domingo, 31 de marzo de 2019

LA PRESENTE EDICIÓN ESTARÁ VIGENTE DEL 01 AL 07 DE ABRIL 2019.

En esta décima tercera edición de este año vamos a dar respuesta a las quince preguntas que nos fueron planteadas por nuestros amigos y amigas lectores. Y que nuestro biblista y teólogo cibernético va a tratar de responder.
Es muy importante tener claro que lo más importante cuando escudriñamos la Biblia es estar seguros de que hemos comprendido todo el significado de las palabras y sobre todos de algunos conceptos relacionados con la época en que se realizaron los hechos. Así es que comenzamos con nuestro encuentro de esta décima tercera semana del 2019.

1 ¿Qué me puede cantar del apóstol Tomas?

Del apóstol Tomáis hablan poco los evangelios. Juan es el que lo nombra en más ocasiones, le da el sobrenombre de “el mellizo”, y lo presenta como un incrédulo. Sin embargo, le deseo compartir los siguientes detalles sobre su trayectoria: Se habla a menudo de la incredulidad de Tomás, pero se olvida mencionar que era también un hombre valiente.


Tomás, llamado Dídimo (el Mellizo), forma parte del pequeño grupo de discípulos elegidos por Jesús en los primeros días de su vida pública, para que fueran sus apóstoles. Es «uno de los Doce», como precisa San Juan.


El propio Juan nos relata diversas intervenciones de Tomás, que nos revelan su carácter. Cuando Jesús se preparar para partir hacia Betania en el momento de la muerte de Lázaro, corre peligro y los discípulos le recuerdan: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos» (Jn 11, 8). Tomás dice a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él» (Jn 11, 16). En esta palabra se prefigura el martirio futuro de quien, desde el principio, ha entregado su vida a Jesús.
Cuando en la Última Cena Jesús anuncia su partida, es Tomás, sin duda con un nudo en la garganta, el que pregunta: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14, 5). Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Pero Tomás debe su celebridad a sus preguntas y sus dudas. Cuando vuelve, no se sabe de dónde, y los discípulos le dicen: «Hemos visto al Señor» (Jn 20, 25), él dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25). Para la posteridad, recibió el calificativo de Incrédulo.
Es gracias a esta incredulidad, a este espíritu científico -podríamos decir-, que cree sólo en lo que ha verificado, que tenemos la certeza que nos habita. A menudo olvidamos que Tomás es, sobre todo, el primero que ante el misterio de las llagas de Cristo resucitado dio a Jesús su título verdadero. Para confesar su fe en Jesús, dijo: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).
Tomás evangelizó el sur de la India, donde se le considera el fundador de la Iglesia india. Su tumba se encuentra en este país, en la basílica de Santo Tomás, en Chennai. Se le atribuye un evangelio apócrifo: el evangelio de Tomás.
Según el cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon, «Santo Tomás es un maravilloso compañero de Cristo que nos ayuda a vivir nuestra vocación de discípulos».

2. ¿Qué se sabe del apóstol Matías?

San Matías Apóstol fue elegido apóstol después de la muerte de Nuestro Señor para sustituir a Judas Iscariote tras la traición de este a Jesús y su posterior suicidio, según nos dice la Santa Biblia en los Hechos de los Apóstoles. Su llamado como apóstol fue el único en que no fue hecho personalmente por Jesús, porque nuestro Salvador ya había ascendido al cielo, y también se hizo antes de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia primitiva.
La Santa Biblia narra de la siguiente manera su elección: “Después de la Ascensión de Jesús, Pedro dijo a los demás discípulos: Hermanos, en Judas se cumplió lo que de él se había anunciado en la Sagrada Escritura: con el precio de su maldad se compró un campo. Se ahorcó, cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. El campo comprado con sus 30 monedas se llamó Haceldama, que significa: “Campo de sangre”. El salmo 69 dice: “su puesto queda sin quién lo ocupe, y su habitación queda sin quién la habite”, y el salmo 109 ordena: “Que otro reciba su cargo”.
“Conviene entonces que elijamos a uno que reemplace a Judas. Y el elegido debe ser de los que estuvieron con nosotros todo el tiempo en que el Señor convivió con nosotros, desde que fue bautizado por Juan Bautista hasta que resucitó y subió a los cielos”.
Los discípulos presentaron dos candidatos: José, hijo de Sabas y Matías. Entonces oraron diciendo: “Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cual de estos dos eliges como apóstol, en reemplazo de Judas”.
Echaron suertes y la suerte cayó en Matías y fue admitido desde ese día en el número de los doce apóstoles (Hechos de los Apóstoles, capítulo 1).
El Espíritu Santo descendió sobre él en Pentecostés y San Matías Apóstol se entregó como misionero de Jesús. Clemente de Alejandría afirma que se distinguió por la insistencia con que predicaba la necesidad de mortificar la carne para dominar la sensualidad. Esta lección la había aprendido del mismo Jesucristo.
Según la tradición, predicó primero en Judea y luego en otros países. Los griegos sostienen que evangelizó la Capadocia y las costas del Mar Caspio, que sufrió persecuciones de parte de los pueblos bárbaros donde misionó y obtuvo finalmente la corona del martirio en Cólquida. Los “Menaia” griegos sostienen que fue crucificado. Se dice que su cuerpo estuvo mucho tiempo en Jerusalén y que Santa Elena lo transladó a Roma. San Matias Apostol es el santo del día 14 de mayo.

