio que la cuestión de la existencia de Dios es una cuestión de fe. Pero vamos a pensar un poco.… Tener fe es aceptar algo que yo no sé o no puedo llegar a entender porque me lo dice una persona que es de fiar. Yo tengo fe en esa persona y por eso tengo fe en que es verdad lo que me dice. 
La fe es de lo que no se ve, dice san Pablo. Pues bien, yo soy un sacerdote católico, pero no tengo fe en la existencia de Dios. Es más, nunca podré tener fe en la existencia de Dios. Suena raro. Y, sin embargo, es cierto. ¿Por qué? Porque yo sé que Dios existe, por un razonamiento riguroso. Soy filósofo y me ha tocado estudiar y pensar cómo es la existencia del mundo, tanto el mundo material como el ser de las personas humanas. Y desde ahí, he llegado a la conclusión racional indudable de que Dios existe. Y como ya sé que Dios existe, no puedo tener fe en la existencia de Dios.
«Bueno –podría decirme alguien–, eso quizá usted, que se ha dedicado a eso. Pero para la gente normal la existencia de Dios es cosa de fe». Y yo pregunto: «¿Fe en quién? ¿En Dios o en mamá? ¿En Dios o en una opción cultural?». «Pues fe en Dios –me diréis–, de eso estamos hablando aquí». Tener fe en alguien presupone el conocimiento previo de que esa persona existe, y por tanto, de que puede decir algo que yo puedo creer o no. Para poder tener fe en Dios y creer lo que dice, hay que saber antes que Dios existe. Yo creo firmemente en lo que Dios ha dicho: que es Trino (es tres Personas), que Jesucristo es Dios, que la Virgen es virgen y madre de Dios, etc., pero lo creo solo porque Dios lo dice. Eso son cosas de fe. Pero saber que Dios existe no es cosa de «fe en Dios». No puede serlo: saber que alguien existe es anterior a tener fe en él y creer lo que dice. Si no, esa supuesta fe es algo irracional. Una opción, no un conocimiento. 
La fe en Dios presupone saber que Dios existe. Sea por razonamiento riguroso, o por intuición y sentido común, pero por conocimiento humano natural, la fe presupone la razón y se apoya en ella. La cuestión de «si Dios existe» es una cuestión de razón, no de fe. No puede ser de otra manera si es que estamos hablando de una persona madura y no de un niño.

3. ¿No es cierto que la fe es una opción personal y respetable ante la vida, pero que no es racional, sino que está relacionada sobre todo con los sentimientos religiosos de cada uno?


