domingo, 10 de marzo de 2019

ESTA EDICION ESTARA VIDENTE DURANTE LA SEMANA DEL 11 AL 17 DE MARZO 2019.

En esta décima edición de este año vamos a dar respuesta a las quince preguntas que nos fueron planteadas por nuestros amigos y amigas lectores. Y que nuestro biblista y teólogo cibernético va a tratar de responder.
Es muy importante tener claro que lo más importante cuando escudriñamos la Biblia es estar seguros de que hemos comprendido todo el significado de las palabras y sobre todos de algunos conceptos relacionados con la época en que se realizaron los hechos. Así es que comenzamos con nuestro encuentro de esta décima semana del 2019.


1. Se puede negar la existencia histórica de Jesús?
Muy buena pregunta debo decirle que en la actualidad, los análisis históricos más rigurosos coinciden en afirmar con toda certeza incluso prescindiendo por completo de la fe y del empleo de las fuentes históricas cristianas para evitar cualquier posible suspicacia que Jesús de Nazaret existió, vivió en la primera mitad del siglo primero, era judío, habitó la mayor parte de su vida en Galilea, formó un grupo de discípulos que lo siguieron, suscitó fuertes adhesiones y esperanzas por lo que decía y por los hechos admirables que realizaba, estuvo en Judea y Jerusalén al menos una vez, con motivo de la fiesta de la Pascua, fue visto con recelo por parte de algunos miembros del Sanedrín y con prevención por parte de la autoridad romana, por lo que al final fue condenado a la pena capital por el procurador romano de Judea, Poncio Pilato, y murió clavado en una cruz. Una vez muerto, su cuerpo fue depositado en un sepulcro, pero al cabo de unos días el cadáver ya no estaba allí.
Por otra parte, debo agregar que el desarrollo contemporáneo de la investigación histórica permite establecer como probados, al menos esos hechos, que no es poco para un personaje de hace veinte siglos.
No hay evidencias racionales que avalen con mayor seguridad la existencia de figuras como Homero, Sócrates o Pericles por sólo citar algunos muy conocidos, que la que otorgan las pruebas de la existencia de Jesús.  Incluso los datos objetivos, críticamente contrastables, que se tienen sobre estos personajes son casi siempre mucho menores.
Pero desde luego el caso de Jesús es distinto, y no sólo por la honda huella que ha dejado, sino porque las informaciones que proporcionan las fuentes históricas sobre él delinean una personalidad y apuntan a unos hechos que van más lejos de lo imaginable, y de lo que puede estar dispuesto a aceptar quien piense que no hay nada más allá de lo visible y experimentable.
Los datos invitan a pensar que él era el Mesías que habría de venir a regir a su pueblo como un nuevo David, e incluso más: que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Para acoger de veras esa invitación se requiere contar con un auxilio divino, gratuito, que otorga un resplandor a su inteligencia y la capacita para percibir en toda su hondura la realidad en la que vive. Pero se trata de una luz que no desfigura esa realidad, sino que permite captarla con todos sus matices reales, muchos de los cuales escapan a la mirada ordinaria. Es la luz de la fe.

2. ¿Qué datos aportan sobre Jesús las fuentes romanas y judías?
Las primeras menciones de Jesús en documentos literarios fuera de los escritos cristianos se pueden encontrar en algunos historiadores helenistas y romanos que vivieron en la segunda mitad del siglo I o en la primera mitad del siglo II, por lo tanto, bastante cercanos a los acontecimientos.
El texto más antiguo donde se menciona, aunque de un modo implícito, a Jesús fue escrito por un filósofo estoico originario de Samosata en Siria, llamado Mara bar Sarapion, en torno al año 73. Se refiere a Jesús como «sabio rey» de los judíos, y de él se dice que promulgó «nuevas leyes», tal vez en alusión a las antítesis del Sermón de la Montaña (cfr. Mt 5,21-48), y que de nada sirvió a los judíos darle muerte.
La mención explícita de Jesús más antigua y célebre es la que hace el historiador Flavio Josefo (Antiquitates iudaicae XVIII, 63-64) a finales del siglo I, también conocida como el Testimonium Flavianum.

Ese texto que se ha conservado en todos los manuscritos griegos de la obra de Josefo llega a insinuar que podría ser el Mesías, por lo que muchos autores opinan que fue interpolado por los copistas medievales.

Hoy día, los investigadores piensan que las palabras originales de Josefo debían ser muy similares a las que se han conservado en una versión árabe de ese texto citada por Agapio, un obispo de Hierápolis, en el siglo X, donde no figuran las presumibles interpolaciones. Dice así: «Por este tiempo, un hombre sabio llamado Jesús tuvo una buena conducta y era conocido por ser virtuoso. Tuvo como discípulos a muchas personas de los judíos y de otros pueblos. Pilato lo condenó a ser crucificado y morir.

Pero los que se habían hecho discípulos suyos no abandonaron su discipulado y contaron que se les apareció a los tres días de la crucifixión y estaba vivo, y que por eso podía ser el Mesías del que los profetas habían dicho cosas maravillosas».

Entre los escritores romanos del siglo II (Plinio el Joven, Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum eiusdem Responsis liber X, 96; Tácito, AnalesXV, 44; Suetonio, Vida de Claudio, 25,4) hay algunas alusiones a la figura de Jesús y a la acción de sus seguidores.

En las fuentes judías, particularmente en el Talmud, hay también varias alusiones a Jesús y a ciertas cosas que se decían de él que permiten corroborar algunos detalles históricos por unas fuentes que no son nada sospechosas de manipulación cristiana.

Un investigador judío, Joseph Klausner, sintetiza así algunas de las conclusiones que se pueden deducir de los enunciados talmúdicos sobre Jesús: «Hay enunciados confiables en lo que respecta a que su nombre era Yeshua (Yeshu) de Nazaret, que “practicó la hechicería” (es decir, que realizó milagros como era corriente en aquellos días) y la seducción, y que conducía a Israel por mal camino; que se burló de las palabras de los sabios y comentó la Escritura de la misma manera que los fariseos; que tuvo cinco discípulos; que dijo que no había venido para abrogar nada en la Ley ni para añadirle cosa alguna; que fue colgado de un madero (crucificado) como falso maestro y seductor, en víspera de Pascua (que cayó en sábado); y que sus discípulos curaban enfermedades en su nombre» (J. Klausner, Jesús de Nazaret, p. 44).

El resumen que hace, y sus incisos, aunque exigirían precisiones desde el punto de vista histórico, es suficientemente expresivo de lo que se puede deducir de esas fuentes, que no es todo, pero no es poco. Contrastando estos datos con los procedentes de los autores romanos, por tanto, es posible asegurar con certeza histórica que Jesús existió e incluso conocer algunos de los datos más importantes de su vida.

3. ¿Qué son los evangelios canónicos y los apócrifos? ¿Cuáles y cuántos son?