3. ¿Qué significaba para los judíos el ayuno que Dios quiere?
En Israel, la penitencia de ayunar aparece como una forma de humillación del hombre ante Dios. Se practicaba para dar más eficacia a la oración, en momentos de peligro o de prueba. Había días de ayuno, en los que la ley religiosa determinaba que todo el pueblo debía abstenerse de comer, en recuerdo de grandes calamidades nacionales o para pedir la ayuda divina. También se podía ayunar por devoción personal.
En tiempos de Jesús, se había ido dando cada vez una mayor importancia a esta práctica. Los fariseos tenían costumbre de ayunar dos veces por semana, los lunes y los jueves. Juan el Bautista, por sus orígenes esenios, inculcaría seguramente en sus discípulos la necesidad del ayuno.
El ayuno, como otras devociones religiosas, fue criticado duramente por los profetas de Israel. Había llegado a convertirse en una especie de chantaje espiritual por el que los hombres injustos pensaban ganarse el favor de Dios, olvidando lo esencial de la actitud religiosa: la justicia. Con el culto, con incienso y oraciones, con duras penitencias, buscaban hacer méritos ante Dios y así salvarse.
Los profetas clamaron contra esta caricatura de Dios y de la religión y dejaron bien claro cuál era “el ayuno que Dios quiere”: liberar a los oprimidos, compartir el pan, abrir las puertas de las cárceles (Isaías 58, 1-12). Jesús consagró definitivamente el mensaje de los profetas. En la primera comunidad cristiana se aceptó la práctica del ayuno como una preparación para la elección de los dirigentes de la Iglesia (Hechos 13, 2-3), pero en ninguna de las cartas de los apóstoles se menciona el ayuno.

3. ¿Cómo era el carácter de Jesús?

Jesús fue un hombre alegre, a quien los que ayunaban acusaron de borracho y de glotón (Mateo 7, 33-34). Y comparó varias veces el Reino de Dios con un banquete, con una boda, con una fiesta. Ninguna de las prácticas tradicionales de penitencia de algunos grupos cristianos tiene sus raíces en Jesús de Nazaret.
Por otra parte, es justo y necesario tener muy presente que Jesús demostró que lo más importante que podemos hacer es amar. La Biblia nos dice “La clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio.” (Gálatas 5:22-23) Una vez algunos expertos en la ley religiosa se reunieron para preguntarle al respecto. “Uno de ellos, experto en la ley religiosa, intentó tenderle una trampa con la siguiente pregunta: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante en la ley de Moisés?’
Jesús contestó: ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el primer mandamiento y el más importante. Hay un segundo mandamiento que es igualmente importante: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. Toda la ley y las exigencias de los profetas se basan en estos dos mandamientos”. (Mateo 22:35-40).
Jesús también era misericordioso. Una vez los maestros religiosos trajeron a una mujer sorprendida en el acto de adulterio. “La pusieron en medio de la multitud. ‘Maestro —le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla; ¿tú qué dices?’. Intentaban tenderle una trampa para que dijera algo que pudieran usar en su contra.
Pero Jesús se inclinó y escribió con el dedo en el polvo. Como ellos seguían exigiéndole una respuesta, él se incorporó nuevamente y les dijo: ‘¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!’. Luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el polvo.
Al oír eso, los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad, hasta que quedaron solo Jesús y la mujer en medio de la multitud. Entonces Jesús se incorporó de nuevo y le dijo a la mujer: ‘¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ni uno de ellos te condenó?’
‘Ni uno, Señor’, dijo ella.
‘Yo tampoco —le dijo Jesús—. Vete y no peques más’.” (Juan 8:3-13)
Jesús era justo y amoroso. Él llamaba a la gente a la rectitud y confrontaba el pecado. Pero a la misma vez Él era misericordioso y compasivo con aquellos que venían a Él por perdón. El sentia pena aun por aquellos que no venían a Dios. Hablando de la ciudad de Jerusalén, Él dijo: “¡Oh, Jerusalén, Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y apedrea a los mensajeros de Dios! Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina protege a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me dejaste”. (Lucas 13:34)
Su amor no tenía límites. Jesús viajó alrededor de Israel sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos y consolando a aquellos que estaban tristes. No hacía diferencia alguna si la gente era rica o pobre. Él compartió el amor de Dios a todos aquellos que venían a Él.
No todos podemos vivir la misma vida que Jesús, pero ¿qué cosas Él hizo que Él le está llamando a usted hacer? ¿No está seguro? Pida ayuda de un cristiano.
4. ¿Qué significaba el pan de cada día?
En Israel los pobres dormían en esteras de paja, extendidas sobre la tierra y se cubrían con sus mantos. Usar cama para dormir era un lujo.
Sólo los ricos disponían de una especie de camas, no exactas a las actuales, que en algunas ocasiones les servían durante el día como mesas para comer. Las esteras solían hacerse a partir de una tira larga de fibra que después se cosía en espiral.
Jesús mostraba su carácter compasivo en cada ocasión en que presenció una necesidad humana. También mostró agudeza en su percepción de las cosas, aparte de ser omnisciente. Como producto de su deidad, se fijaba en lo que sucedía dondequiera que iba, y aún hoy en día lo hace, observando lo que está sucediendo, prestando atención.
Los ojos de Jesús y su corazón son uno. Lo que Él observa, lo siente en su corazón, y cuando hay injusticia, se molesta; cuando hay pobreza, se conduele; cuando hay abuso, se incomoda; cuando hay dolor, se entristece; cuando hay necesidad, de inmediato quiere hacer algo para solucionar el asunto. Él es el Dios que se identifica con tu situación, no importa cómo ocurrió ese problema. Él siente en su corazón todo lo que te aqueja.
Por lo tanto, cuando Jesús dice: «Bienaventurados los que lloran», está hablando de aquellos que se conectan con su corazón, que cuando ven al perdido se conmueven en su espíritu al igual que Él; aquellos que cuando observan el pecado, no son indiferentes a tal asunto, y cuando perciben la injusticia, se molestan.
Los que desean ser ministros de Jesucristo deben tener un corazón sensible a la necesidad humana, porque la Palabra de Dios promete que de esta manera Él muestra su consuelo. Sin embargo, si no lloras, no hay consuelo. Es decir, si no te conmueves, si tu corazón no se identifica, no hay consolación. Los que lloran son aquellos que cargan la responsabilidad del dolor que Jesús siente cuando se identifica con el sufrimiento de alguien. ¡Esto es estar conectado a él, ser uno con Jesús! ¡Qué experiencia tan maravillosa! No obstante, solo pueden vivirla los que no se muestran indiferentes ante la necesidad humana. El día en que te vuelves insensible a la necesidad humana, es el día en que te desconectas de Jesús.
«Los que lloran» son los que se identifican con los planes de Dios, con la voluntad divina de convertirse en la solución que necesita la humanidad, a fin de que experimente de forma personal que Él es el Dios que se preocupa por ellos.
Entonces, luego de esa identificación, tiene lugar una acción. A tales, según afirma la Palabra, Dios les ha prometido consuelo, «ellos recibirán consolación».
Fíjate que las Escrituras no dicen que quizás la reciban, o que la recibirán de vez en cuando. Ellas declaran categóricamente que la recibirán, es decir, que esto es algo seguro.
Existe una consolación, hay una promesa que viene como un consuelo si te identificas con el sentir de Jesús hacia cierta persona o una situación determinada.
Ahora bien, resulta necesario que entendamos lo que la consolación significa en este caso. La idea que muchos tienen del consuelo implica que alguien «les pase la mano», como se dice popularmente. O como se hace con los niños, que les regalen algo para reconfortarlos. Sin embargo, la consolación de Dios comprende mucho más que eso. Está motivada por tu llanto o tu clamor. Cuando te conviertes en el bienaventurado que llora, elevas una oración poderosa, quizás la más poderosa que se escucha en el cielo. Cuando pones la mirada en la necesidad de alguien y te identificas con ese dolor, estás orando profunda e intensamente, y en los cielos el clamor de tu corazón retumba.
Así que no tienes que decir ninguna palabra, cuando estás llorando y tu corazón se ha identificado, la respuesta se genera en el cielo de inmediato. Esta es la forma en que Dios envía su consuelo.
 ―Tomado del libro Bienaventurados los discípulos por Frank López. Publicado por Casa Creación. Usado con permiso.
5. ¿Como oraba Jesús? ¿Qué tenia de particular?