Conviene no confundir la fe con el «sentimiento religioso». Más precisamente, conviene evitar la reducción de la fe a mero sentimiento religioso. Son realidades que pertenecen a esferas distintas, aunque no absolutamente separadas. Como el espacio asignado para responder es reducido, trataré de ilustrar el asunto en pocas pinceladas. 
La fe es conocimiento, se sitúa en el plano de las certezas del ser humano, o sea, de los modos de llegar a un saber cierto sobre la realidad. Tiene una relación directa con la verdad (uno no cree en lo que sabe que es mentira), por lo que pertenece en buena medida, aunque no solo, a la inteligencia, a la razón.
El sentimiento, por su parte, reside en el plano de la vida emocional. Pertenece fundamentalmente a ese ámbito que designamos como «afectividad». Y, aunque se suele vincular la manifestación de los sentimientos con la «autenticidad» personal, su nacimiento no está relacionado de modo directo con el conocimiento de la verdad. 
Los llamados sentimientos son más bien reacciones sensibles (del tipo: «me gusta», «me asusta», «me entristece», «me alegra», etc.), más o menos complejas, ante las variadísimas percepciones o impresiones de las que está llena nuestra vida. Se podría decir que la fe es asentimiento libre de la persona ante una verdad que se le presenta como real y objetiva, pero que no es solo teórica, sino que interpela y a la vez atrae, inclinando a dar una respuesta de aceptación y acogida. 
En cambio, el sentimiento es reacción subjetiva –en gran parte automática o espontánea y dependiente de la sensibilidad personal– ante algo que se percibe, sea «objetivo» o no, sea real o imaginario, importante o trivial. En buena medida esa reacción «se impone» a la persona: no puede evitarlo. 
Además, no necesariamente es proporcionada al motivo que la provoca: se puede sentir disgusto ante una realidad objetivamente buena; o gran enfado ante algo que «no es para tanto», o que «no es para tomárselo así»; o permanecer serio ante algo «muy cómico»; etc. 
En ese sentido, cabe afirmar que el sen- timiento es «irracional»: no obedece necesariamente a la verdad objetiva ni pretende certezas. También en ese sentido, es «incomunicable» (por ejemplo, nos produce cierta frustración –que, por cierto, es también un sentimiento, no necesariamente «certero», pero real– si a alguien que nos importa no le gusta o no le emociona lo que a nosotros nos parece bonito o emocionante). 
Creo que estos puntos de contraste pueden orientar para pensar un poco en el tema: más que de modo abstracto, tratando de sacar conclusiones prácticas para la vida personal, que es lo que ahora importa. Porque está claro que los seres humanos somos complejos. No somos ni inteligencia pura, ni puras emociones. No somos ni solo cabeza, ni solo corazón. No es bueno que el corazón haga la función que corresponde a la cabeza, porque tienen funciones distintas, necesarias y no intercambiables. 
Por eso tampoco es bueno que la cabeza intente sustituir al corazón. Lo propiamente humano es tratar de armonizar adecuadamente cabeza y corazón, sin prescindir ni de la una ni del otro, pero esforzándose por tender al orden verdadero en la propia vida. No es imposible: nos ayuda la gracia de Dios. Y nos ayuda también la misma realidad, porque, como enseñan los filósofos desde la antigüedad, la verdad no es solamente verdadera, sino, por eso mismo, buena y bella, de modo que no solo habla a la inteligencia, sino simultáneamente a la voluntad y a la afectividad: a toda la persona, para que, desde su complejidad, pueda responder ante ella de manera equilibrada y total.  

4. ¿Puedo conseguir la fe por mí mismo, o solo puedo tenerla si me la da Dios? Si solo puede alcanzarse así, ¿por qué Dios se la da a unos y a otros no?




Una observación inmediata nos muestra que hay personas que creen en Jesucristo y otras que no tienen esa fe. 
Entre los que no creen, las situaciones no son idénticas: unos no creen porque nunca han oído hablar de la fe cristiana; otros no tienen fe porque, aunque pueden tener noticia del Evangelio, nunca han sido cristianos; otros finalmente no creen porque han perdido la fe que en otro tiempo poseían. 
La doctrina cristiana enseña que la fe es un acto libre del hombre y al mismo tiempo gracia de Dios. Sin la gracia no puede haber fe en Jesucristo; tampoco sin libertad pueden las personas adultas tener verdadera fe. Veamos, en primer lugar, qué significa que la fe es gracia de Dios. La fe es gracia de Dios porque solo existe como respuesta a la libre y amorosa comunicación de Dios a los hombres que llamamos revelación. 
La revelación de Dios no puede ser conquistada por el esfuerzo humano, sino solamente recibida como don gratuito. Además, quien escucha la palabra de Dios puede experimentar una atracción interior, una apertura, una inclinación a creer, que es fruto de la acción interior de Dios en el alma. En este sentido, puede compararse la fe con una barca que se nos ofrece para trasladarnos a nuevas regiones del conocimiento y de la realidad: la barca está ahí, pero es necesario querer subir a ella y aceptar las condiciones del viaje. 
Lo anterior significa que la acción interior de Dios que mueve o atrae hacia la fe solo es eficaz en quien no pone obstáculos ni se cierra al compromiso de la fe. Si el hombre se enfrenta a Dios con orgullo y le pide «pruebas» como condición para aceptarle, entonces se queda espiritualmente «ciego», porque la condición para escuchar a Dios es la humildad de quien no exige, de quien no pone condiciones, sino que se abre a su acción y deja que Él actúe. La fe solo se puede alcanzar si se desea sinceramente, se está dispuesto al compromiso que implica y se pide con humildad. Dios ofrece su revelación a todos los hombres, pero de hecho llega solamente a aquellos que escuchan la predicación, el anuncio de Cristo. 
Ahora bien, la salvación es más amplia que la revelación: quienes no tienen noticia de Jesucristo pueden llegar a la salvación a través de la fidelidad a Dios tal como lo perciben en su conciencia, y se salvan en Cristo, que es el único Salvador, aunque no lo sepan. Aquellos a quienes llega de manera suficiente el Evangelio ya han recibido la primera gracia de la fe, puesto que a ellos se les invita a aceptar el anuncio cristiano. La gracia actúa también moviéndoles a la aceptación de la fe, pero además es necesaria la conversión, la disposición de aceptar incondicionalmente a Cristo y su verdad salvadora. 
En consecuencia, quien no acepta la fe que se le ofrece es responsable de su propia situación porque no ha respondido a la gracia que le invita a aceptarla. Esto sucede con especial claridad en aquellos que después de haber recibido la fe en el bautismo la han perdido, porque no se puede perder involuntariamente la fe recibida. La razón es clara: la gracia de Dios da los medios para perseverar en la fe recibida y proporciona los medios para vencer los obstáculos que se le presentan.

