En esta nuestra
31 edición vamos a dar respuesta a cinco preguntas que nos fueron planteadas
por nuestros amigos y amigas lectores. Y que nuestro biblista y teólogo
cibernético va a tratar de responder gracias a su contante espíritu de
investigación.
Es muy importante
tener claro que lo más importante cuando leemos la Biblia es estar seguros de
que hemos comprendido todo el significado de las palabras y sobre todos de
algunos conceptos relacionados con la época en que se realizaron los hechos.
También nos surgen interrogantes sobre temas no bíblicos. Así es que comenzamos
con nuestro encuentro de esta semana. Las preguntas planteadas para esta
semana y sus respectivas respuestas son las siguientes:
1. ¿En qué consistió la
matanza de los inocentes?, ¿es histórica o fabula?
2. ¿Jesús, donde nació en Belén o en Nazaret?
3. ¿Realmente dónde y cómo
nació Jesús?
4. ¿Estaba Jesús soltero, casado o viudo?
5. ¿Quiénes fueron
realmente los doce Apóstoles?
1. ¿En qué consistió la matanza de los inocentes?,
¿es histórica o fabula?
Muy buena pregunta. Comencemos diciendo que la matanza de los inocentes
pertenece, como el episodio de la estrella de los Magos, al evangelio de la
infancia de San Mateo.
Los Magos habían preguntado por el rey de los judíos (Mt 2,1) y Herodes
—que se sabía rey de los judíos— inventa una estratagema para averiguar quién
puede ser aquel que él considera un posible usurpador, pidiendo a los Magos que
le informen a su regreso.
Cuando se entera de que se han vuelto por otro camino, “se irritó mucho
y mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos
años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de
los Magos” (Mt 2,16).
Por otra parte el pasaje evoca otros episodios del Antiguo Testamento:
también el Faraón había mandado matar a todos los recién nacidos de los
hebreos, según cuenta el libro del Éxodo, pero se salvó Moisés, precisamente el
que liberó después al pueblo (Ex 1,8-2,10).
San Mateo dice también en el pasaje que con el martirio de estos niños
se cumple un oráculo de Jeremías (Jr 31,15): el pueblo de Israel fue al
destierro, pero de ahí lo sacó el Señor que, en un nuevo éxodo, lo llevó a la
tierra prometiéndole una nueva alianza (Jr 31,31). Por tanto, el sentido del
pasaje parece claro: por mucho que se empeñen los fuertes de la tierra, no pueden
oponerse a los planes de Dios para salvar a los hombres.
En este contexto se debe
examinar la historicidad del martirio de los niños inocentes, del que sólo
tenemos esta noticia que nos da San Mateo. En la lógica de la investigación
histórica moderna, se dice que «testis unus testis nullus», un solo
testimonio no sirve.
Sin embargo, es fácil pensar que la matanza de los niños en Belén, una
aldea de pocos habitantes, no fue muy numerosa y por eso no pasó a los anales.
Lo que sí es cierto es que la crueldad que manifiesta es coherente con las
brutalidades que Flavio Josefo nos cuenta de Herodes: hizo ahogar a su cuñado
Aristóbulo cuando éste alcanzó gran popularidad (Antigüedades Judías, 15 &
54-56), asesinó a su suegro Hircano II (15, & 174-178), a otro cuñado,
Costobar (15 & 247-251), a su mujer Marianne (15, & 222-239); en los
últimos años de su vida, hizo asesinar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo (16
&130-135), y cinco días antes de su propia muerte, a otro hijo, Antipatro
(17 & 145); finalmente, ordenó que, ante su muerte, fueran ejecutados unos
notables del reino para que las gentes de Judea, lo quisieran o no, lloraran la
muerte de Herodes (17 &173-175).
2. ¿Jesús, donde nació en Belén o en Nazaret?
Para
muchos esa es la pregunta de los 5000 dólares. San Mateo, nos dice de manera
explícita que Jesús nació en «Belén de Judá en tiempos del rey Herodes» (Mt
2,1; cfr 2,5.6.8.16) y lo mismo San Lucas (Lc 2,4.15).
El cuarto
evangelio lo menciona de una manera indirecta. Se produjo una discusión a
propósito de la identidad de Jesús y “unos decían: Éste es verdaderamente el
profeta. Otros: Éste es el Cristo. En cambio, otros replicaban: ¿Acaso el
Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de Belén, la aldea de donde
era David?” (Jn 7,40-42).