En varias ocasiones el evangelio se refiere a la costumbre de Jesús de rezar en el silencio de la noche (Lucas 5, 16). Jesús cumpliría con las oraciones tradicionales en su pueblo: al amanecer, al atardecer, antes de las comidas y los sábados en la sinagoga. Pero lo que llamó la atención de sus contemporáneos fue su forma personal, confiada y constante, de hablar con Dios, al margen de las leyes litúrgicas.
Por otra parte, en su oración, Jesús rezaba por otros y así consta varias veces en los evangelios (Lucas 22, 31-32; Juan 14, 15-16). Esto fue muy significativo. En Israel no era frecuente la costumbre de que unos pidieran por otros. Interceder por los demás era propio del pro­feta, del hombre que sentía responsabilidad y preocupación por los problemas de su pueblo.
Todos reconocemos en Jesús a un verdadero modelo de hombre de oración. Desde niños la catequesis nos ha presentado este aspecto central en la vida de Jesús. Sin embargo, ¿cuánto sabemos, en realidad, de la oración en la vida de Jesús? y, ¿cuánto de lo que sabemos tiene una sólida base bíblica? Los evangelistas, en especial, Lucas, nos presentan varios rasgos de la oración de Jesús. Conocer estas características puede animar nuestra propia vida de oración y renovar nuestra fe.
Para comenzar, amigo lector, te quiero pedir dos cosas:  - Primero. Hacer el esfuerzo intelectual de dejar de lado (por el momento) todas las opiniones, juicios de valor, detalles, etcétera, que recuerdes sobre la oración de Jesús. Aunque pueda ser díficil, te pido que te acerques al tema como si fuera la primera vez que escuchas de él. La intención de esto: dejarse sorprender por la Palabra de Dios. Intentar escuchar su voz. Encontrarse con el Jesús que nos transmiten los evangelios. No buscar justificaciones a nuestras creencias, sino dejar que sea Dios quien nos hable, a través de su palabra escrita.
- Segundo. Con la Biblia en la mano te invito a realizar un ejercicio muy instructivo. Recorrer los cuatro evangelios anotando las citas de todos los momentos en que Jesús aparece orando o se hace referencia a la actitud de oración de Jesús. A continuación vas a encontrar una lista ya hecha. Puedes seguir adelante, si te interesa leer de corrido el artículo. Pero lo que realmente vale la pena, es recorrer lentamente cada página del evangelio, para encontrarte con Jesús orando. Sólo así, podrás tener una visión más integral del sentido de la oración en su vida, y, de las características de su estilo de oración.

6. ¿Cómo era visto Jesús por la gente cuando oraban?

En las oraciones de las gentes sencillas de Israel Dios era visto como un rey lejano. Rezar se entendía como una forma de rendirle homenaje. Y así como ante los reyes había que cumplir con un ceremonial, igual en la oración.
Por eso existía la tendencia a usar fórmulas fijas, solemnes, establecidas por antiguas tradiciones. La oración estaba también ligada a la idea del mérito. Se entendía que rezando se conseguían favores de Dios. Y si se recomendaba la oración comunitaria era porque así llegaba con más fuerza al cielo.

7. ¿Qué significado tuvo cuando Jesús enseño el padre Nuestros a sus discípulos?