Los evangelios canónicos son los que la Iglesia ha reconocido como aquellos que transmiten auténticamente la tradición apostólica y están inspirados por Dios. Son cuatro y sólo cuatro: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Así lo propuso expresamente San Ireneo de Lyon a finales del s. II (AdvHae. 3.11.8-9) y así lo ha mantenido constantemente la Iglesia, proponiéndolo finalmente como dogma de fe al definir el canon de las Sagradas Escrituras en el Concilio de Trento (1545-1563).
La composición de estos evangelios hunde sus raíces en lo que los apóstoles vieron y oyeron estando con Jesús y en las apariciones que tuvieron de él después de resucitar de entre los muertos. Enseguida los mismos apóstoles, cumpliendo el mandato del Señor, predicaron la buena noticia (o evangelio) acerca de Él y de la salvación que trae a todos los hombres, y se fueron formando comunidades de cristianos en Palestina y fuera de ella (Antioquía, ciudades de Asia Menor, Roma, etc.).
En estas comunidades las tradiciones fueron tomando forma de relatos o de enseñanzas acerca de Jesús, siempre bajo la tutela de los apóstoles que habían sido testigos. En un tercer momento esas tradiciones fueron puestas por escrito integrándolas en una narración a modo de biografía del Señor. Así surgieron los evangelios para uso de las comunidades a las que iban destinados.
El primero al parecer fue Marcos o quizás una edición de Mateo en hebreo o arameo más breve que la actual; los otros tres imitaron ese género literario. En esta labor, cada evangelista escogió algunas cosas de las muchas que se transmitían, sintetizó otras y todo lo presentó atendiendo a la condición de sus lectores inmediatos. Que los cuatro gozaron de la garantía apostólica se refleja en el hecho de que fueron recibidos y transmitidos como escritos por los mismos apóstoles o por discípulos directos de los mismos: Marcos de San Pedro, Lucas de San Pablo.
Los evangelios apócrifos son los que la Iglesia no aceptó como auténtica tradición apostólica, aunque normalmente ellos mismos se presentaban bajo el nombre de algún apóstol. Empezaron a circular muy pronto, pues ya se les cita en la segunda mitad del s. II; pero no gozaban de la garantía apostólica como los cuatro reconocidos y, además muchos de ellos contenían doctrinas que no estaban de acuerdo con la enseñanza apostólica. “Apócrifo” primero significó “secreto” en cuanto que eran escritos que se dirigían a un grupo especial de iniciados y eran conservados en ese grupo; después pasó a significar inauténtico e incluso herético.
A medida que pasó el tiempo el número de esos apócrifos se acrecentó en gran medida tanto para dar detalles de la vida de Jesús que no daban los evangelios canónicos (por ej. los apócrifos de la infancia de Jesús), como para poner bajo el nombre de algún apóstol enseñanzas divergentes de la común en la Iglesia (por ej. evangelio de Tomás). Orígenes de Alejandría (+ 245) escribía: “La Iglesia tiene cuatro evangelios, los herejes, muchísimos”.
Entre las informaciones de los Santos Padres, los conservados por la piedad cristiana, y los atestiguados de un modo u otro en papiros, el número de “evangelios apócrifos” conocidos es algo superior a cincuenta.
4. ¿Qué era el Sanedrín?
El Sanedrín era la Corte Suprema de la ley judía, con la misión de administrar justicia interpretando y aplicando la Torah, tanto oral como escrita. A la vez, ostentaba la representación del pueblo judío ante la autoridad romana.
De acuerdo con una antigua tradición tenía setenta y un miembros, herederos, según se suponía, de las tareas desempeñadas por los setenta ancianos que ayudaban a Moisés en la administración de justicia, más el propio Moisés.

Se desarrolló, integrando representantes de la nobleza sacerdotal y de las familias más notables, posiblemente durante el periodo persa, es decir a partir del siglo V – IV a.C. Se menciona por primera vez, aunque con el nombre de gerousía (consejo de ancianos) en tiempo del rey Antioco III de Siria (223-187 a.C.). Con el nombre de synedrion está atestiguado desde el reinado de Hircano II (63-40 a.C.). En esos momentos lo presidía el monarca asmoneo, que también era sumo sacerdote.

Herodes el Grande al comienzo de su reinado mandó ejecutar a gran parte de sus miembros —cuarenta y cinco, según Flavio Josefo (Antiquitates iudaicae 15,6)—, porque el consejo se había atrevido a recordarle los límites en los que debía moverse su poder. Los reemplazó por personajes sumisos a sus deseos. Durante su reinado, y después en tiempo de Arquelao, el Sanedrín apenas tuvo importancia.

En la época de los gobernadores romanos, también en la de Poncio Pilato, el Sanedrín ejerció de nuevo sus funciones judiciales en procesos civiles y penales, dentro del territorio de Judea. En esos momentos sus relaciones con la administración romana eran fluidas, y el relativo ámbito de autonomía que se le dejó está en consonancia con la política romana en los territorios conquistados. No obstante, lo más probable es que en esos momentos la potestas gladii, es decir, la capacidad de dictar una sentencia de muerte, estuviera reservada al gobernador romano (praefectus) que, como era lo ordinario en esos momentos, habría recibido del emperador amplios poderes judiciales, entre ellos esa potestad. Por lo tanto, el Sanedrín, aunque podía entender de las causas que le eran propias no podía condenar a nadie a muerte.
La reunión de sus miembros durante la noche para interrogar a Jesús no fue sino una investigación preliminar para perfilar las acusaciones que merecían la pena capital para presentarlas, a la mañana siguiente, en contra de Jesús en el proceso ante el prefecto romano.

5. ¿Quiénes eran los zelotes?


Hay dos referencias bíblicas al calificativo “zelote”. La primera está en Lucas 6:15 y la segunda en Hechos 1:13, aunque también lo hallamos como “cananista” (Mt. 10:4Mr. 3:18). En la primera referencia, Lucas está narrando el episodio en que Jesús escogió a sus doce discípulos cercanos, entre ellos a “Simón, al que llamaban el Zelote”. En la segunda, se nombra al mismo discípulo en la historia del aposento alto.
La palabra viene del griego zelotai que significa “celoso”.[1] Para Flavio Josefo, el gran historiador judío, el uso del nombre zelote describe a una secta o partido judío formado antes del año 66 a. C, en el periodo Inter testamentario.
En este periodo surgieron muchos grupos religiosos y políticos movidos por el deseo de generar oposición contra el dominio extranjero. Entre los más recientes estaban los zelotes, quienes se sentían herederos de los macabeos (un movimiento judío de liberación que luchó contra el poder seléucida sobre Palestina).
Los zelotes eran un grupo ultranacionalista que usaba la fuerza y la violencia para mover sus ideales. Buscaban terminar con el dominio romano en Palestina a fin de lograr la independencia política. Lucharon durante varias décadas hasta (según algunos historiadores) más o menos el 70 d. C., año de la caída de Jerusalén.
Para Kirsopp Lake, quien fue profesor de historia en Harvard, los zelotes fueron seguidores de Judas de Galilea, quien fundó en el año 6 d. C. lo que Josefo llama la “cuarta filosofía” de los judíos.[2] Esta filosofía insistía en repudiar a cualquier rey excepto Dios, y algunos libros modernos representan a este grupo como teniendo fuertes esperanzas mesiánicas. Si bien sus ideales religiosos se parecen a los de los fariseos, los zelotes tomaron el camino de la violencia a través de eventos guerrilleros contra los invasores.
                                           
6. ¿Quién fue José de Arimatea?
José de Arimatea aparece mencionado en los cuatro evangelios en el contexto de la pasión y muerte de Jesús. Era oriundo de Arimatea (Armathajim en hebreo), una población en Judá, la actual Rentis, a 10 km al nordeste de Lydda, probablemente el lugar de nacimiento de Samuel (1 S 1,1). Hombre rico (Mt 27,57) y miembro ilustre del sanedrín (Mc 15,43; Lc 23,50), tenía un sepulcro nuevo cavado en la roca, cerca del Gólgota, en Jerusalén. Era discípulo Jesús, pero, como Nicodemo, lo mantenía en oculto por temor a las autoridades judías (Jn 19,38). De él dice Lucas que esperaba el Reino de Dios y no había consentido en la condena de Jesús por parte del sanedrín (Lc 23,51).

En los momentos crueles de la crucifixión no teme dar la cara y pide a Pilatos el cuerpo de Jesús (en el Evangelio de Pedro 2,1; 6,23-24, un apócrifo del siglo II, José lo solicita antes de la crucifixión). Concedido el permiso por el prefecto, descuelga al crucificado, lo envuelve en una sábana limpia y, con ayuda de Nicodemo, deposita a Jesús en el sepulcro de su propiedad, que todavía nadie había utilizado. Tras cerrarlo con una gran roca se marchan (Mt 27,57-60, Mc 15,42-46, Lc 23,50-53 y Jn 19,38-42). Hasta aquí los datos históricos.

A partir del siglo IV surgieron tradiciones legendarias de carácter fantástico en las que se ensalzaba la figura de José. En un apócrifo del siglo V, las Actas de Pilato, también llamado Evangelio de Nicodemo, se narra que los judíos reprueban el comportamiento de José y Nicodemo a favor de Jesús y que, por este motivo, José es enviado a prisión. Liberado milagrosamente aparece en Arimatea. De allí regresa a Jerusalén y cuenta cómo fue liberado por Jesús. Más fabulosa todavía es la obra Vindicta Salvatoris (¿siglo IV?), que tuvo una gran difusión en Inglaterra y Aquitania. En este libro se narra la marcha de Tito al frente de sus legiones para vengar la muerte de Jesús. Al conquistar Jerusalén, encuentra en una torre a José, donde había sido encerrado para que muriera de hambre. Sin embargo, fue alimentado por un manjar celestial.

