En esta nueva edición de su revista digital COLAPAS:
vamos a dar respuesta a seis preguntas que son planteadas por el pueblo de Dios en la calle. Y que biblistas de altos quilates les dan la respuesta.
¿Cómo se explica la resurrección de Jesús?
¿Pudieron haber robado el cuerpo de Jesús?
¿Quién fue realmente José de Arimatea?
¿En qué consiste sustancialmente el mensaje cristiano?
¿Quién fue realmente San Pablo? ¿Cómo trasmitió las
enseñanzas de Jesús?
6. ¿Qué nos dice el Evangelio de Felipe?
¿Cómo se explica la resurrección de Jesús?
La resurrección de Cristo es un
acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas. Los
Apóstoles dieron testimonio de lo que habían visto y oído. Hacia el año 57 San
Pablo escribe a los Corintios: «Porque os transmití en primer lugar lo mismo
que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que
fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se
apareció a Cefas, y después a los doce» (1 Co 15,3-5).
Cuando,
actualmente, uno se acerca a esos hechos para buscar lo más objetivamente
posible la verdad de lo que sucedió, puede surgir una pregunta: ¿de dónde
procede la afirmación de que Jesús ha resucitado? ¿Es una manipulación de la
realidad que ha tenido un eco extraordinario en la historia humana, o es un
hecho real que sigue resultando tan sorprendente e inesperable ahora como
resultaba entonces para sus aturdidos discípulos?
A
esas cuestiones sólo es posible buscar una solución razonable investigando
cuáles podían ser las creencias de aquellos hombres sobre la vida después de la
muerte, para valorar si la idea de una resurrección como la que narraban es una
ocurrencia lógica en sus esquemas mentales.
De entrada, en el mundo griego
hay referencias a una vida tras la muerte, pero con unas características
singulares. El Hades, motivo recurrente ya desde los poemas homéricos, es el
domicilio de la muerte, un mundo de sombras que es como un vago recuerdo de la
morada de los vivientes. Pero Homero jamás imaginó que en la realidad fuese
posible un regreso desde el Hades. Platón, desde una perspectiva diversa había
especulado acerca de la reencarnación, pero no pensó como algo real en una
revitalización del propio cuerpo, una vez muerto. Es decir, aunque se hablaba a
veces de vida tras la muerte, nunca venía a la mente la idea de resurrección,
es decir, de un regreso a la vida corporal en el mundo presente por parte de
individuo alguno.
En el judaísmo la situación es en
parte distinta y en parte común. El sheol del que habla el
Antiguo Testamento y otros textos judíos antiguos no es muy distinto del Hades
homérico. Allí la gente está como dormida. Pero, a diferencia de la concepción
griega, hay puertas abiertas a la esperanza. El Señor es el único Dios, tanto
de los vivos como de los muertos, con poder tanto en el mundo de arriba como en
el sheol.
Es posible un triunfo sobre la muerte. En la tradición judía, aunque se
manifiestan unas creencias en cierta resurrección, al menos por parte de
algunos. También se espera la llegada del Mesías, pero ambos acontecimientos no
aparecen ligados. Para cualquier judío contemporáneo de Jesús se trata, al
menos de entrada, de dos cuestiones teológicas que se mueven en ámbitos muy
diversos. Se confía en que el Mesías derrotará a los enemigos del Señor,
restablecerá en todo su esplendor y pureza el culto del templo, establecerá el
dominio del Señor sobre el mundo, pero nunca se piensa que resucitará después
de su muerte: es algo que no pasaba de ordinario por la imaginación de un judío
piadoso e instruido.
Robar
su cuerpo e inventar el bulo de que había resucitado con ese cuerpo, como
argumento para mostrar que era el Mesías, resulta impensable. En el día de
Pentecostés, según refieren los Hechos de los Apóstoles, Pedro afirma que «Dios
lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte», y en consecuencia concluye:
«Sepa con seguridad toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis» (Hch 2,36).