Al enseñar a sus discípulos la oración del Padrenuestro, Jesús se apartó de las costumbres religiosas de su pueblo y de su tiempo.
Es preciso acotar que las oraciones que rezaban los israelitas se recitaban en hebreo. El Padrenuestro es, en cambio, una oración en arameo, la lengua que hablaba la gente.
En la lengua materna de Jesús, el Padrenuestro suena así: “Abba, yitqaddás semaj, teté maljutáj…” Jesús llamó a Dios “Abba” y enseñó a sus amigos a invocar a Dios con esta palabra tan familiar de la lengua aramea. “Abba” significa papá, papaíto. “Abba” e “imma” (papá, mamá) son las palabras de los primeros balbuceos infantiles.
Para los contemporáneos de Jesús era inconcebible e irrespetuoso dirigirse a Dios con tanta espontaneidad. Así, Jesús sacó la oración del ambiente litúrgico y sagrado en donde la había colocado la tradición de Israel, para situarla en el marco de lo cotidiano.
En toda la extensa literatura de oraciones del judaísmo antiguo no se encuentra ni un solo ejemplo en el que se invoque a Dios como “Abba”, ni en las plegarias litúrgicas ni en las privadas.
En el Padrenuestro, más que una fórmula fija para la oración, Jesús propuso una nueva relación de confianza con Dios. De las dos versiones que dan los evangelios del Padrenuestro (Mateo 6, 9-13 y Lucas 11, 2-4), la de Lucas es la más antigua y conserva las palabras más originales de Jesús.

8. ¿Qué es el Santo Grial? ¿Qué relación tiene con el Santo Cáliz?


La palabra “grial” etimológicamente viene del latín tardío “gradalis” o “gratalis”, que deriva del latín clásico “crater”, vaso. En los libros de caballería de la Edad Media se entiende que es el recipiente o copa en que Jesús consagró su sangre en la última cena y que después utilizó José de Arimatea para recoger la sangre y el agua que se derramó al lavar el cuerpo de Jesús. Años después, según esos libros, José se lo llevó consigo a las islas británicas (ver la pregunta ¿Quién fue José de Arimatea?) y fundó una comunidad de custodios de la reliquia, que más tarde quedaría vinculada a los Templarios. Esta leyenda es probable que naciera en el País de Gales, inspirándose en fuentes antiguas latinizadas, como podrían ser las Actas de Pilato, una obra apócrifa del siglo V. Con la saga céltica de Perceval o Parsifal, vinculada al ciclo del rey Arturo y desarrollada en obras como Le Conte du Graal, de Chrétien de Troyes, Percival, de Wolfram von Eschenbach, o Le Morte Darthur, de Thomas Malory, la leyenda se enriquece y difunde. El Grial se convierte en una piedra preciosa, que, guardada durante un tiempo por ángeles, fue confiada a la custodia de los caballeros de la orden del Santo Grial y de su jefe, el rey del Grial. Todos los años, el Viernes Santo, baja una paloma del cielo y, después de depositar una oblea sobre la piedra, renueva su virtud y fuerza misteriosa, que comunica una perpetua juventud y puede saciar cualquier deseo de comer y beber. De vez en cuando, unas inscripciones en la piedra revelan quiénes están llamados a la bienaventuranza eterna en la ciudad del Grial, en Montsalvage.
Esta leyenda, por su temática, está vinculada al cáliz que utilizó Jesús en la última cena y sobre el que existen varias tradiciones antiguas. Fundamentalmente son tres. La más antigua es del siglo VII, según la cual un peregrino anglosajón afirma haber visto y tocado en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén el cáliz que empleó Jesús. Era de plata y tenía a la vista dos asas.

Una segunda tradición dice que ese cáliz es el que se conserva en la catedral de San Lorenzo de Génova. Se le llama el Sacro catino. Es un cristal verde parecido a un plato, que habría sido llevado a Génova por los cruzados en el siglo XII. Según una tercera tradición, el cáliz de la última cena es el que se conserva en la catedral de Valencia (España) y se venera como el Santo Cáliz. Se trata de una copa de calcedonia de color muy oscuro, que habría sido llevada por San Pedro a Roma y utilizada allí por sus sucesores, hasta que en el siglo III, debido a las persecuciones, es entregada a la custodia de San Lorenzo, quien la lleva a Huesca. Después de haber estado en diversos lugares de Aragón habría sido trasladada a Valencia en el siglo XV.

Las horas que precedieron a la Pasión y Muerte de Jesús quedaron grabadas con singular fuerza en la memoria y el corazón de quienes estuvieron con él. Por eso, en los escritos del Nuevo Testamento se conservan bastantes detalles acerca de lo que Jesús hizo y dijo en su última cena. Según Joachim Jeremias es uno de los episodios mejor atestiguados de su vida. En esa ocasión estaba Jesús sólo con los doce Apóstoles (Mt 26,20; Mc 14,17 y 20; Lc 22,14). No le acompañaban ni María, su madre, ni las santas mujeres.

Según el relato de San Juan, al comienzo, en un gesto cargado de significado, Jesús lava los pies a sus discípulos dando así ejemplo humilde de servicio (Jn 13,1-20). A continuación tiene lugar uno de los episodios más dramáticos de esa reunión: Jesús anuncia que uno de ellos lo va a traicionar, y ellos se quedan mirando unos a otros con estupor ante lo que Jesús está diciendo y Jesús de un modo delicado señala a Judas (Mt 26,20-25; Mc 14,17-21; Lc 22,21-23 y Jn 13,21-22).
En la propia celebración de la cena, el hecho más sorprendente fue la institución de la Eucaristía. De lo sucedido en ese momento se conservan cuatro relatos ―los tres de los sinópticos (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20) y el de San Pablo (1 Co 11,23-26)―, muy parecidos entre sí. Se trata en todos los casos de narraciones de apenas unos pocos versículos, en las que se recuerdan los gestos y las palabras de Jesús que dieron lugar al Sacramento y que constituyen el núcleo del nuevo rito: «Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: —Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19 y par.).
Son palabras que expresan la radical novedad de lo que estaba sucediendo en esa cena de Jesús con sus Apóstoles con respecto a las cenas ordinarias. Jesús en su Última Cena no entregó pan a los que con él estaban en torno a la mesa, sino una realidad distinta bajo las apariencias de pan: «Esto es mi cuerpo». Y trasmitió a los Apóstoles que estaban allí el poder necesario para hacer lo que Él hizo en aquella ocasión: «Haced esto en memoria mía».
Al final de la cena también sucede algo de singular relevancia: «Del mismo modo el cáliz después de haber cenado, diciendo: —Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20 y par.).
Los Apóstoles comprendieron que si antes habían asistido a la entrega de su cuerpo bajo las apariencias del pan, ahora les daba a beber su sangre en un cáliz. De este modo, la tradición cristiana percibió en este recuerdo de la entrega por separado de su cuerpo y su sangre un signo eficaz del sacrificio que pocas horas después habría de consumarse en la cruz.
Además, durante todo ese tiempo, Jesús iba hablando con afecto dejando en el corazón de los Apóstoles sus últimas palabras. En el evangelio de San Juan se conserva la memoria de esa larga y entrañable sobremesa. En esos momentos se sitúa el mandamiento nuevo, cuyo cumplimiento será la señal distintiva del cristiano: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,34-35).