El cuarto
evangelista se sirve aquí de una ironía: él y el lector cristiano saben que
Jesús es el Mesías y que nació en Belén. Algunos oponentes a Jesús quieren
demostrar que no es el Mesías diciendo que, de serlo, hubiera nacido en Belén y
en cambio ellos saben (creen saber) que nació en Nazaret. El procedimiento es
habitual en el cuarto evangelio (Jn 3,12; 6,42; 9,40-1). Por ejemplo, pregunta
la mujer samaritana: “¿O es que eres tú mayor que nuestro padre Jacob?” (Jn
4,12).
Por otra
parte los oyentes de Juan saben que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, superior
a Jacob, de modo que la pregunta de la mujer era en una afirmación de esa
superioridad. Por tanto, el evangelista prueba que Jesús es el Mesías incluso
con las afirmaciones de sus oponentes.
Éste ha
sido el consenso común entre creyentes e investigadores durante más de 1900
años. Sien embargo, en el siglo pasado, algunos investigadores afirmaron que
Jesús es tenido en todo el Nuevo Testamento por “el nazareno” (el que es, o el
que proviene, de Nazaret) y que la mención de Belén como lugar de nacimiento
obedece a una invención de los dos primeros evangelistas que revisten a Jesús
con una de las características que en aquel momento se atribuían al futuro
mesías: ser descendiente de David y nacer en Belén. Lo cierto es que una
argumentación como ésta no prueba nada.
En el
siglo I, se decían bastantes cosas del futuro mesías que no se cumplen en Jesús
y, por lo que sabemos —a pesar de lo que pueda parecer (Mt 2,5; Jn 7,42)—, no
parece que la del nacimiento en Belén fuera una de las que se invocaran más a
menudo como prueba.
Hay que
pensar más bien en la dirección contraria: porque Jesús, que era de Nazaret (es
decir que estaba criado allí), había nacido en Belén es por lo que los
evangelistas descubren en los textos del Antiguo Testamento que se cumple en él
esa cualidad mesiánica. Todos los testimonios de la tradición avalan además los
datos evangélicos. San Justino, nacido en Palestina hacia el año 100 d.C.,
menciona unos cincuenta años más tarde que Jesús nació en una cueva cerca de
Belén (Diálogo 78).
Orígenes también da testimonio de ello (Contra
Celso I, 51).
Por otra
parte los evangelios apócrifos atestiguan lo mismo (Pseudo-Mateo, 13; Protevangelio de Santiago,
17ss.; Evangelio de la
infancia, 2-4).
En resumen, el parecer común a
los estudiosos de hoy en día es que no hay argumentos fuertes para ir contra lo
que afirman los evangelios y se ha recibido en toda la tradición: Jesús nació
en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
3. ¿Realmente dónde y cómo nació Jesús?
Muy interesante pregunta es muy importante señalar que de los
evangelistas, Mateo y Lucas nos dicen que Jesús nació en Belén (ver la
pregunta: ¿Jesús nació en Belén o en Nazaret?). Mateo no precisa el
lugar, pero Lucas señala que María, después de dar a luz a su hijo, “lo recostó
en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento” (Lc 2,7).
El “pesebre” indica que en el sitio donde nació Jesús se guardaba el
ganado. Lucas señala también que el niño en el pesebre será la señal para los
pastores de que allí ha nacido el Salvador (Lc 2,12.16).
La palabra griega que emplea para “aposento” es katályma.
Designa la habitación espaciosa de las casas, que podía servir de salón o
cuarto de huéspedes. En el Nuevo Testamento se utiliza otras dos veces (Lc
22,11 y Mc 14,14) para indicar la sala donde Jesús celebró la última cena con
sus discípulos. Posiblemente, el evangelista quiera señalar con sus palabras
que el lugar no permitía preservar la intimidad del acontecimiento. Justino (Diálogo
con Trifón 78) afirma que nació en una cueva y Orígenes (Contra
Celso 1,51) y los evangelios apócrifos refieren lo mismo (Protoevangelio
de Santiago 20; Evangelio árabe de la infancia 2; Pseudo-Mateo 13).
La tradición de la Iglesia ha trasmitido desde muy pronto el carácter
sobrenatural del nacimiento de Jesús. San Ignacio de Antioquia, hacía el año
100, lo afirma al decir que “al príncipe de este mundo se le ocultó la
virginidad de María, y su parto, así como también la muerte del Señor.
Tres misterios portentosos obrados en el silencio de Dios” (Ad
Ephesios 19,1). A finales del siglo II, San Ireneo señala que el parto
fue sin dolor (Demonstratio Evangelica 54) y Clemente de
Alejandría, en dependencia ya de los apócrifos, afirma que el nacimiento de
Jesús fue virginal (Stromata 7,16). En un texto del siglo IV
atribuido a San Gregorio Taumaturgo se dice claramente: “a1 nacer (Cristo)
conservó el seno y la virginidad inmaculados, para que la inaudita naturaleza
de este parto fuese para nosotros el signo de un gran misterio” (Pitra,
“Analecta Sacra”, IV, 391).