En los siglos XI-XIII, la leyenda sobre José de Arimatea fue coloreándose de nuevos detalles en las islas británicas y en Francia, insertándose en el ciclo del santo Grial y del rey Arturo. Según una de estas leyendas, José lavó el cuerpo de Jesús y recogió el agua y la sangre en un recipiente. Después, José y Nicodemo dividieron su contenido (ver la pregunta ¿Qué es el santo Grial?). Otras leyendas dicen que José, llevando este relicario, evangelizó Francia (algunos relatos dicen que habría desembarcado en Marsella con Marta, María y Lázaro), España (donde Santiago lo habría consagrado obispo), Portugal e Inglaterra. En esta última región, la figura de José se hizo muy popular. La leyenda le hace el primer fundador de la primera iglesia en suelo británico, en Glastonbury Tor, donde mientras estaba dormido su báculo echó raíces y floreció. Glastonbury Abbey se convirtió en un importante lugar de peregrinación hasta que ésta fue disuelta con la Reforma en 1539. En Francia, una leyenda del siglo IX refiere que el patriarca Fortunato de Jerusalén, en tiempos de Carlomagno, huyo a occidente llevándose los huesos de José de Arimatea, hasta llegar al monasterio de Moyenmoutier, donde llegó a ser abad.
Todas estas leyendas, sin ningún fundamento histórico, muestran la importancia que se daba a los primeros discípulos de Jesús. El desarrollo de estos relatos puede estar vinculado a polémicas circunstanciales de algunas regiones (como Inglaterra o Francia) con Roma. Se trataría de querer mostrar que determinadas regiones habían sido evangelizadas por discípulos de Jesús y no por misioneros enviados desde Roma. En cualquier caso, nada tienen que ver con la verdad histórica.
7. ¿Quién era el Cirineo mencionado en la Biblia, cuando Jesús se dirigía al Gólgota?
Que excelente pregunta me planteas. Cuentan los Evangelios, que el Cirineo era un hombre del campo, que llegó aquella mañana de viernes a Jerusalén de labrar la tierra que estaba a su cargo. Y dicen que se llamaba Simón y era padre de dos hijos llamados Alejandro y Rufo.
Al igual que José de Arimatea o María Magdalena, Simón pasó a la historia mayormente conocido por su gentilicio, ya que su procedencia era extranjera, de Libia, y su ciudad natal, la histórica Cirene, que había sido fundada por los griegos 630 años antes de Cristo.
Aquel hombre, Simón, el cirineo, acudió a Jerusalén no sabemos si movido por la noticia de la condena del Nazareno o simplemente porque regresase a su hogar, pero lo cierto es que una vez encontrada la comitiva que conducía a Jesús hasta el Calvario, presenció el cortejo ante sus ojos, lo que no le dejaría indiferente el resto de sus días. La guardia romana que custodiaba el traslado de los condenados, viendo a Jesús agotado caer bajo el peso del madero, hace uso del derecho de requisa y toma a Simón el cirineo para que coja la cruz.
El derecho de requisa no era otra cosa que acudir a cualquier persona que presenciase a los condenados siendo conducidos al Calvario y requerir su ayuda obligada en determinados momentos, ante las condiciones que presentase el reo. No era una ayuda que prestaba la persona por voluntad propia, sino que era obligada por los romanos para que el reo no pereciera en el trayecto hacia el Calvario debido a sus condiciones físicas lamentables, fundamentalmente, tras el martirio de la flagelación, que precedía a todas las ejecuciones romanas.
Pues aquella primera mañana de Viernes Santo de la historia, fue a Simón a quien los romanos tomaron para que cargase con el madero ante el estado físico de Jesús. Desde entonces, el Cirineo pasará a la historia como aquel hombre que ayudó a Cristo a llevar su Cruz hasta el Gólgota, y su figura moverá a la piedad de muchas personas que ven en él un ejemplo a seguir, ya que se tratará de la persona que encarnará la ayuda a todo aquel necesitado en cualquier situación de la vida cotidiana.
Tras aquel día, el Cirineo no podría seguir siendo la misma persona. Debió haber un antes y un después en su vida tras haber visto el rostro a Dios, a menos de tres palmos de su cara. De él, nada más se conoce. No sabemos cómo relataría a sus hijos lo sucedido. Ni cómo vivió su hombro a hombro con Jesús, ni qué le deparó la vida a partir de entonces. Solo sabemos que aquella mañana muchos de nosotros hubiéramos querido estar en su sitio, para que el Señor, el mismo que tres veces cayó, no llevase sobre sus benditos hombros la pesada carga que le hubo impuesto la Humanidad por todos y cada uno de nuestros pecados. Y esa dicha solo la pudo contar un hombre llamado Simón el Cirineo.
Dedico esta respuesta a todos los amigos y amigas que de verdad han sido, son y serán cirineos en esta vida terrenal.
8. ¿Quién fue Poncio Pilato?
De acuerdo con la tradición cristiana, Poncio Pilatos fue el responsable de la condenación de Jesús de Nazaret a morir crucificado, pues fue el encargado de decretar la muerte de Jesús por instigación de la jerarquía religiosa. Historiadores consideran que Poncio Pilatos tomo esta decisión influenciado por el temor a permitir el surgimiento de un movimiento religioso que se salía de las manos del control de las autoridades y que tenía todas las intenciones de volverse un movimiento revolucionario.
Poncio Pilatos fue un gobernador romano de Judea. Pese a ser famoso en la historia, aún se desconoce su origen exacto y su fecha de nacimiento, en realidad, los pocos datos que se tienen de él únicamente hacen referencia a su labor como gobernador romano de la ciudad.
Se sabe también que logró llegar al cargo de gobernador en el año 26, y no pasó mucho tiempo para que ganara la hostilidad y el desprecio por parte de los judíos cuando quiso introducir el culto imperial por medio de la colocación de imágenes pintadas del César y cuando quiso pagar un acueducto con los fondos del tesoro del Templo.
Pilato no fue un buen gobernador y de antemano se sabía que no amaba a los judíos. Entre las provincias romanas, Judea era la más difícil de gobernar y Pilato nunca pudo comprender los verdaderos problemas administrativos por lo que cometió errores casi y fue por estos errores que los judíos tenían poder sobre él. Cuando los judíos necesitaban o querían influir sobre sus decisiones, lo único que debían hacer era amenazar con una revuelta, y Pilato inmediatamente les daba la razón. Los judíos sabían que Pilato les tenía miedo, y sacaron grandes ventajas de esto.
En el año 37 Pilatos fue destituido de su cargo por el gobernador de Siria, y perdió su puesto por haber tenido mano dura y mucha crueldad en su afán por reprimir a los samaritanos en el Garizín.
Con relación a su muerte le puedo decir que Eusebio de Cesarea cuenta en su historia que Pilato cayó en desgracia junto con el emperador romano conocido como Calígula y que se suicidó alrededor del año 37 d. C. Pero contrario a esta afirmación, en realidad nadie sabe a ciencia cierta cómo se dio su muerte porque de acuerdo con el evangelio apócrifo “Hechos de Pilato “, el cual también es conocido como el Evangelio de Nicodemo, la responsabilidad de la condena de Jesús fue principalmente puesta sobre los Judíos y el papel de Pilato en este juicio y condena se reduce al mínimo.
En cuanto a Poncio Pilato dentro de la Biblia le puedo afirmar que los cuatro Evangelios, principalmente el evangelio de Juan, nos cuentan extensamente el juicio y la crucifixión de Jesús. Pilato también es mencionado en Hechos (Hch 3:13),( Hch 4:27),( Hch 13:28) y en (1 Ti 6:13). Fue Poncio Pilatos el encargado de llevar a Jesús de Nazareth ante el pueblo para que fuese éste el que decidiera qué hacer con él.
Algunos investigadores nos narran que Pilato ha pasado a representar un símbolo tradicional de la vileza y de la sumisión que se demuestra en los bajos intereses de la política. Es un símbolo además muy emblemático con respecto a la pasión de Cristo. Su actuación por medio del lavado de manos ha quedado en la cultura como un símbolo de quien, ante su propia conveniencia personal, cede ante la presión de otras personas y busca como desentenderse ante un veredicto.