10. ¿Por qué condenaron a muerte a Jesús?
La figura Jesús de Nazaret se iba haciendo muy controvertida conforme avanzaba su predicación. Las autoridades religiosas de Jerusalén se mostraban inquietas con el revuelo que el maestro llegado de Galilea para la Pascua había suscitado entre el pueblo. Las elites imperiales también, ya que en unos tiempos en que periódicamente había rebrotes de alzamientos contra la ocupación romana encabezados por líderes locales que apelaban al carácter propio de los judíos, las noticias que les llegaban acerca de este maestro que hablaba de prepararse para la llegada de un «reino de Dios» no resultaban nada tranquilizadoras. Unos y otros estaban, pues, prevenidos contra él, aunque por diversos motivos.
Jesús fue detenido y su caso fue examinado ante el Sanedrín. No se trató de un proceso formal, con los requerimientos que más tarde se recogerían en la Misná (Sanhedrin IV, 1) —y que exigen entre otras cosas que se tramite de día—, sino de un interrogatorio en domicilios particulares para contrastar las acusaciones recibidas o las sospechas que se tenían acerca de su enseñanza. En concreto, sobre su actitud crítica hacia el templo, el halo mesiánico en torno a su persona que provocaba con sus palabras y actitudes y, sobre todo, acerca de la pretensión que se le atribuía de poseer una dignidad divina. Más que las cuestiones doctrinales en sí mismas, tal vez lo que realmente preocupaba a las autoridades religiosas era el revuelo que temían provocase contra los patrones establecidos. Podría dar lugar a una agitación popular que los romanos no tolerarían, y de la que se podría derivar una situación política peor de la que mantenían en ese momento.

Estando así las cosas trasladaron la causa a Pilato, y el contencioso legal contra Jesús se llevó ante la autoridad romana. Ante Pilato se expusieron los temores de que aquel que hablaba de un «reino» podría ser un peligro para Roma. El procurador tenía ante él dos posibles fórmulas para afrontar la situación. Una de ellas, la coercitio («castigo, medida forzosa») que le otorgaba la capacidad de aplicar las medidas oportunas para mantener el orden público.

Amparándose en ella podría haberle infligido un castigo ejemplar o incluso haberlo condenado a muerte para que sirviera como escarmiento. O bien, podía establecer una cognitio(«conocimiento»), un proceso formal en que se formulaba una acusación había un interrogatorio y se dictaba una sentencia de acuerdo con la ley.

Parece que hubo momentos de duda en Pilato acerca del procedimiento, aunque finalmente optó por un proceso según la fórmula más habitual en las provincias romanas, la llamada cognitio extra ordinem, es decir un proceso en el que el propio pretor determinaba el procedimiento y él mismo dictaba sentencia. Así se desprende de algunos detalles aparentemente accidentales que han quedado reflejados en los relatos: Pilato recibe las acusaciones, interroga, se sienta en el tribunal para dictar sentencia (Jn 19,13; Mt 27,19), y lo condena a muerte en la cruz por un delito formal: fue ajusticiado como «rey de los judíos» según se hizo constar en el titulus crucis.

Las valoraciones históricas en torno a la condena a muerte a Jesús han de ser muy prudentes, para no realizar generalizaciones precipitadas que lleven a valoraciones injustas. En concreto, es importante hacer notar —aunque es obvio— que los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús. «Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 598).


Nos debe quedar muy claro que Jesús murió clavado en una cruz el día 14 de Nisán, viernes 7 de abril del año 30. Así se puede deducir del análisis crítico de los relatos evangélicos, contrastados con las alusiones a su muerte trasmitidas en el Talmud (cfr. TB, Sanhedrin VI,1; fol. 43a).
La crucifixión era una pena de muerte que los romanos aplicaban a esclavos y sediciosos. Tenía un carácter infamante, por lo que de suyo no podía aplicarse a un ciudadano romano, sino sólo a los extranjeros. Desde que la autoridad romana se impuso en la tierra de Israel hay numerosos testimonios de que esta pena se aplicaba con relativa frecuencia. El procurador de Siria Quintilio Varo había crucificado en el año 4 a.C. a dos mil judíos como represalia por una sublevación.
Por lo que se refiere al modo en que pudo ser crucificado Jesús son de indudable interés los descubrimientos realizados en la necrópolis de Givat ha-Mivtar en las afueras del Jerusalén. Allí se encontró la sepultura de un hombre que fue crucificado en la primera mitad del siglo I d.C., es decir, contemporáneo de Jesús. La inscripción sepulcral permite conocer su nombre: Juan, hijo de Haggol. Mediría 1,70 de estatura y tendría unos veinticinco años cuando murió.

 No hay duda de que se trata de un crucificado ya que los enterradores no pudieron desprender el clavo que sujetaba sus pies, lo que obligó a sepultarlo con el clavo, que a su vez conservaba parte de la madera. Esto ha permitido saber que la cruz de ese joven era de madera de olivo. Parece que tenía un ligero saliente de madera entre las piernas que podría servir para apoyarse un poco, utilizándolo como asiento, de modo que el reo pudiera recuperar un poco las fuerzas y se prolongara la agonía evitando con ese respiro una muerte inmediata por asfixia que se produciría si todo el peso colgara de los brazos sin nada en que apoyarse.