Los evangelios apócrifos más antiguos, a pesar de su carácter
extravagante, preservan tradiciones populares que coinciden con los testimonios
arriba señalados. La Odas de Salomón (Oda 19), la Ascensión
de Isaías (cap. 14), el Protoevangelio de Santiago (cap.
20-21) y el Pseudo-Mateo (cap. 13) refieren cómo el nacimiento
de Jesús estuvo revestido de un carácter milagroso.
Todos estos testimonios reflejan una tradición de fe que ha sido
sancionada por la enseñanza de la Iglesia y que afirma que María fue virgen
antes del parto, en el parto y después del parto: “La profundización de la fe
en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real
y perpetua de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho
hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de
Cristo ‘lejos de disminuir consagró la integridad virginal’ de su madre (LG 57).
Por otra parte la liturgia de la Iglesia celebra a María como la
‘Aeiparthenos’, la ‘siempre-virgen’ (cf. LG 52)” (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 499).
4. ¿Estaba Jesús soltero, casado o viudo?
Los datos que nos preservan los evangelios
nos dicen que Jesús desempeñó su oficio de artesano en Nazaret (Mc 6,3) y que
cuando tenía unos treinta años inició su ministerio público (Lc 3,23). Durante
el tiempo que lo ejerce hay algunas mujeres que le siguen (Lc 8,2-3) y otras
con las que mantiene amistad (Lc 10,38-42).
Aunque en ningún momento se nos
dice que fuera un hombre célibe, casado o viudo, los evangelios se refieren a
su familia, a su madre, a sus “hermanos y hermanas”, pero nunca a su “mujer”.
Este silencio es elocuente.
Jesús era conocido como el “hijo
de José” (Lc ,23; 4,22; Jn 2,45; 6,42) y, cuando los habitantes de Nazaret se
sorprenden por su enseñanza, exclaman: “¿No es éste el artesano, el hijo de
María, y hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas
no viven aquí entre nosotros?” (Mc 6,3). En ningún lugar se hace referencia a
que Jesús tuviera o hubiera tenido una mujer.
La tradición jamás ha hablado de
un posible matrimonio de Jesús. Y no lo ha hecho porque considerara la realidad
del matrimonio denigrante para la figura de Jesús (quien restituyó el
matrimonio a la dignidad original, Mt 19,1-12) o incompatible con la fe en la
divinidad de Cristo, sino simplemente porque se atuvo a la realidad histórica.
Si hubiera querido silenciar
aspectos que podían resultar comprometedores para la fe de la Iglesia, ¿por qué
trasmitió el bautismo de Jesús a manos de Juan el Bautista, que administraba un
bautismo para la remisión de los pecados? Si la primitiva Iglesia hubiera
querido silenciar el matrimonio de Jesús, ¿por qué no silenció la presencia de
mujeres concretas entre las personas que se relacionaban con él?
A pesar
de esto, se han venido difundiendo algunos argumentos que sostienen que Jesús
estuvo casado. Fundamentalmente se aduce a favor de un matrimonio de Jesús la
práctica y doctrina común de los rabinos del siglo I de nuestra era (para el
supuesto matrimonio de Jesús con María Magdalena, ver ¿Qué relación tuvo Jesús con María
Magdalena?).
Como
Jesús fue un rabino y el celibato era inconcebible entre los rabinos de la
época, tuvo que estar casado (aunque había excepciones, como Rabí Simeón ben
Azzai, quien, al ser acusado de permanecer soltero, decía: “Mi alma está
enamorada de la Torá. Otros pueden sacar adelante el mundo”, Talmud de
Babilonia, b. Yeb. 63b).
Así pues,
afirman algunos, Jesús, como cualquier judío piadoso, se habría casado a los
veinte años y luego habría abandonado mujer e hijos para desempeñar su misión.
La
respuesta a esta objeción es doble:
Existen
datos de que en el judaísmo del siglo I se vivía el celibato. Flavio Josefo (Guerra Judía 2.8.2
& 120-21; Antigüedades
judías 18.1.5 & 18-20), Filón (en un pasaje conservado por
Eusebio, Prep. evang. 8,11.14)
y Plinio el Viejo (Historia
natural 5.73,1-3) nos informan que había esenios que vivían el
celibato, y sabemos que algunos de Qumrán eran célibes.
También
Filón (De vita contemplativa)
señala que los “terapeutas”, un grupo de ascetas de Egipto, vivían el celibato.
