En esta décima edición de este año vamos a dar
respuesta a las quince preguntas que nos fueron planteadas por nuestros amigos
y amigas lectores. Y que nuestro biblista y teólogo cibernético va a tratar de
responder.
Es muy importante tener claro que lo más importante cuando
escudriñamos la Biblia es estar seguros de que hemos comprendido todo el
significado de las palabras y sobre todos de algunos conceptos relacionados con
la época en que se realizaron los hechos. Así es que comenzamos con nuestro
encuentro de esta décima semana del 2019.
1. Se puede negar la existencia histórica de Jesús?
Muy buena pregunta debo decirle
que en la actualidad, los análisis históricos más rigurosos coinciden en
afirmar con toda certeza incluso prescindiendo por completo de la fe y del
empleo de las fuentes históricas cristianas para evitar cualquier posible
suspicacia que Jesús de Nazaret existió, vivió en la primera mitad del siglo
primero, era judío, habitó la mayor parte de su vida en Galilea, formó un grupo
de discípulos que lo siguieron, suscitó fuertes adhesiones y esperanzas por lo
que decía y por los hechos admirables que realizaba, estuvo en Judea y
Jerusalén al menos una vez, con motivo de la fiesta de la Pascua, fue visto con
recelo por parte de algunos miembros del Sanedrín y con prevención por parte de
la autoridad romana, por lo que al final fue condenado a la pena capital por el
procurador romano de Judea, Poncio Pilato, y murió clavado en una cruz. Una vez
muerto, su cuerpo fue depositado en un sepulcro, pero al cabo de unos días el
cadáver ya no estaba allí.
Por otra parte, debo agregar que
el desarrollo contemporáneo de la investigación histórica permite establecer
como probados, al menos esos hechos, que no es poco para un personaje de hace
veinte siglos.
No hay evidencias racionales que
avalen con mayor seguridad la existencia de figuras como Homero, Sócrates o
Pericles por sólo citar algunos muy conocidos, que la que otorgan las pruebas
de la existencia de Jesús. Incluso los
datos objetivos, críticamente contrastables, que se tienen sobre estos
personajes son casi siempre mucho menores.
Pero desde luego el caso de Jesús
es distinto, y no sólo por la honda huella que ha dejado, sino porque las
informaciones que proporcionan las fuentes históricas sobre él delinean una
personalidad y apuntan a unos hechos que van más lejos de lo imaginable, y de
lo que puede estar dispuesto a aceptar quien piense que no hay nada más allá de
lo visible y experimentable.
Los datos invitan a pensar que él
era el Mesías que habría de venir a regir a su pueblo como un nuevo David, e
incluso más: que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Para acoger de veras
esa invitación se requiere contar con un auxilio divino, gratuito, que otorga
un resplandor a su inteligencia y la capacita para percibir en toda su hondura
la realidad en la que vive. Pero se trata de una luz que no desfigura esa
realidad, sino que permite captarla con todos sus matices reales, muchos de los
cuales escapan a la mirada ordinaria. Es la luz de la fe.
2. ¿Qué datos aportan sobre Jesús las fuentes romanas y judías?
Las primeras menciones de Jesús
en documentos literarios fuera de los escritos cristianos se pueden encontrar
en algunos historiadores helenistas y romanos que vivieron en la segunda mitad
del siglo I o en la primera mitad del siglo II, por lo tanto, bastante cercanos
a los acontecimientos.
El texto más antiguo donde se
menciona, aunque de un modo implícito, a Jesús fue escrito por un filósofo
estoico originario de Samosata en Siria, llamado Mara bar Sarapion, en torno al
año 73. Se refiere a Jesús como «sabio rey» de los judíos, y de él se dice que
promulgó «nuevas leyes», tal vez en alusión a las antítesis del Sermón de la
Montaña (cfr. Mt 5,21-48), y que de nada sirvió a los judíos darle muerte.
La
mención explícita de Jesús más antigua y célebre es la que hace el historiador
Flavio Josefo (Antiquitates
iudaicae XVIII, 63-64) a finales del siglo I, también conocida
como el Testimonium
Flavianum.
Ese texto
que se ha conservado en todos los manuscritos griegos de la obra de Josefo
llega a insinuar que podría ser el Mesías, por lo que muchos autores opinan que
fue interpolado por los copistas medievales.
Hoy día,
los investigadores piensan que las palabras originales de Josefo debían ser muy
similares a las que se han conservado en una versión árabe de ese texto citada
por Agapio, un obispo de Hierápolis, en el siglo X, donde no figuran las presumibles
interpolaciones. Dice así: «Por este tiempo, un hombre sabio llamado Jesús tuvo
una buena conducta y era conocido por ser virtuoso. Tuvo como discípulos a
muchas personas de los judíos y de otros pueblos. Pilato lo condenó a ser
crucificado y morir.