La
explicación de tales afirmaciones es que los Apóstoles habían contemplado algo
que jamás habrían imaginado y que, a pesar de su perplejidad y de las burlas
que con razón suponían que iba a suscitar, se veían en el deber de testimoniar.
¿Pudieron haber robado el cuerpo de Jesús?
¿Pudieron haber robado el cuerpo de Jesús?
Aquellos que se sienten incómodos
ante la afirmación de que Jesús ha resucitado y encuentran vacío el sepulcro en
donde había sido depositado, lo primero que se les ocurre pensar y decir es que
alguien había robado su cuerpo (cfr. Mt 28,11-15).
La
losa encontrada en Nazaret con un rescripto imperial donde se recuerda que es
necesario respetar la inviolabilidad de los sepulcros testimonia que hubo un
gran revuelo en Jerusalén motivado por la desaparición del cadáver de alguien
procedente de Nazaret en torno al año 30.
No
obstante, el hecho mismo de encontrar el sepulcro vacío no impediría pensar que
el cuerpo había sido robado. Pese a todo, causó tal impacto en las santas
mujeres y en los discípulos de Jesús que se acercaron al sepulcro, que incluso
antes de haber visto a Jesús vivo de nuevo, fue el primer paso para el
reconocimiento de que había resucitado.
En
el evangelio de San Juan hay un relato preciso de cómo encontraron todo. Narra
que en cuanto Pedro y Juan oyeron lo que María les contaba, salió Pedro con el
otro discípulo y fueron al sepulcro: «Los dos corrían juntos, pero el otro
discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó
y vio allí los lienzos aplanados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró
en el sepulcro y vio los lienzos aplanados, y el sudario que había sido puesto
en su cabeza, no caído junto a los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en
el mismo sitio de antes. Entonces, entró también el otro discípulo que había
llegado antes al sepulcro, vio y creyó» (Jn 20, 3-8).
Las
palabras que utiliza el evangelista para describir lo que Pedro y él vieron en
el sepulcro vacío expresan con vivo realismo la impresión que les causó lo que
pudieron contemplar. De entrada, la sorpresa de encontrar allí los lienzos. Si
alguien hubiera entrado para hacer desaparecer el cadáver, ¿se habría
entretenido en quitarle los lienzos para llevarse sólo el cuerpo? No parece
lógico. Pero es que, además, el sudario estaba «todavía enrollado», como lo
había estado el viernes por la tarde alrededor de la cabeza de Jesús. Los
lienzos permanecían como habían sido colocados envolviendo al cuerpo de Jesús,
pero ahora no envolvían nada y por eso estaban «aplanados», huecos, como si el
cuerpo de Jesús se hubiera esfumado y hubiera salido sin desenvolverlos,
pasando a través de ellos. Y todavía hay más datos sorprendentes en la
descripción de lo que vieron. Cuando se amortajaba el cadáver, primero se
enrollaba el sudario a la cabeza, y después, todo el cuerpo y también la cabeza
se envolvían en los lienzos. El relato de Juan especifica que en el sepulcro el
sudario permanecía «en el mismo sitio de antes», esto es, conservando la misma
disposición que había tenido cuando estaba allí el cuerpo de Jesús.
La
descripción del evangelio señala con extraordinaria precisión lo que
contemplaron atónitos los dos Apóstoles. Era humanamente inexplicable la
ausencia del cuerpo del Jesús. Era físicamente imposible que alguien lo hubiera
robado, ya que para sacarlo de la mortaja, habría tenido que desenvolver los
lienzos y el sudario, y éstos habrían quedado allí sueltos. Pero ellos tenían
ante sus ojos los lienzos y el sudario tal y como estaban cuando habían dejado
allí el cuerpo del Maestro, en la tarde del viernes. La única diferencia es que
el cuerpo de Jesús ya no estaba. Todo lo demás permanecía en su lugar.