Las piernas estarían ligeramente abiertas y flexionadas. Los restos encontrados en su sepultura muestran que los huesos de las manos no estaban atravesados ni rotos. Por eso, lo más probable es que los brazos de ese hombre fueran simplemente atados con fuerza al travesaño de la cruz (a diferencia de Jesús, al que sí clavaron). Los pies, en cambio habían sido atravesados por los clavos.

Uno de ellos seguía conservando fijado un clavo grande y bastante largo. Por la posición en que está podría pensarse que el mismo clavo hubiera atravesado los dos pies del siguiente modo: las piernas estarían un poco abiertas y el poste quedaría entre ambas, la parte izquierda del tobillo derecho y la parte derecha del izquierdo estarían apoyados en los lados del poste transversal, el largo clavo atravesaría primero un pie de tobillo a tobillo, después el poste de madera y después el otro pie. El suplicio era tal que Cicerón calificaba a la crucifixión como «el mayor suplicio», «el más cruel y terrible suplicio», «el peor y el último de los suplicios, el que se inflige a los esclavos» (In Verrem II, lib. V, 60-61).
Sin embargo, para acercarse a la realidad de lo que supuso la muerte de Jesús en la cruz no basta con quedarse en los dolorosos detalles trágicos que la historia es capaz de ilustrar, pues la realidad más profunda es la que confiesa «que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras» (1 Co 15,3). En su entrega generosa a la muerte de Cruz manifiesta la magnitud del amor de Dios hacia todo ser humano: «Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8).

La resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas. Los Apóstoles dieron testimonio de lo que habían visto y oído. Hacia el año 57 San Pablo escribe a los Corintios: «Porque os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y después a los doce» (1 Co 15,3-5).
Cuando, actualmente, uno se acerca a esos hechos para buscar lo más objetivamente posible la verdad de lo que sucedió, puede surgir una pregunta: ¿de dónde procede la afirmación de que Jesús ha resucitado? ¿Es una manipulación de la realidad que ha tenido un eco extraordinario en la historia humana, o es un hecho real que sigue resultando tan sorprendente e inesperable ahora como resultaba entonces para sus aturdidos discípulos?
A esas cuestiones sólo es posible buscar una solución razonable investigando cuáles podían ser las creencias de aquellos hombres sobre la vida después de la muerte, para valorar si la idea de una resurrección como la que narraban es una ocurrencia lógica en sus esquemas mentales.
De entrada, en el mundo griego hay referencias a una vida tras la muerte, pero con unas características singulares. El Hades, motivo recurrente ya desde los poemas homéricos, es el domicilio de la muerte, un mundo de sombras que es como un vago recuerdo de la morada de los vivientes. Pero Homero jamás imaginó que en la realidad fuese posible un regreso desde el Hades. Platón, desde una perspectiva diversa había especulado acerca de la reencarnación, pero no pensó como algo real en una revitalización del propio cuerpo, una vez muerto. Es decir, aunque se hablaba a veces de vida tras la muerte, nunca venía a la mente la idea de resurrección, es decir, de un regreso a la vida corporal en el mundo presente por parte de individuo alguno.

En el judaísmo la situación es en parte distinta y en parte común. El sheol del que habla el Antiguo Testamento y otros textos judíos antiguos no es muy distinto del Hades homérico. Allí la gente está como dormida. Pero, a diferencia de la concepción griega, hay puertas abiertas a la esperanza. El Señor es el único Dios, tanto de los vivos como de los muertos, con poder tanto en el mundo de arriba como en el sheol. Es posible un triunfo sobre la muerte. En la tradición judía, aunque se manifiestan unas creencias en cierta resurrección, al menos por parte de algunos. También se espera la llegada del Mesías, pero ambos acontecimientos no aparecen ligados. Para cualquier judío contemporáneo de Jesús se trata, al menos de entrada, de dos cuestiones teológicas que se mueven en ámbitos muy diversos. Se confía en que el Mesías derrotará a los enemigos del Señor, restablecerá en todo su esplendor y pureza el culto del templo, establecerá el dominio del Señor sobre el mundo, pero nunca se piensa que resucitará después de su muerte: es algo que no pasaba de ordinario por la imaginación de un judío piadoso e instruido.
Robar su cuerpo e inventar el bulo de que había resucitado con ese cuerpo, como argumento para mostrar que era el Mesías, resulta impensable. En el día de Pentecostés, según refieren los Hechos de los Apóstoles, Pedro afirma que «Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte», y en consecuencia concluye: «Sepa con seguridad toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis» (Hch 2,36).
La explicación de tales afirmaciones es que los Apóstoles habían contemplado algo que jamás habrían imaginado y que, a pesar de su perplejidad y de las burlas que con razón suponían que iba a suscitar, se veían en el deber de testimoniar.
13. ¿Cuál es la diferencia entre el Seól, el Hades, el infierno, el lago de fuego, el paraíso y el seno de Abraham?

Los diferentes términos utilizados en la Biblia para el cielo y el infierno — Seól , hades, Gehena, el lago de fuego, el paraíso y el seno de Abraham — son objetos de mucho debate y pueden ser confusos.

La palabra "paraíso" se utiliza como sinónimo del "cielo" (
2 Corintios 12:4Apocalipsis 2:7). Cuando Jesús estaba muriendo en la Cruz y uno de los ladrones siendo crucificado con Él le pidió misericordia, Jesús respondió, "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso." (Lucas 23:43). Jesús sabía que Su muerte era inminente y que pronto estaría en el cielo con Su Padre. Jesús habló del paraíso como un sinónimo del "cielo" y la palabra ha llegado a ser asociada a cualquier lugar de belleza ideal y deleite.