Además,
en la tradición de Israel, algunos personajes famosos como Jeremías, habían
sido célibes. Moisés mismo, según la tradición rabínica, vivió la abstinencia
sexual para mantener su estrecha relación con Dios. Juan Bautista tampoco se
casó. Por tanto, siendo el celibato poco común, no era algo inaudito.
EXISTEN DATOS DE QUE
EN EL JUDAÍSMO DEL SIGLO I SE VIVÍA EL CELIBATO Y AUN CUANDO NADIE HUBIERA
VIVIDO EL CELIBATO EN ISRAEL, NO TENDRÍAMOS QUE ASUMIR POR ELLO QUE JESÚS
ESTUVIERA CASADO
2) Aun cuando nadie hubiera
vivido el celibato en Israel, no tendríamos que asumir por ello que Jesús
estuviera casado. Los datos, como se ha dicho, muestran que quiso permanecer
célibe y son muchas las razones que hacen plausible y conveniente esa opción,
precisamente porque el ser célibe subraya la singularidad de Jesús en relación
al judaísmo de su tiempo y está más de acuerdo con su misión.
Manifiesta que, sin minusvalorar
el matrimonio ni exigir el celibato a sus seguidores, la causa del Reino de
Dios (cf. Mt 19,12), el amor de y a Dios que él encarna, está por encima de
todo. Jesús quiso ser célibe para significar mejor ese amor.
5. ¿Quiénes fueron realmente
los doce Apóstoles?
Uno de los datos más seguros de
la vida de Jesús es que constituyó a un grupo de doce discípulos a los que
denominó los “Doce Apóstoles”. Este grupo estaba formado por hombres que Jesús
llamó personalmente, que le acompañan en su misión de instaurar el Reino de
Dios, que son testigos de sus palabras, de sus obras y de su resurrección.
El grupo de los Doce aparece en
los escritos del Nuevo Testamento como un grupo estable o fijo. Sus nombres son
“Simón, a quien le dio el nombre de Pedro; Santiago el de Zebedeo y Juan, el
hermano de Santiago, a quienes les dio el nombre de Boanerges, es decir, «hijos
del trueno»; Andrés y Felipe, y Bartolomé y Mateo, y Tomás y Santiago el de
Alfeo, y Tadeo y Simón Cananeo; y Judas Iscariote, el que le entregó” (Mc
3,16-19).
En las listas que aparecen en los
otros Evangelios y en Hechos de los Apóstoles, apenas hay variaciones. A Tadeo
se le llama Judas, pero no es significativo, pues como se ve, hay varias
personas que se llaman de la misma manera —Simón, Santiago— y que se distinguen
por el patronímico o por un segundo nombre.
Se trata pues de Judas Tadeo. Lo
significativo es que en el libro de los Hechos no se hable de la labor
evangelizadora de muchos de ellos: señal de que se dispersaron muy pronto y de
que, a pesar de eso, la tradición de los nombres de quienes eran los Apóstoles
estaba muy firmemente asentada.
San Marcos (3,13-15) dice que
Jesús: “subiendo al monte llamó a los que él quiso, y fueron donde él estaba. Y
constituyó a doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con
potestad de expulsar demonios”. Señala de esa manera la iniciativa de Jesús y
la función del grupo de los Doce: estar con él y ser enviados a predicar con la
misma potestad que tiene Jesús. Los otros evangelistas —San Mateo (10,1) y San
Lucas (6,12-13)— se expresan en tonos parecidos.
A lo largo del evangelio se
percibe cómo acompañan a Jesús, participan de su misión y reciben una enseñanza
particular. Los evangelistas no esconden que muchas veces no entienden las
palabras del Señor y que el abandonaron en el momento de la prueba. Pero
señalan también la confianza renovada que les otorga Jesucristo.
Es muy significativo que el
número de los elegidos sea Doce. Este número remite a las doce tribus de Israel
(cfr Mt 19,28; Lc 22,30; etc.), y no a otros números comunes en el tiempo —los
miembros del Sanedrin eran 71, los miembros del Consejo en Qumrán 15 ó 16 y los
miembros adultos necesarios para el culto en la sinagoga, 10—, por lo que
parece claro que se señala de esta manera que Jesús no quiere restaurar el
reino de Israel (Hch 1,6) —sobre la base de la tierra, el culto y el pueblo—
sino instaurar el Reino de Dios sobre la tierra. A ello apunta también el hecho
de que, antes de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, Matías ocupe el
lugar que Judas Iscariote y complete el número de los doce (Hch 1,26).
Fuente Bibliografica: https://gloria.tv/post/JqTWtDb6xqjP3GJh1xozW1HCT
No hay comentarios:
Publicar un comentario