Hasta
tal punto fueron significativos los restos que encontraron en el sepulcro
vacío, que les hicieron intuir de algún modo la resurrección del Señor, pues
«vieron y creyeron».
¿Quién fue realmente José de Arimatea?
¿Quién fue realmente José de Arimatea?

A partir del siglo IV surgieron
tradiciones legendarias de carácter fantástico en las que se ensalzaba la
figura de José. En un apócrifo del siglo V, las Actas de Pilato, también
llamado Evangelio de Nicodemo, se narra que los judíos
reprueban el comportamiento de José y Nicodemo a favor de Jesús y que, por este
motivo, José es enviado a prisión. Liberado milagrosamente aparece en Arimatea.
De allí regresa a Jerusalén y cuenta cómo fue liberado por Jesús. Más fabulosa
todavía es la obra Vindicta Salvatoris (siglo
IV?), que tuvo una gran difusión en Inglaterra y Aquitania. En este libro se
narra la marcha de Tito al frente de sus legiones para vengar la muerte de
Jesús. Al conquistar Jerusalén, encuentra en una torre a José, donde había sido
encerrado para que muriera de hambre. Sin embargo, fue alimentado por un manjar
celestial.
En los siglos XI-XIII, la leyenda
sobre José de Arimatea fue coloreándose de nuevos detalles en las islas
británicas y en Francia, insertándose en el ciclo del santo Grial y del rey
Arturo. Según una de estas leyendas, José lavó el cuerpo de Jesús y recogió el
agua y la sangre en un recipiente. Después, José y Nicodemo dividieron su
contenido (ver la pregunta ¿Qué es el santo Grial?). Otras
leyendas dicen que José, llevando este relicario, evangelizó Francia (algunos
relatos dicen que habría desembarcado en Marsella con Marta, María y Lázaro),
España (donde Santiago lo habría consagrado obispo), Portugal e Inglaterra. En
esta última región, la figura de José se hizo muy popular. La leyenda le hace
el primer fundador de la primera iglesia en suelo británico, en Glastonbury
Tor, donde mientras estaba dormido su báculo echó raíces y floreció.
Glastonbury Abbey se convirtió en un importante lugar de peregrinación hasta
que ésta fue disuelta con la Reforma en 1539. En Francia, una leyenda del siglo
IX refiere que el patriarca Fortunato de Jerusalén, en tiempos de Carlomagno,
huyo a occidente llevándose los huesos de José de Arimatea, hasta llegar al
monasterio de Moyenmoutier, donde llegó a ser abad.
Todas
estas leyendas, sin ningún fundamento histórico, muestran la importancia que se
daba a los primeros discípulos de Jesús. El desarrollo de estos relatos puede
estar vinculado a polémicas circunstanciales de algunas regiones (como
Inglaterra o Francia) con Roma. Se trataría de querer mostrar que determinadas
regiones habían sido evangelizadas por discípulos de Jesús y no por misioneros
enviados desde Roma. En cualquier caso, nada tienen que ver con la verdad
histórica.
¿En qué consiste
sustancialmente el mensaje cristiano?
Consiste en el anuncio de Jesucristo. Él es la buena noticia (evangelio)
que proclamaban desde el principio los apóstoles, como escribe San Pablo: “Os
recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué, que recibisteis, en el que os
mantenéis firmes, y por el cual sois salvados... Porque os transmití en primer
lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Cefas, y después a los doce” (1 Cor 15,1-5).
Ese mensaje se refiere directamente a la muerte y resurrección de Jesús por
nuestra salvación e incluye que Jesús es el Mesías (Cristo) enviado por Dios
tal como había sido prometido a Israel. El anuncio de Jesucristo abarca por
tanto la fe en Dios único, creador del mundo y del hombre, y protagonista
principal de la historia de la salvación.