El seno de Abraham es mencionado una sola vez en la Biblia — en la historia de Lázaro y el hombre rico (
Lucas 16:19-31). Fue utilizado en el Talmud como un sinónimo para "el cielo". La imagen en la historia es de Lázaro reclinado en una mesa, recostado cerca del pecho de Abraham en el banquete celestial &mdash como Juan se recostó cerca del pecho de Jesús en la Última Cena. Existen diferencias de opinión sobre lo que representa exactamente el seno de Abraham. Quienes creen que el escenario de la historia es un período después de la muerte y resurrección del Mesías ven el seno de Abraham como sinónimo para "el cielo". Quienes creen que el escenario es antes de la crucifixión ven "el seno de Abraham" como otro término para "el paraíso". El escenario es realmente irrelevante para el punto de la historia, el cual es que hombres impíos verán a los justos en felicidad y ellos mismos en tormento, y que existe un "gran abismo" entre ellos (Lucas 16:26, NVI), que nunca va a ser atravesado.

En las Escrituras hebreas, la palabra usada para describir la esfera de los muertos es Seól. Simplemente significa el "lugar de los muertos" o el "lugar de las almas/espíritus difuntos”. La palabra griega del Nuevo Testamento que se utiliza para el "infierno" es hades, que también se refiere a "el lugar de los muertos". La palabra griega gehena se utiliza también en el Nuevo Testamento para el "infierno" y se deriva de la palabra hebrea hinnom. Otras Escrituras en el Nuevo Testamento indican que Seól/Hades es un lugar temporal donde se guardan las almas de los incrédulos mientras esperan la resurrección final y sentencia en el juicio del Gran Trono Blanco. Las almas de los justos van directamente a la presencia de Dios en el momento de la muerte — al cielo/paraíso/el seno de Abraham — (
Lucas 23:432 Corintios 5:8Filipenses 1:23).

El lago de fuego, mencionado sólo en 
Apocalipsis 19:20 y 20:10,14-15, es el infierno final, el lugar de castigo eterno para todos los impenitentes rebeldes, tanto angelicales como humanos (Mateo 25:41). Es descrito como un lugar de fuego y azufre, y aquellos que están allí experimentan una eterna agonía indecible de carácter implacable (Lucas 16:24Marcos 9:45-46). Aquellos que han rechazado a Cristo y están en la morada temporal de los muertos en el Hades/Seól> tienen al lago de fuego como su destino final.

Pero aquellos cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero no deberían tener miedo de este terrible destino. Por la fe en Cristo y Su sangre derramada en la Cruz por nuestros pecados, estamos destinados a vivir eternamente en la presencia de Dios.

14. ¿Qué es el cristianismo y qué creen los cristianos?
Muy interesante pregunta y con gusto se la contesto. Las creencias centrales del cristianismo se resumen en 1 Corintios 15:1-4. Jesús murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó, y por lo tanto ofrece la salvación a todos los que lo recibirán por fe. Único entre todas las otras religiones, el cristianismo tiene que ver más con una relación y no con prácticas religiosas. En lugar de adherirse a una lista de lo que "debe y lo que no debe hacerse", la meta de un cristiano es cultivar un caminar cercano con Dios. Esa relación es posible gracias a la obra de Jesucristo y al ministerio del Espíritu Santo.
Más allá de estas creencias fundamentales, hay muchos otros elementos que son, o al menos deberían ser, indicativos de lo que es el cristianismo y lo que el cristianismo cree. Los cristianos creen que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada, y que su enseñanza es la autoridad final en todos los asuntos de fe y práctica (2ª Timoteo 3:162ª Pedro 1:20-21). Los cristianos creen en un Dios que existe en tres personas, el Padre, el Hijo (Jesucristo), y el Espíritu Santo.

Los cristianos creen que la humanidad fue creada específicamente para tener una relación con Dios, aunque el pecado separa a todos los hombres de Dios (
Romanos 5:12Romanos 3:23). El cristianismo enseña que Jesucristo caminó por esta tierra, completamente como Dios y hombre (Filipenses 2:6-11), y murió en la cruz. Los cristianos creen que después de Su muerte en la cruz, Cristo fue enterrado, resucitó, y ahora vive a la diestra del Padre, intercediendo siempre por los creyentes (Hebreos 7:25). El cristianismo proclama que la muerte de Jesús en la cruz fue suficiente para pagar completamente la deuda del pecado de todos los hombres, y esto es lo que restaura la relación rota entre Dios y el hombre (Hebreos 9:11-14Hebreos 10:10Romanos 6:23Romanos 5:8).

El cristianismo enseña que para ser salvo y poder entrar en el cielo después de la muerte, uno debe poner enteramente su fe en la obra completa de Cristo en la cruz. Si creemos que Cristo murió en nuestro lugar y pagó el precio de nuestros propios pecados, y resucitó, entonces somos salvos. No podemos ser "lo suficientemente buenos" para agradar a Dios por nosotros mismos, porque todos somos pecadores (
Isaías 64:6-7Isaías 53:6). No hay nada más que se deba hacer, porque ¡Cristo ha hecho toda la obra! Cuando estaba en la cruz, Jesús dijo "Consumado es" (Juan 19:30), dando a entender que la obra de redención ya se había cumplido.

Según el cristianismo, la salvación es la libertad de la vieja naturaleza pecaminosa, y la libertad para buscar una correcta relación con Dios. Donde antes éramos esclavos del pecado, ahora somos esclavos de Cristo (
Romanos 6:15-22). Mientras los creyentes vivan en esta tierra en sus cuerpos pecaminosos, habrá una lucha constante contra el pecado. Sin embargo, los cristianos pueden tener victoria en la lucha con el pecado estudiando y aplicando la Palabra de Dios (la Biblia) en sus vidas, y siendo controlados por el Espíritu Santo – es decir, sometiéndose a la dirección del Espíritu en cualquier circunstancia.

De manera que, mientras muchos sistemas religiosos requieren que una persona haga o no ciertas cosas, el cristianismo consiste en creer que Cristo murió en la cruz como pago por nuestros pecados, y que también resucitó. La deuda de nuestro pecado ha sido pagada y podemos tener comunión con Dios. Podemos tener victoria sobre nuestra naturaleza pecaminosa y caminar en comunión y obediencia con Dios. Ese es el verdadero cristianismo bíblico.
15. Para concluir. ¿Vial sería el verdadero significado del Padre Nuestro?