5. ¿La fe no deforma el modo de ver la realidad? ¿No puede convertir a una persona en fanática e incluso en violenta?


La  fe no deforma el modo de ver la realidad. Sucede precisamente lo contrario: podemos conocerla mejor, entender su verdadero sentido, porque gracias a la fe conocemos muchas verdades sobre la realidad que nos ha transmitido su Autor. 
Es Dios mismo quien nos ha dado a conocer la respuesta completa a las grandes verdades que la persona humana se plantea desde el comienzo de la Historia: «¿Quién soy? ¿Cuál es mi origen y mi destino? ¿Qué sentido tiene mi existencia? ¿Qué sentido tiene el sufrimiento?». Con la razón –una luz que también nos ha dado Dios– podemos conocer muchas verdades, pero con la fe en la revelación divina conocemos verdades que no están al alcance de nuestra razón, y que son muy importantes para vivir como hijos de Dios y alcanzar la salvación. ¿Puede la fe convertir a una persona en fanática? 
Una persona puede convertirse en fanática por muchos motivos, pero en la fe cristiana no podrá encontrar ningún apoyo para el fanatismo o la intolerancia. El fanatismo es el exceso de sentimiento o pasión, con ausencia de racionalidad, por una persona o una idea. Puede darse con facilidad, por ejemplo, en personas psíquicamente desequilibradas. 
La persona que trata de seguir a Cristo no encontrará jamás en ese Modelo una invitación al fanatismo. Encontrará, en cambio, la invitación a «dar razón de su esperanza», a encontrar la armonía entre la razón y la fe, a educar sus pasiones por medio de las virtudes, a considerar hermanos a todos los hombres, independientemente de su raza, cultura, lengua o nación. Y mucho menos puede la fe cristiana convertir a una persona en violenta. 
El hecho de que algunos a lo largo de la Historia hayan empleado la violencia para imponer sus ideas religiosas, no quiere decir que la religión sea causa de violencia. Más bien, de una persona violenta se podría decir que es violenta porque no es verdaderamente religiosa. Si un cristiano emplease la violencia para imponer la fe, estaría actuando precisamente en contra de la fe que quiere imponer. 
Las enseñanzas de Cristo se centran en el amor a Dios y a los demás. Y san Pablo expresa con claridad que hay que hacer la verdad en la caridad. La difusión de la verdad de Cristo no se hace por medio de la violencia, sino por caridad y con caridad. Refiriéndose a la lucha por la santidad, afirma san Josemaría Escrivá: «Nada más lejos de la fe cristiana que el fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo espiritual sean del signo que sean. Ese peligro no existe, si la lucha se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar el egoísmo, de servir a todos los hombres. Renunciar a esta contienda, con la excusa que sea, es declararse de antemano derrotado, aniquilado, sin fe, con el alma caída, desparramada en complacencias mezquinas»  

Fuente informativa de esta semana: https://www.arguments.es