El
mensaje cristiano anuncia que con Jesucristo se ha realizado en plenitud la
revelación de Dios al hombre: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban
bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4,4-5). Jesús
revela quien es Dios de una manera nueva y más profunda que la que tenía el
pueblo de Israel; revela a Dios como su Padre de forma única hasta llegar a
decir: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Apoyándose en las enseñanzas de
los Apóstoles la Iglesia anuncia a Jesucristo como Hijo de Dios y verdadero
Dios de la misma naturaleza que el Padre.
Jesús
actuó durante su vida en la tierra con el poder de Dios y del Espíritu de Dios
que estaba en Él (Lc 4,18-21), y además prometió enviar el Espíritu después de
su resurrección y glorificación junto al Padre (Jn 14,16; et.). Cuando los
Apóstoles recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés comprendieron que
Jesús había cumplido su promesa desde el cielo, y experimentaron su fuerza
transformadora. El Espíritu Santo continúa vivificando a la Iglesia como su
alma. El mensaje cristiano incluye por tanto al Espíritu Santo, verdadero Dios
y la tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El
mensaje cristiano anuncia también lo que anunciaba Jesucristo: el Reino de Dios
(Mc 1,15). Jesús llenó de contenido esa expresión simbólica indicando con ella
la presencia de Dios en la historia humana y al final de la misma, y la unión
de Dios con el hombre. Jesús anunciaba el Reino de Dios como ya iniciado por su
presencia entre los hombres y sus acciones liberadoras del poder del demonio y
del mal (Mt 12,28). Es esa presencia y acción de Jesucristo la que continúa en
la Iglesia por la fuerza del Espíritu Santo. La Iglesia es en la historia
humana como el germen y la semilla de ese Reino, que culminará gloriosamente
con la segunda venida de Cristo al final de los tiempos misma. Entretanto en
ella adquiere el hombre, mediante el Bautismo, una nueva relación con Dios, la
de hijo de Dios unido a Jesucristo, que culminará también la tras la muerte y
en la resurrección final. Cristo sigue estando realmente presente en la Iglesia
en la Eucaristía, y actuando también en los demás Sacramentos, signos eficaces
de su gracia. Mediante la acción de los cristianos, si viven la caridad, se va
manifestando el amor de Dios a todos los hombres. Todo ello entra en el mensaje
cristiano.
Pablo es el nombre griego de Saulo,
hombre de raza hebrea y de religión judía, oriundo de Tarso de Cilicia, ciudad
situada en el sureste de la actual Turquía, que vivió en el siglo I después de
Cristo. Pablo fue, por tanto, contemporáneo de Jesús de Nazaret, aunque
presumiblemente no llegaron a encontrarse en vida.
Saulo
de Tarso fue educado en el fariseísmo, una de las facciones del judaísmo del
siglo I. Como él mismo narra en uno de sus escritos, la Carta a los Gálatas, su
celo por el judaísmo le llevó a perseguir al naciente grupo de los cristianos
(Ga 1,13-14), a los que consideraba contrarios a la pureza de la religión
judía, hasta que en una ocasión, camino de Damasco, Jesús mismo se le reveló y
le llamó para seguirle, como antes había hecho con los apóstoles. Saulo
respondió a esta llamada bautizándose y dedicando su vida a la difusión del
evangelio de Jesucristo (Hch 26,4-18).
La
conversión de Pablo es uno de los momentos clave de su vida, porque es
precisamente entonces cuándo empieza a entender lo que es la Iglesia como
cuerpo de Cristo: perseguir a un cristiano es perseguir a Jesús mismo. En ese
mismo pasaje, Jesús se presenta como “Resucitado”, situación que espera a todos
los hombres tras la muerte si uno sigue las huellas de Jesús mismo, y como
“Señor”, remarcando su carácter divino, ya que la palabra que se usa para
denominar al “señor”, kyrie, se aplica en la Biblia griega a Dios mismo.