Uno de sus discípulos le pidió a Jesús que los enseñara a orar y Él lo hizo, enseñándoles la oración del Padrenuestro. Es así como Jesús nos regaló esta oración siendo la oración cristiana fundamental, la que todos nos sabemos, grandes y chicos, la que rezamos en la casa, en el colegio, en la universidad, en la Misa. A esta oración también se le llama “Oración del Señor” porque nos la dejó Cristo y en esta oración pedimos las cosas en el orden que nos convienen. Dios sabe que es lo mejor para nosotros. A través del Padrenuestro vamos a hablar con nuestro Padre Dios. Se trata de vivir las palabras de esta oración, no solo de repetirlas sin fijarnos en lo que estamos diciendo. El Padrenuestro está formado por un saludo y siete peticiones que explicare a continuación…

Saludo; PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN E L CIELO. Con esta pequeña frase nos ponemos en presencia de Dios para adorarle, amarle y bendecirle.

¡PADRE!: Al decirle Padre, nosotros nos reconocemos como hijos suyos y tenemos el deseo y el compromiso de portarnos como hijos de Dios, tratar de parecernos a Él. Confiamos en Dios porque es nuestro Padre.

PADRE “NUESTRO”: Al decir Padre Nuestro reconocemos todas las promesas de amor de Dios hacia nosotros. Dios ha querido ser nuestro Padre y Él es un Padre bueno, fiel y que nos ama muchísimo. “Padre Nuestro” porque es mío, de Jesús y de todos los cristianos.

“QUE ESTÁS EN EL CIELO”: El cielo no es un lugar sino una manera de estar. Dios está en los corazones que confían y creen en Él. Dios puede habitar en nosotros si se lo permitimos. Dios no está fuera del mundo, sino que su presencia abarca más allá de todo lo que podemos ver y tocar.

Ahora pasamos a explicar las siete peticiones que se encuentran en el Padre Nuestro: Después de ponernos en presencia de Dios, desde nuestro corazón diremos siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras son para dar gloria al Padre, son los deseos de un hijo que ama a su Padre sobre todas las cosas. Las cuatro últimas le pedimos su ayuda, su gracia.


1.SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: Con esto decimos que Dios sea alabado, santificado en cada nación, en cada hombre. Depende de nuestra vida y de nuestra oración que su nombre sea santificado o no. Pedimos que sea santificado por nosotros que estamos en Él, pero también por los otros a los que todavía no les llega la gracia de Dios. Expresamos a Dios nuestro deseo de que todos los hombres lo conozcan y le estén agradecidos por su amor.
Expresamos nuestro deseo de que el nombre de Dios sea pronunicado por todos los hombres de una manera santa, para bendecirlo y no para blasfemar contra él. Nos comprometemos a bendecir el nombre de Dios con nuestra propia vida.

2.VENGA A NOSOTROS TU REINO: Al hablar del Reino de Dios, nos referimos a hacerlo presente en nuestra vida de todos los días, a tener a Cristo en nosotros para darlo a los demás y así hacer crecer su Reino; y también nos referimos a que esperamos a que Cristo regrese y sea la venida final del Reino de Dios.
Cristo vino a la Tierra por primera vez como hombre y nació humildemente en un establo. En el fin del mundo, cuando llegue la Resurrección de los muertos y el juicio final, Cristo volverá a venir a la Tierra, pero esta vez como Rey y desde ese momento reinará para siempre sobre todos los hombres. Se trata de ayudar en la Evangelización y conversión de todos los hombres. Hacer apostolado para que todos los hombres lo conozcan, lo amen.
Pedimos el crecimiento del Reino de Dios en nuestras vidas, el retorno de Cristo y la venida final su Reino.

3.HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO: La voluntad de Dios, lo que quiere Dios para nosotros es nuestra salvación, es que lleguemos a estar con Él.
Le pedimos que nuestra voluntad se una a la suya para que en nuestra vida tratemos de salvar a los hombres. Que en la tierra el error sea desterrado, que reine la verdad, que el vicio sea destruido y que florezcan las virtudes.

4.DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA: Al decir “danos” nos estamos dirigiendo a nuestro Padre con toda la confianza con la que se dirige un hijo a un padre.
Al decir “nuestro pan” nos referimos tanto al pan de comida para satisfacer nuestras ncesidades materiales como al pan del alma para satisfacer nuestras necesidades espirituales. En el mundo hay hambre de estos dos tipos, por lo que nosotros podemos ayudar a nuestros hermanos necesitados.

5. PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS:
Los hombres pecamos y nos alejamos de Dios, por eso necesitamos pedirle perdón cuando lo ofendemos. Para poder recibir el amor de Dios necesitamos un corazón limpio y puro, no un corazón duro que no perdone los demás.
COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN: Este perdón debe nacer del fondo del corazón. Para esto necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo y recordar que el amor es más fuerte que el pecado.

6. NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
El pecado es el fruto de consentir la tentación, de decir sí a las invitaciones que nos hace el demonio para obrar mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce hacia el pecado, hacia el mal. El Espíritu Santo nos ayuda a decir no a la tentación. Hay que orar mucho para no caer en tentación.

7. Y LÍBRANOS DEL MAL. El mal es Satanás, el ángel rebelde. La pedimos a Dios que nos guarde de las astucias del demonio. Pedimos por los males presentes, pasados y futuros. Pedimos estar en paz y en gracia para la venida de Cristo.
AMÉN: Así sea. Como te das cuenta, al rezar el Padrenuestro, le pides mucha ayuda a Dios que seguramente Él te va a dar y al mismo tiempo te comprometes a vivir como hijo de Dios.


SI DIOS ME LO PERMITE NOS VOLVEMOS A VER
EL 8 DE ABRIL 2019