Es importante señalar su manera muy particular de vestirse: Su uniforme o vestimenta era una túnica hecha de cuero y una coraza metálica, y su atuendo civil, usualmente era una toga de color blanca con una franja violeta. Como otros representantes del gobierno debía tener el cabello corto y estar bien afeitado.
Para terminar me quiero referir a su esposa que se llamó Claudia Prócula, quien de hecho era muy diferente a su esposo. Evidentemente se encontraba interesaba en las actitudes de su marido, y buscaba la forma de moderar sus excesos en la ejecución de sus deberes. Probablemente se enteró del arresto de Jesús de Nazareth y del juicio a que se le sometería al día siguiente. Se dice que tuvo pesadillas y que se levantaba angustiada diciéndole a su esposo que “por causa de aquel justo ha sufrido mucho en sueños durante la noche”.
No se sabe en realidad cuánto quiso ayudar a Jesús porque creía que era inocente. Desde el punto de vista humano, se observa una mujer pagana, de naturaleza delicada y sensible, que trata de evitar que su marido cometa una atrocidad que traería la ira y venganza divinas.

9. ¿Quién fue Caifás?

Caifás (Joseph Caiaphas) fue un sumo sacerdote contemporáneo de Jesús. Es citado varias veces en el Nuevo Testamento (Mt 26,3; 26,57; Lc 3,2; 11,49; 18,13-14; Jn 18,24.28; Hch 4,6). El historiador judío Flavio Josefo dice que Caifás accedió al sumo sacerdocio alrededor del año 18, nombrado por Valerio Grato, y que fue depuesto por Vitelio en torno al año 36 (Antiquitates iudaicae, 18.2.2 y 18.4.3).

Estaba casado con una hija de Anás. También según Flavio Josefo, Anás había sido el sumo sacerdote entre los años 6 y 15 (Antiquitates iudaicae, 18.2.1 y 18.2.2). De acuerdo con esa datación, y conforme a lo que señalan también los evangelios, Caifás era el sumo sacerdote cuando Jesús fue condenado a morir en la cruz.
Su larga permanencia en el sumo sacerdocio es un indicio más que significativo de que mantenía unas relaciones muy cordiales con la administración romana, también durante la administración de Pilato. En los escritos de Flavio Josefo se mencionan en varias ocasiones los insultos de Pilato a la identidad religiosa y nacional de los judíos y las voces de personajes concretos que se alzaron protestando contra él.
La ausencia del nombre de Caifás —que era el sumo sacerdote precisamente en ese momento— entre los que se quejaron de los abusos de Pilato, pone de manifiesto las buenas relaciones que había entre ambos. Esa misma actitud de cercanía y colaboración con la autoridad romana es la que se refleja también en lo que cuentan los evangelios en torno al proceso de Jesús y su condena a muerte en la cruz. Todos los relatos evangélicos coinciden en que tras el interrogatorio de Jesús, los príncipes de los sacerdotes acordaron entregarlo a Pilato (Mt 27,1-2; Mc 15,1; Lc 23,1 y Jn 18,28).
Para conocer cómo entendieron los primeros cristianos la muerte de Jesús, es significativo lo que narra San Juan en su evangelio acerca de las deliberaciones previas a su condena: «Uno de ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo: —Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación.
Pero esto no lo dijo por sí mismo [señala el evangelista], sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,49-52).
En 1990 aparecieron en la necrópolis de Talpiot en Jerusalén doce osarios, uno de los cuales lleva la inscripción «Joseph bar Kaiapha», con el mismo nombre que Flavio Josefo atribuye a Caifás. Se trata de unos osarios del siglo I, y los restos contenidos en ese recipiente bien podrían ser los del mismo personaje mencionado en los evangelios.
10. ¿Qué dice el Evangelio de Judas y que más se sabe sobre él?

Ubiquémonos en el siglo I fue realmente Apóstol de Jesús. Como uno más de los apóstoles de Jesús de Nazaret, Judas siguió a su maestro durante su predicación por Palestina y, según los Evangelios, fue el traidor que reveló a los miembros del Sanedrín el lugar donde podían prender a su Maestro sin que sus seguidores interfiriesen, tal como el propio Jesús había anunciado en la Santa Cena. Él mismo fue quien dirigió a los guardias que arrestaron a Jesús y les indicó quién era besándole.
                                                                
Por su traición fue recompensado con treinta denarios, pero al poco tiempo se arrepintió de sus actos, intentó devolver las monedas a los sacerdotes que se las habían dado, y al no aceptarlas éstos, las arrojó en el templo. Luego, desesperado ante la magnitud de su delación, se suicidó ahorcándose de un árbol. Por ello, la figura de Judas ha pasado a la tradición cristiana posterior convertida en la del traidor por antonomasia.
Con el paso de los siglos se añadieron a su historia elementos novelescos. En la Leyenda áurea, una famosa colección de vidas y leyendas de santos de mediados del siglo XIII compuesta por Jacobo de Voragine, aparecen, insertos en la Vida de San Mateo, nuevos datos no contenidos en los Evangelios sobre la vida de Judas antes de conocer a Jesús. En ellos se basó un compilador anónimo del siglo XIV para componer una obra titulada Leggenda di Giuda (Leyenda de Judas), que fue conocida en toda Europa, aunque sin alcanzar gran popularidad, quizás por la persistente conciencia de su origen literario.
Probablemente a causa de la instintiva tendencia a la concentración de las culpas en tipos representativos, la historia de Judas acabó tomando motivos del antiguo mito griego de Edipo: en la Leggenda di Giuda se cuenta que los padres de Judas, Rubén y Ciborea, decidieron abandonar a las olas del mar a su hijo recién nacido porque en sueños habían sido advertidos de que causaría la ruina de su pueblo. Pero el niño no pereció ahogado, sino fue a parar a la isla Iscariote, de donde viene el nombre de Judas Iscariote. Educado por la reina del lugar, fue creciendo hasta que mató al hijo de su bienhechora, tras lo cual huyó a Jerusalén, donde entró al servicio de Poncio Pilato.
Un día Pilato le ordenó que le trajese unas frutas; para obtenerlas, Judas mató al dueño del huerto, que no era otro que su padre, Rubén. Pilatos lo nombró heredero del muerto y lo casó con su viuda. Cuando Judas descubrió el parricidio y el incesto con el que se había manchado, se hizo discípulo de Jesucristo   redimirse; pero pronto se dedicó a robar el dinero que el Maestro le confiaba y finalmente, por codicia, lo traicionó. Al arrepentirse de ello se ahorcó, y su cuerpo reventó esparciendo por el suelo sus entrañas a fin de que el espíritu malvado no saliese por la boca que había besado a Cristo.


11. ¿Quién fue realmente la Verónica mencionada por la tradición piadosa cuando Jesús se dirigía al calvario?

Qué bonita pregunta me estás haciendo estimado amigo. La Verónica, es aquella mujer que habría enjugado el rostro de Jesús camino de la cruz, produciéndose el milagro de la trasposición del rostro en el lienzo con el que lo habría hecho. Y la pregunta que nos formulamos hoy es la siguiente: ¿qué es lo que sabemos de tan singular personaje de la Pasión?
 
            Lo primero que tenemos que hacer es advertirle a Vd. querido lector de que no se precipite sobre los evangelios, porque en ellos no la va a encontrar: Verónica no es un personaje canónico, lo que no quiere decir que no sea uno de los personajes más importantes de la más antigua tradición cristiana de la Pasión.
 
            No consta de donde provenga exactamente la leyenda, pero el apócrifo “Actas de Pilatos”, da table en el entorno del s. IV, recoge la figura de una Verónica que identifica con la hemorroísa del Evangelio: “Y cierta mujer llamada Verónica empezó a gritar desde lejos diciendo ‘encontrándome enferma con flujo de sangre, toqué la fimbria de su manto y cesó la hemorragia que había tenido doce años consecutivos’” (op.cit. cap. 7).
 