Podemos decir, pues, que Pablo recibió el evangelio a predicar de Jesús mismo,
aunque luego, también ayudado por la gracia y la propia reflexión, supo sacar
de esa primera luz muchas de las principales implicaciones del evangelio, tanto
para una mayor comprensión del misterio divino como para mostrar sus
consecuencias para la condición y el obrar de los hombres sin fe y con fe en
Cristo.
Pablo,
en el momento de su conversión, es presentado con rasgos de profeta al que se
le asigna una misión muy concreta. Como dice otro de los libros del Nuevo
Testamento, los Hechos de los Apóstoles, el Señor dijo a Ananías, el que había
de bautizar a Pablo: “Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar
mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo
que deberá sufrir a causa de mi nombre” (Hch 9,15-16). El Señor también dijo al
mismo Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en
pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que
has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los
gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las
tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los
pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch 26,15-18).
San
Pablo llevó a cabo su misión de predicar el camino de la salvación realizando
viajes apostólicos, fundando y fortaleciendo comunidades cristianas en las
diversas provincias del Imperio Romano por las que pasaba: Galacia, Asia,
Macedonia, Acaya, etc. Los escritos del Nuevo Testamento nos presentan a un
Pablo escritor y predicador. Cuando llegaba a un sitio, Pablo acudía a la
sinagoga, lugar de reunión de los judíos, para predicar el evangelio. Después,
acudía a los paganos, esto es, los no judíos.
Después
de dejar algunos lugares, ya sea por haber dejado la predicación inconclusa, ya
sea para responder a las preguntas que le enviaban desde esas comunidades,
Pablo empezó a escribir cartas, que pronto serían recibidas en las iglesias con
una particular reverencia. Escribió cartas a comunidades enteras y a personas
singulares. El Nuevo Testamento nos ha transmitido 14, que tienen su origen en
la predicación de Pablo: una Carta a los Romanos, dos Cartas a los Corintios,
una Carta a los Gálatas, una Carta a los Efesios, una Carta a los Filipenses,
una Carta a los Colosenses, dos Cartas a los Tesalonicenses, dos Cartas a
Timoteo, una Carta a Tito, una Carta a Filemón y una Carta a los Hebreos.
Aunque no son de fácil datación, podemos decir que la mayoría de estas cartas
fueron escritas durante la década que va del año 50 al 60.
El
centro del mensaje predicado por Pablo es la figura de Cristo desde la
perspectiva de lo que ha realizado cara a la salvación de los hombres. La
Redención obrada por Cristo, cuya acción se pone en relación muy estrecha con
la del Padre y con la del Espíritu, marca un punto de inflexión en la situación
del hombre y en su relación con Dios mismo. Antes de la redención, el hombre
caminaba en el pecado, cada vez más alejado de Dios; pero ahora está el Señor,
el Kyrios, que ha resucitado y ha vencido la muerte y el pecado, y que
constituye una sola cosa con los que creen y reciben el bautismo. En este
sentido, se puede decir que la clave para entender la teología paulina es el
concepto de conversión (metánoia), como paso de la ignorancia a la fe, de la
Ley de Moisés a la ley de Cristo, del pecado a la gracia.
¿Qué nos dice el Evangelio de Felpe?
Se trata de un escrito
contenido en el Codex II de la colección de Códices coptos de Nag-Hammadi
(NHC), ahora en el Museo copto de El Cairo. Nada tiene que ver con un
“Evangelio de Felipe” citado por San Epifanio que dice que lo usaban unos
herejes de Egipto, o con el que otros escritores eclesiásticos mencionan como
de los maniqueos.
El escrito de Nag Hammadi
(NHC II 51,29-86,19) lleva al final como título “Evangelio según Felipe”,
aunque en realidad ni es un evangelio -no es narración de la vida de Jesús-, ni
el texto del mismo se presenta como de Felipe. Ese título es una añadidura
posterior a su redacción original, hecha probablemente en griego hacia el s.
III, sobre la base de que a ese apóstol se atribuye el dicho de que José el
Carpintero hizo la cruz de los árboles que él mismo había plantado (91)
ESE TÍTULO ES UNA
AÑADIDURA POSTERIOR A SU REDACCIÓN ORIGINAL, HECHA PROBABLEMENTE EN GRIEGO
HACIA EL S. III, SOBRE LA BASE DE QUE A ESE APÓSTOL SE ATRIBUYE EL DICHO DE QUE
JOSÉ EL CARPINTERO HIZO LA CRUZ DE LOS ÁRBOLES QUE ÉL MISMO HABÍA PLANTADO
La obra contiene un
centenar de pensamientos más o menos desarrollados sin que tengan una ilación
coherente entre ellos. En diecisiete casos se presentan como dichos del Señor,
de los que nueve proceden de los evangelios canónicos y otros son nuevos. Las
más de las veces se trata de párrafos extraídos de fuentes anteriores de
carácter homilético o catequético. Reflejan una doctrina gnóstica peculiar, si
bien en parte parecida a la de otros herejes gnósticos como los valentinianos.
Así:
a) La comprensión del mundo
celeste (Pléroma) formado por parejas (el Padre y Sofía superior, Cristo y el
Espíritu Santo –entendido este último como femenino-, y el Salvador y Sofía
inferior de la procede el mundo material);
b) la distinción de varios
Cristos, entre ellos Jesús en su aparición terrena;
c) la concepción de la
salvación como la unión, ya en este mundo, del alma (elemento femenino del
hombre) con el ángel procedente del Pléroma (elemento masculino);
d) la
distinción entre hombres espirituales (pneumáticos) que consiguen esa unión, y
psiquicos e hílicos o materiales a los que es inaccesible.
ENTRE LOS PUNTOS QUE
MÁS ESTÁN ATRAYENDO LA ATENCIÓN SOBRE ESTE EVANGELIO ES LO QUE EN ÉL SE LEE
SOBRE JESÚS Y LA MAGDALENA. ÉSTA ES PRESENTADA COMO LA “COMPAÑERA” DE CRISTO
(36) Y SE DICE QUE “EL SEÑOR LA BESÓ (EN LA BOCA) REPETIDAS VECES” PORQUE LA
AMABA MÁS QUE A TODOS LOS DISCÍPULOS (59)
Entre los puntos que más
están atrayendo la atención sobre este evangelio es lo que en él se lee sobre
Jesús y la Magdalena. Ésta es presentada como la “compañera” de Cristo (36) y
se dice que “el Señor la besó (en la boca) repetidas veces” porque la amaba más
que a todos los discípulos (59). Estas expresiones, que a primera vista podrían
parecer eróticas, se emplean para simbolizar que la Magdalena había adquirido
la perfección propia del gnóstico y había llegado a la luz porque se lo había
concedido Cristo.
ESTAS EXPRESIONES,
QUE A PRIMERA VISTA PODRÍAN PARECER ERÓTICAS, SE EMPLEAN PARA SIMBOLIZAR QUE LA
MAGDALENA HABÍA ADQUIRIDO LA PERFECCIÓN PROPIA DEL GNÓSTICO Y HABÍA LLEGADO A
LA LUZ PORQUE SE LO HABÍA CONCEDIDO CRISTO
Sucede algo parecido cuando
se habla de “la cámara nupcial” como un sacramento –o literalmente misterio-
que viene a ser culminación del Bautismo, la Unción, la Eucaristía y la
Redención. La imagen del matrimonio es empleada como símbolo de la unión entre
el alma y su ángel en ese sacramento de la “la cámara nupcial”.
En el Evangelio de Felipe
tal sacramento representa la adquisición de la unidad originaria del hombre ya
en este mundo y que culminará en el mundo celeste que, para el autor, es la
propia y verdadera “cámara nupcial”.