            Una figura ésta de la hemorroísa, que sin nombre propio alguno aparece en el Evangelio de Marcos en estos términos: “Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ¿Quién me ha tocado?’ Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’” (Mc. 5, 25-34).
 
            La identificación de la Verónica y la hemorroísa de Marcos ha quedado fuertemente impresa en la tradición cristiana sobre aquélla, y nos la encontramos también en la “Historia Eclesiástica” escrita en los albores del s. IV y a la que tan a menudo recurrimos en esta columna, de Eusebio de Cesarea, la cual, sin embargo, nos presenta esta versión algo diferente a la que generalmente rememora la tradición sobre la Verónica:
 
            “En efecto, la hemorroísa que por los evangelios sabemos que encontró la curación de su mal por obra de nuestro salvador, se dice que era oriunda de esta ciudad [Cesarea de Filipo] y que en ella se enseña su casa, y que aún subsisten monumentos admirables de la buena obra realizada por el Salvador en ella.

            Efectivamente sobre una piedra, delante de las puertas de su casa, se alza una estatua de mujer, en bronce, con una rodilla doblada y con las manos tendidas hacia adelante como una suplicante. Y enfrente de ésta otra del mismo material, efigie de un hombre en pie, revestido pulcramente de un manto y tendiendo su mano hacia la mujer […] Esta estatua dicen que reproducía la imagen de Jesús. Se conservaba hasta nuestros días, como lo hemos comprobado de vista nosotros mismos, de paso en aquella ciudad” (Hist Ec. 7, 18).
 
            Siempre relacionada con la figura y el rostro de Jesús que constituye la constante de la tradición sobre Verónica, el apócrifo titulado “Muerte de Pilato”, un texto breve y no excesivamente antiguo que podría ser copia o estar inspirado en alguno anterior, nos presenta esta otra versión de los hechos:  “Cuando mi Señor se iba a predicar yo llevaba muy mal el verme privada de su presencia. Entonces quise que me hicieran un retrato para que mientras no pudiera gozar de su compañía, me consolara a lo menos la figura de su imagen. Y yendo yo a llevar el lienzo al pintor para que me lo diseñase, mi Señor salió a mi encuentro y me preguntó a dónde iba. Cuando le manifesté mi propósito, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con la imagen de su rostro venerable”
 
            En cuanto al nombre de la Verónica, según la versión más comúnmente aceptada estaría relacionado con la reliquia que le da carta de naturaleza, el lienzo en el que queda impreso el rostro de Jesús, y significaría “verdadera imagen”, de vero=verdadera e icono=imagen, Verónica. Ahora bien, existe un nombre griego frecuente, por cierto, en la época de Jesús, que incluso porta una sobrina de Herodes el Grande y una hija de Herodes Agripa (
pinche aquí si desea aprender a distinguir entre los muchos Herodes recogen los textos canónicos), que es Βερενίκη (Berenice), del que Verónica podría ser una versión.

Como personaje basado en la tradición que es, existe abundante leyenda sobre la vida posterior de la Verónica. Según algunas tradiciones habría casado con Zaqueo, el recaudador de impuestos que nos presenta Lucas (ver Lc. 19, 110), lo que a mayor detalle habría hecho en Francia, transformándose luego Zaqueo en el ermitaño Amadour en la región de Rocamadour. Otras leyendas la presentan en Soulac, en la garganta del Gironde, portando reliquias de la Virgen, o según Gregorio de Tours, en Bazas, portando la sangre de Juan el Bautista, en cuya ejecución habría estado presente. Precisamente el apócrifo citado arriba, “Muerte de Pilatos”, la presenta en Roma, donde habría curado al Emperador Tiberio por medio de la imagen que portaba consigoy donde, según otras versiones, habría permanecido hasta su muerte, donando la reliquia por la que pasa a la tradición al Papa Clemente (93101).
 
            Es mencionada en varios textos medievales. Así en un viejo “Misal de Augsburgo”, que recoge una misa “De S. Veronica seu Vultus Domini”, así en un texto de Mateo de Westminster que habla de la impresión de la imagen del Salvador. El Papa Juan VII (705-707) consagra en Roma una capilla denominada de Sancta María in Verónica.
 
            Leyendas y menciones literarias todas ellas que conviven también con un movimiento de resistencia a la certificación de su figura histórica, como demuestra el hecho de que su onomástica no aparezca en el  importante Martirologio Hieronymiano, al que nos hemos referido otras veces, ni en otros martirologios antiguos, o que San Carlos Borromeoexcluyera el oficio de Santa Verónica del Misal de Milán.
 
            Su figura pasa a la iconografía cristiana en la que registra riquísima presencia, inseparablemente unida al lienzo que le da razón de ser, una de las principales reliquias del cristianismo, sobre el que nada decimos por ahora por tener pensado hacerlo extensamente en otra ocasión.
 

La mujer llamada Verónica, de la que no hablan los evangelistas, pero sí la tradición piadosa de la pasión del Señor. Su presencia es sintomática de cómo prolonga la devoción cristiana los relatos evangélicos. A la sobriedad evangélica y litúrgica se agregan otros elementos que la humanizan y acercan a la vida circunstanciada de los hombres.
Como introducción y síntesis citamos unas líneas de José Luis Martín Descalzo (Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Salamanca 1998, p. 1108): «Una antigua tradición coloca aquí a la Verónica, un personaje del que nada nos dicen los evangelistas y que, con toda probabilidad, es un invento de la piedad y ternura cristianas. Durante muchos siglos se experimentó entre los creyentes el deseo, la necesidad, de poseer la verdadera imagen, el auténtico rostro de Jesús. Y de este deseo surgió la piadosa leyenda de una mujer que en el camino del Calvario habría limpiado, conmovida, el rostro de Jesús, rostro que habría quedado impreso en el blando lienzo.
Este verdadero rostro, este “vero icono” se habría transmutado en el nombre de la mujer: Verónica, la más bella leyenda de la cristiandad joven. Ninguna otra, en efecto, refleja mejor la ternura de la Iglesia, el afán de la esposa de Cristo por limpiar este rostro dolorido y ensangrentado». Nótese el origen del nombre: Verónica sería el “vero icono”, el rostro auténtico de Jesús.
El Viacrucis presidido por el Papa el 19-8-2011   dentro de la Jornada Mundial de la Juventud, cuyo comentario fue redactado por las Hermanitas de la Cruz, que sirven a los más pobres y menesterosos, une la estación en que Jesús habla a las mujeres de Jerusalén que lloran por Él (octava estación) con la estación de la mujer que le limpia el rostro, la Verónica (tradicionalmente la sexta). Al principio se añadieron a las estaciones tradicionales tres: la última Cena, el beso de Judas y la negación de Pedro. El comentario a la octava estación, titulada “La Verónica enjuga el rostro de Jesús”, dice en relación con ella: «Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta Él. Se quitó el pañuelo y limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y doliente de Cristo. Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que han sido desfigurados por regímenes ateos que destruyen a la persona y la privan de su dignidad». Las estaciones unen el viacrucis de Jesús y el de la humanidad, también en nuestros días. Miremos con los ojos de Jesús el rostro de los hermanos y hermanas. Los cofrades deben aprender particularmente esta lección en la participación creyente y piadosa de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Cada cofradía, cada “paso”, cada misterio convertido en centro de la inspiración de los cofrades, adopta una perspectiva para contemplar la pasión del Señor. El Papa, en su intervención después del Viacrucis celebrado en el Paseo de Recoletos de Madrid dentro de la Jornada Mundial de la Juventud, recordó a santa Teresa de Jesús, a quien le quedó hondamente grabada una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la Vida, 9, 1). Y prosiguió: «La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Queridos jóvenes, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer».
¿Quién es la Verónica? ¿Cómo surgió la tradición del lienzo de la Verónica en que quedó grabada la imagen de Jesús cuando limpió su rostro camino del Calvario? Podemos resumir en los siguientes términos la formación de la leyenda larga y compleja desde los orígenes hasta su consolidación. En un primer momento habría una carta de Jesús a Abgar, rey de Edesa y leproso. En reconocimiento de su curación, el rey habría mandado que su pintor realizara un retrato de Jesús. A esta imagen se le atribuyeron virtudes milagrosas y se llegó a la conclusión de que no era obra de mano humana, ya que el mismo Jesús habría impreso sus rasgos sobre el velo (cf. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, I, 13, 1-11). En la continuidad y amalgama de ingredientes de la tradición entraría también el que una princesa llamada Berenice (Berenika-Verónica) habría sido curada en el siglo IV por la imagen impresa en el lienzo. Uniendo cabos de manera sorprendente, esta princesa habría sido identificada con la mujer que padecía flujo de sangre y fue curada por Jesús según la narración evangélica (cf. Mc 5,25-34). La imagen habría pasado a Roma, donde por su medio fue curado Tiberio (cf. Aurelio de Santos Otero, Los evangelios apócrifos, Madrid, 5.ª reimpresión, 2006, pp. 260-265). Esta reproducción del rostro de Jesús fue denominada en bizantino “vera icon” (‘verdadera imagen’). «De la verónica (imagen) se acabó por hacer una mujer» (Verónica, en: Gran Enciclopedia Larousse, 12, p. 11439). A finales de la Edad Media, la Verónica fue situada al lado de las mujeres de las que se hace mención en la pasión de Jesús (cf. Lc 23,27), pasando a ser ella el personaje central de la sexta estación del Viacrucis: “La Verónica limpia el rostro de Jesús”. La antigüedad cristiana desconoció a la Verónica, cuyo nombre no figura en el martirologio romano y cuyo culto es tardío. En Roma se veneraba una imagen de Jesucristo llamada “velo de la Verónica”, conservada primero en la iglesia de San Silvestre y desde 1870 en la Basílica de San Pedro. Aquí estaría el origen del culto a la Santa Faz, nombre que llevaría desde su profesión religiosa santa Teresa de Lisieux, “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”.
Los artistas representarán a la Verónica sosteniendo con ambas manos el velo donde se habría impreso milagrosamente el rostro de Jesús. En la antigua Pinacoteca de Múnich (Alemania) se conserva un cuadro de santa Verónica y la Santa Faz, pintado hacia el año 1410. Posteriormente fue repetido el motivo por el Greco, Zurbarán, etc.
El rostro de Jesús unas veces ha reflejado más al crucificado como el que reina desde el madero, y otras, sobre todo por influjo de san Bernardo y san Francisco de Asís, como el herido y maltratado, habiendo pasado a la imagen los trazos de sangre y de muerte. El rostro de la Verónica «ha merecido el respeto de todos los que queremos conocer su rostro, enjugar su sudor y recoger su sangre vivificadora, acompañándole en su camino y siendo como Él. Ésta es la razón de que hayan proliferado tantas Verónicas y de que tantos pintores hayan intentado pasar al paño el fulgor de la divinidad humanada de Cristo unos y de su humanidad divinizada otros» (Olegario González de Cardenal, El rostro de Cristo, Valladolid 2011, p. 63). Se comprende el deseo y el amor de los cristianos por contemplar el rostro de Cristo, el Salvador e Hijo de Dios, en quien creen, aman y esperan.
12. ¿Qué me puede contar sobre la Santa Faz y Sudario de Turín?
Podemos establecer una relación estrecha entre lo que venimos diciendo sobre la faz de Jesús grabada en el lienzo de la Verónica y la venerable reliquia de la Sábana Santa conservada en Turín con el impresionante rostro impreso en ella. «En el contexto de esta pasión amorosa por recordar, recoger y venerar todo lo que pudiera tener conexión con la figura, la vida y la muerte de Jesús, hay que situar el “Sudario” de Turín. Este nos queda como un signo ante el que los creyentes han recordado al Cristo “muerto por nuestros pecados y resucitado por nuestra justificación” (Rm 4,24), han actualizado su fe en Él y se han animado a servirle e imitarle. La ciencia seguirá intentando descifrar el enigma técnico implicado en el origen y la conservación de este lienzo con su complejidad persistente hasta hoy; y la Teología seguirá intentando interpretar cómo es un signo de Cristo en cada generación» (ibíd., p. 64; cf. Monique Villen, Ecce Homo. La Pasión y la Resurrección a la luz de la Sábana Santa, México 2006, pp. 26-29. Presenta en estas páginas algunos textos sobre el rostro de Jesús, el Hombre de la Santa Sábana). El amor del Señor y Redentor impregna de respeto sagrado y entrañable lo concerniente a la Sábana Santa.
Los evangelistas no nos describen el rostro de Jesús; hablan, en cambio, de su mirada, que seguramente les impresionó. Marcos insiste con frecuencia: «y mirándolos, dijo». Se unen la mirada y la palabra fortaleciéndose mutuamente como signos de la comunicación; con la mirada la palabra se hace más penetrante. «Mirándolos con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: “Extiende la mano”. Él la extendió y quedó restablecida» (Mc 3,5). «Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres”» (Mc 8,33). «Jesús, mirándolos fijamente, dice: “Para los hombres es imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”» (Mc 10,27). «Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos”» (Mc 3,34). «Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”» (Mc 10,21). La mirada de Jesús unas veces es de indignación y de reprensión; otras de complacencia, de amor y de confianza. Es verdad que la mirada es lo más elocuente del hombre, pero nada se nos dice de los gestos del rostro (cf. Mc 5,32; 10,23). Algo singular han encontrado en el Hombre de la Sábana Santa quienes buscan su rostro.
¿Cómo es el rostro del Hombre de la Sábana Santa? Teniendo ante los ojos el rostro del Santo Lienzo, léase todo el Evangelio, y se le verá pasar de una expresión a otra: rostro santo y majestuoso, airado por el celo de Dios, manso, sublime, doloroso, alentador, amable, misericordioso y compasivo. Aunque no es la imagen de un rostro vivo, llama la atención y se impone su nobleza, su serenidad, su sencillez, su grandeza, su realismo. Daniel-Rops escribió: «Cara de inefable y serena belleza y de una majestad verdaderamente sobrehumana». El cardenal Michele Pellegrino, que fue arzobispo de Turín: «Cara que inspira amor». Paul Claudel: «Más que una imagen es una presencia». Antonio Tonelli, especialista en sindonología: «Sobre este rostro se traslucen sentimientos de dolor tranquilo y resignado, de tristeza dulce y suave, que se unen admirablemente a una actitud de serena majestad. Tiene los ojos cerrados, pero no parece muerto. Mirando con detenimiento la imagen, uno no sabe afirmar si representa a un cadáver o a un hombre dulcemente dormido». Arthur Loth, especialista en la Sábana Santa: «Lo que más sorprende en esta conmovedora aparición es la serena grandeza, la calma divina de aquel rostro, a pesar de las crueles señales de toda clase de sufrimientos. Algo cautiva la atención. Es la especie de vida misteriosa que conserva aquel rostro muerto». Manuel Solé escribió: «Es inexplicable que un hombre tan maltratado físicamente no presente en su rostro señales de crispación, de odio, de ira impotente, de agotamiento, de perversión moral» (La Sábana Santa de Turín, Bilbao, ed. Mensajero, p. 314) . Seguramente algunas de estas expresiones van desde el creyente al lienzo, pero también pueden venir del lienzo al creyente, si este es fino y penetrante en su mirada.
Recojo a continuación algunas oraciones, en forma de himnos, dirigidos a la Santa Faz, al Sudario o a la Verónica, ya que la contemplación creyente se convierte en oración vibrante. Hay una secuencia, probablemente del siglo XIV, cuando se discutió en Teología sobre la visión de la esencia divina, que dice así: «Salve, Santa Faz / de nuestro Redentor / en la que brilla la belleza / del divino esplendor / impresa en el paño de níveo color / dado a la Verónica como signo de amor. / Salve, gloria nuestra, / en esta vida dura, / lábil y frágil / que rápida pasa; / llévanos a la patria, / o feliz figura, / hasta ver la Faz de Cristo en persona. / Salve, Sudario, / joya excelente, / tú, nuestro solaz / y memorial. / Por manos no pintada, / ni esculpida ni grabada. / Bien lo sabe el sumo Artista / que así te hizo; / sé para nosotros, te pedimos, / ayuda segura, / dulce refrigerio, / a la vez que solaz. / Para que no nos dañe / agresión enemiga, / sino gocemos descanso, / digamos todos: Amén» (citado en Olegario González de Cardedal, pp. 68-69). El sudario santo es la sábana o lienzo con que José de Arimatea cubrió el cuerpo de Jesucristo cuando lo bajó de la cruz (cf. Lc 23,53). Sudario es el lienzo que se pone sobre el rostro de los difuntos o en que se envuelve el cadáver (sobre la Verónica en la literatura española, veáse José Fradejas Lebrero, Los evangelios apócrifos en la literatura española, Madrid 2005, pp. 327-374, con numerosas citas de autores).
Paul Claudel ruega así a la Verónica que se ha acercado a Jesús, rompiendo con valor el círculo mismo de la muerte que se ha formado en torno a Él, tomando el rostro del Señor entre sus manos: «Enséñanos, Verónica, a desafiar el respeto humano. / Porque, aquel para quien Jesús no es solo una imagen, / sino una persona verdadera, / llega a ser para los demás hombres desagradable y sospechoso. / Su proyecto de vida es distinto, sus motivos no son los de ellos. / Hay siempre algo en él que se les escapa/ y parece de otro mundo./ Déjanos mirar una vez, Verónica,/ el rostro del Santo Viandante, / en el lienzo en que lo has recogido./ ¡Ese velo piadoso de lino en que Verónica ha ocultado el rostro del Vendimiador en el día de su ebriedad, / para que su imagen se adhiera en él eternamente, / hecha con su sangre, sus lágrimas y nuestros desprecios!»(cit. en: Ecce Homo, p. 135).
Juan Pablo II escribió a este propósito: «El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: “He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo, aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo”. Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquel que “se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo” (Flp 2,7). Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano» (Viacrucis en el Coliseo, Viernes Santo de 2000; cit. en p. 136)  .
Fray Luis de León, en su obra De los nombres de Cristo (Madrid BAC 4.ª ed. 1957), dedica un capítulo al rostro de Cristo, a las “Faces de Dios”, como él lo titula. Aunque ya en tiempo de fray Luis de León se consideraba anticuado el plural “faces” en lugar del singular “faz”, el autor se ajusta al plural hebreo panim. Un lugar bíblico fundamental para Fray Luis es la bendición contenida en el libro de los Números: «Descubra Dios sus Faces a ti y haya paz de ti. Vuelva Dios sus Faces a ti y dete paz» (p. 445). Con la traducción litúrgica actual: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). ¿Por qué podemos decir que Cristo es el rostro, la cara, las faces de Dios? «Decimos que Cristo-hombre es Faces y Cara de Dios, porque como cada uno se conoce en la cara, así Dios se nos representa en Él y se nos demuestra quién es clarísima y perfectamente. Lo cual en tanto es verdad, que por ninguna de las criaturas por sí, ni por la universalidad de ellas juntas, los rayos de las divinas condiciones y bienes relucen y pasan a nuestros ojos, ni mayores ni más claros ni en mayor abundancia que por el alma de Cristo, y por su cuerpo, y por todas sus inclinaciones, hechos y dichos, con todo lo demás que pertenece a su oficio» (pp. 447-448). Recordemos unos versos de la Oda a la Ascensión del mismo fray Luis de León: «¿Qué mirarán los ojos / que vieron de tu rostro la hermosura, / que no les sea enojos? / Quien gustó tu dulzura, / ¿qué no tendrá por llanto y amargura?».
La Palabra hebrea “panim” significa ‘rostro, faz, cara, semblante’. Las palabras “rostro” y “nombre” son antecedentes bíblicos de lo que será en nuestra cultura “persona”. «Facies, animi imago»; el rostro es imagen del alma, que resplandece en la mirada. «La Faz de Dios es Dios mismo considerado como fuente de luz y benevolencia, de irradiación y de revelación para el hombre. Dirigida a sus criaturas, esa divina faz se hace palabra y mirada que suscita a su vez la palabra y la mirada del hombre. Dios dirige su faz a quien ama y la desvía de aquel que le desprecia, reniega y odia. Ese dirigir su faz es un acontecimiento creador, sanador y esperanzador, mientras que la aversión del rostro divino lleva al oscurecimiento y la pérdida de la vida verdadera» (Olegario González de Cardedal, o. c., pp. 31-32).

La reflexión sobre la mujer que limpió el rostro de Jesús manchado con sudor, lágrimas, sangre, salivazos, escarnio y humillaciones nos conduce no solo a admirar el gesto valiente de la mujer Verónica que rompiendo el cerco se abrió camino hasta Jesús, sino también y sobre todo a contemplar el rostro del Señor que humillado no abría la boca, que nunca perdió la dignidad del Justo injustamente condenado; del Hijo de Dios encarnado que no tenía rostro humano (cf. Is 52,14; 53,2-3). Es al mismo tiempo un rostro que se evita, y un rostro bello (cf. Sal 45,3) y majestuoso. Este rostro santo nos mueve a desear ver el rostro del Dios invisible, por el que suspiramos como Moisés: “Muéstrame tu rostro” (cf. Ex 33,11-23; Ex 24,16). Jesús «es imagen del Dios invisible» (Col 1,15) y Rostro personal de Dios Padre.
13. ¿Cuál es la verdadera historia de Barrabas?
Ha sido recordado por generaciones como el gran pecador cuya vida y libertad son intercambiadas por las de Cristo, quien es condenado a morir crucificado.
La vida que el emblemático bandido y sedicioso llevó después de ese dramático episodio es la protagonista de la miniserie que History Channel lleva a las pantallas de toda Latinoamérica el domingo 13 y lunes 14 de abril.
De acuerdo con History Channel, la miniserie está basada en la novela del ganador del Premio Nobel de Literatura Par Lagerkvist y cuenta la historia de redención de Barrabás, una historia que comienza donde la narración bíblica deja al ladrón, cuando Poncio Pilatos se lava las manos y sella el destino de Jesús.
La producción mostrará el camino que toma Barrabás tras salvarse de morir y desarrolla cómo se ve obligado a reflexionar sobre el significado de la redención por el resto de su vida.
Ese “resto de su vida” tiene un punto de inflexión luego de la muerte de su esposa, asesinada por ser seguidora de Jesús, y él debe luchar en la arena de los gladiadores en busca de su libertad.
Una vez libre, dedica su vida a adorar al hombre que fue crucificado en su lugar.
Billy Zane, un prestigioso actor de Hollywood que se dio a conocer mundialmente cuando interpretó al enemigo de Leonardo Di Caprio en la mítica producción Titanic, ofreció declaraciones al diario colombiano El actor narró a ese medio que en la interpretación fue clave un diálogo con el director de la serie Roger Young. Juntos retrataron a un hombre “atemporal y moderno en sus apetitos. Había que romper la austeridad de lo sagrado”.
Zane optó por hacer un Barrabás único, auténtico, sin dejarse llevar por lo hecho ya por Anthony Quinn en la cinta de 1961.
“Era inevitable no tener en cuenta los trabajos previos, pero este Barrabás no viene de otro lugar diferente al de mis entrañas. Este nuevo Barrabás es un ser de carne y hueso, que encuentra la divinidad a través de un amor terrenal”.
Como suele ocurrir en la vida diaria con millones de personas de antes y de hoy, Barrabás vive enfrentado a sus demonios internos, se convierte al cristianismo y se transforma en discípulo de Jesús. Así encarna esa particular dualidad del bien y el mal en la naturaleza humana.
“Su sicología era lo más interesante de retratar, pues es la transformación de un hombre sin amor en un hombre compasivo, de servicio”, destaca Zane.
Otro de los ángulos que veremos del mítico personaje es su relación con su esposa Esther, interpretada por Cristiana Capotondi. “Ella es la divinidad para Barrabás. Junto a Cristina creamos una relación de pareja universal, llena de esa dinámica familiar que surge entre personalidades opuestas”.
Agrega que la pareja dibujará todos los matices posibles, “lo romántico, la negación, los celos, la pasión, la adicción, la traición, la redención. En una palabra: amor”.
En otra entrevista publicada por The New York Times, el actor asegura que la escena más compleja del rodaje, realizado en Túnez, fue a no dudarlo la crucifixión pues, asegura que fue un hecho que se dio con tremenda brutalidad hace 2.000 años y al verlo en retrospectiva, causa mucha más repulsión porque ha sido una carga de cientos de años para la humanidad.
En los tráilers que se han liberado sobre la filmación, también se puede ver que hubo momentos hilarantes, a pesar de la solemnidad, por decirlo de alguna forma, con que Zane y el resto del reparto se tomaron su trabajo, en vista de todo el simbolismo que estaban representando.
Así, se ve cómo toda la escena dramática grabada en una cárcel se derrumba cuando, en lugar de decir “Tú eres Barrabás”, el rudo carcelero le espeta: “Tú eres Bárbara”.
Luego comentarían entre ellos y ante la prensa, que al final grabar esa escena se volvió una pesadilla porque no había forma de que el carcelero pronunciara correctamente “Barrabás”, hasta que la productora se enojó y le dio un leve golpe en la cabeza.

14.  Fariseos, saduceos, esenios, ¿Quiénes eran esos grupos?
En la Palestina del siglo I habían surgido algunos grupos entre la población judía como consecuencia de las diversas sensibilidades acerca de las fuentes y los modos de vivir la religión de Israel.
En tiempos de Jesús, los más apreciados por la mayoría del pueblo eran los fariseos. Su nombre, en hebreo perushim, significa «los segregados». Dedicaban su mayor atención a las cuestiones relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del templo. Las normas de pureza sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para ellos a marcar un ideal de vida en todas las acciones de la vida cotidiana, que quedaba así ritualizada y sacralizada. Junto a la Ley escrita (Torah o Pentateuco), fueron recopilando una serie de tradiciones y modos de cumplir las prescripciones de la Ley, a las que se concedía cada vez un mayor aprecio hasta que llegaron a ser recibidas como Torah oral, atribuida también a Dios. Según sus convicciones, esa Torah oral fue entregada junto con la Torah escrita a Moisés en el Sinaí, y por tanto ambas tenían idéntica fuerza vinculante.
Para una parte de los fariseos la dimensión política desempeñaba una función decisiva en su posicionamiento vital, y estaba ligada al empeño por la independencia nacional, pues ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor en su pueblo. A éstos se los conoce con el nombre de zelotes, que posiblemente se dieron a sí mismos, aludiendo a su celo por Dios y por el cumplimiento de la Ley. Aunque pensaban que la salvación la concede Dios, estaban convencidos de que el Señor contaba con la colaboración humana para traer esa salvación. Esa colaboración se movía primero en un ámbito puramente religioso, en el celo por el cumplimiento estricto de la Ley. Más tarde, a partir de la década de los cincuenta, consideraban que también había de manifestarse en el ámbito militar, por lo que no se podía rehusarse el uso de la violencia cuando ésta fuera necesaria para vencer, ni había que tener miedo a perder la vida en combate, pues era como un martirio para santificar el nombre del Señor.
Los saduceos, por su parte, eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos, ricos y aristócratas. De entre ellos habían salido del inicio de la ocupación romana los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial. Hacían una interpretación muy sobria de la Torah, sin caer en las numerosas cuestiones casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que aquellos consideraban Torah oral. A diferencia de los fariseos no creían en la pervivencia después de la muerte, ni compartían sus esperanzas escatológicas. No gozaban de la popularidad ni el afecto popular del que disfrutaban los fariseos, pero tenían poder religioso y político, por lo que eran muy influyentes.
Uno de los grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los esenios. Tenemos amplia información acerca de cómo vivían y cuáles eran sus creencias a través de Flavio Josefo, y sobre todo de los documentos en papiro y pergamino encontrados en Qumrán, donde parece que se instalaron algunos de ellos. Una característica específica de los esenios consistía en el rechazo del culto que se hacía en el templo de Jerusalén, ya que era realizado por un sacerdocio que se había envilecido desde la época asmonea. En consecuencia, los esenios optaron por segregarse de esas prácticas comunes con la idea de conservar y restaurar la santidad del pueblo en un ámbito más reducido, el de su propia comunidad. La retirada de muchos de ellos a zonas desérticas tiene como objeto excluir la contaminación que podría derivarse del contacto con otras personas. La renuncia a mantener relaciones económicas o a aceptar regalos no deriva de un ideal de pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con el mundo exterior para salvaguardar la pureza ritual. Consumada su ruptura con el templo y el culto oficial, la comunidad esenia se entiende a sí misma como un templo inmaterial que reemplaza transitoriamente al templo de Jerusalén mientras que en él se siga realizando un culto que consideran indigno.
Bibliografía: Étienne Nodet, Essai sur les origines du Judaïsme: de Josué aux Pharisiens (Editions du Cerf, Paris 1992); Anthony J. Saldarini, Pharisees, scribes and Sadducees in Palestinian society: a sociological approach (William B. Eerdmans, Cambridge 2001); Francisco Varo, Rabí Jesús de Nazaret (B.A.C., Madrid, 2005) 91-97.
15 ¿Quiénes fueron los Herodes?
Herodes, más conocido como Herodes Antipas o Herodes el Tetrarca (Judea20 a. C. - Lugdunum Convenarum39) fue tetrarca de Perea y Galilea desde 4 a. C. hasta su muerte. Es célebre merced a los extractos del Nuevo Testamento que relatan su participación en los acontecimientos que desembocarían en las muertes de Juan Bautista y Jesús de Nazaret.
Hijo de Herodes I el Grande y de la samaritana Maltace y hermano de Herodes Arquelao. Fue criado en Roma junto con Arquelao y su hermano Herodes Filipo. A la muerte de su padre, Augusto le otorgó la tetrarquía de Galilea y Perea. Contrajo un escandaloso matrimonio con Herodíasesposa de su medio hermano Herodes Filipo. Para poder casarse con Herodías, repudió a su esposa legítima, hija de Aretas IVrey de los nabateos (reino árabe con capital en Petra). Enfurecido, Aretas atacó a Herodes Antipas, y sólo la intervención del gobernador romano de SiriaLucio Vitelio, evitó su derrota completa.
Herodes Antipas continuó la labor constructora de su padre. Fortificó Séforis, haciendo de ella su capital, hizo alzar la fortaleza de Bet-haram en Perea y más tarde la ciudad de Tiberíades (que bautizó en honor del emperador Tiberio), a orillas del lago Genesaret, a donde trasladó su capital (la ciudad dio su nombre al lago y fue durante mucho tiempo un gran centro cultural judío). Al parecer por instigación de Herodías, acudió a Calígula, recién nombrado emperador, a reclamar la corona de Judea, en manos de su sobrino Agripa I. En respuesta, Agripa escribió al emperador Calígula, acusando a Herodes de haber concertado una alianza secreta con los partos contra Roma. Calígula entonces ordenó deportar a Herodes Antipas y su mujer, en 39, a Lugdunum Convenarum (Saint-Bertrand-de-Comminges), donde Herodes murió ese mismo año.
Desterrado a la Galia. Cuando Cayo César (Calígula) nombró a Agripa I rey de la tetrarquía de Filipo, Herodías, la esposa de Antipas, se lo reprochó a su esposo, diciéndole que si no recibía rango real se debía tan solo a su indolencia. Razonó que como ya era un tetrarca, mientras que Agripa no había tenido ningún puesto en absoluto, debería ir a Roma y solicitarle a César la dignidad real. Antipas acabó cediendo a la insistente presión de su esposa. Pero a Calígula le irritó la ambiciosa solicitud de Antipas, y haciendo caso de las acusaciones de Agripa, lo desterró a la Galia (a la ciudad de Lyon, Francia). Antipas finalmente murió en España. Aunque Herodías podía haberse librado del castigo por ser hermana de Agripa, no quiso abandonar a su esposo, quizás debido a su orgullo. A Agripa I se le entregó la tetrarquía de Antipas y, después de su exilio, su dinero, así como el patrimonio de Herodías. De modo que Herodías fue responsable de las dos grandes calamidades de Antipas: su virtual derrota ante el rey Aretas y su exilio.
Herodes Antipas aparece en el Nuevo Testamento como el responsable de la ejecución de Juan el Bautista, a instigación de su esposa Herodías (Marcos 6:17–29Mateo 14:3–12). En el Evangelio de Lucas, Jesús se presenta ante él y sufre sus burlas (Lucas 23:6–12), en un encuentro que no relata ninguno de los otros evangelistas.
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