Pero los
que se habían hecho discípulos suyos no abandonaron su discipulado y contaron
que se les apareció a los tres días de la crucifixión y estaba vivo, y que por
eso podía ser el Mesías del que los profetas habían dicho cosas maravillosas».
Entre los
escritores romanos del siglo II (Plinio el Joven, Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum
eiusdem Responsis liber X, 96; Tácito, AnalesXV, 44;
Suetonio, Vida de Claudio,
25,4) hay algunas alusiones a la figura de Jesús y a la acción de sus
seguidores.
En las
fuentes judías, particularmente en el Talmud,
hay también varias alusiones a Jesús y a ciertas cosas que se decían de él que
permiten corroborar algunos detalles históricos por unas fuentes que no son
nada sospechosas de manipulación cristiana.
Un
investigador judío, Joseph Klausner, sintetiza así algunas de las conclusiones
que se pueden deducir de los enunciados talmúdicos sobre Jesús: «Hay enunciados
confiables en lo que respecta a que su nombre era Yeshua (Yeshu) de Nazaret,
que “practicó la hechicería” (es decir, que realizó milagros como era corriente
en aquellos días) y la seducción, y que conducía a Israel por mal camino; que
se burló de las palabras de los sabios y comentó la Escritura de la misma
manera que los fariseos; que tuvo cinco discípulos; que dijo que no había
venido para abrogar nada en la Ley ni para añadirle cosa alguna; que fue
colgado de un madero (crucificado) como falso maestro y seductor, en víspera de
Pascua (que cayó en sábado); y que sus discípulos curaban enfermedades en su
nombre» (J. Klausner, Jesús
de Nazaret, p. 44).
El
resumen que hace, y sus incisos, aunque exigirían precisiones desde el punto de
vista histórico, es suficientemente expresivo de lo que se puede deducir de
esas fuentes, que no es todo, pero no es poco. Contrastando estos datos con los
procedentes de los autores romanos, por tanto, es posible asegurar con certeza
histórica que Jesús existió e incluso conocer algunos de los datos más
importantes de su vida.
3. ¿Qué son los evangelios canónicos y los apócrifos? ¿Cuáles y cuántos
son?
Los
evangelios canónicos son los que la Iglesia ha reconocido como aquellos que
transmiten auténticamente la tradición apostólica y están inspirados por Dios.
Son cuatro y sólo cuatro: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Así lo propuso
expresamente San Ireneo de Lyon a finales del s. II (AdvHae. 3.11.8-9) y así lo
ha mantenido constantemente la Iglesia, proponiéndolo finalmente como dogma de
fe al definir el canon de las Sagradas Escrituras en el Concilio de Trento
(1545-1563).
La composición de estos
evangelios hunde sus raíces en lo que los apóstoles vieron y oyeron estando con
Jesús y en las apariciones que tuvieron de él después de resucitar de entre los
muertos. Enseguida los mismos apóstoles, cumpliendo el mandato del Señor,
predicaron la buena noticia (o evangelio) acerca de Él y de la salvación que
trae a todos los hombres, y se fueron formando comunidades de cristianos en
Palestina y fuera de ella (Antioquía, ciudades de Asia Menor, Roma, etc.).
En estas comunidades las tradiciones
fueron tomando forma de relatos o de enseñanzas acerca de Jesús, siempre bajo
la tutela de los apóstoles que habían sido testigos. En un tercer momento esas
tradiciones fueron puestas por escrito integrándolas en una narración a modo de
biografía del Señor. Así surgieron los evangelios para uso de las comunidades a
las que iban destinados.
El primero al parecer fue Marcos
o quizás una edición de Mateo en hebreo o arameo más breve que la actual; los
otros tres imitaron ese género literario. En esta labor, cada evangelista
escogió algunas cosas de las muchas que se transmitían, sintetizó otras y todo
lo presentó atendiendo a la condición de sus lectores inmediatos. Que los
cuatro gozaron de la garantía apostólica se refleja en el hecho de que fueron
recibidos y transmitidos como escritos por los mismos apóstoles o por
discípulos directos de los mismos: Marcos de San Pedro, Lucas de San Pablo.
Los evangelios apócrifos son los
que la Iglesia no aceptó como auténtica tradición apostólica, aunque normalmente
ellos mismos se presentaban bajo el nombre de algún apóstol. Empezaron a
circular muy pronto, pues ya se les cita en la segunda mitad del s. II; pero no
gozaban de la garantía apostólica como los cuatro reconocidos y, además muchos
de ellos contenían doctrinas que no estaban de acuerdo con la enseñanza
apostólica. “Apócrifo” primero significó “secreto” en cuanto que eran escritos
que se dirigían a un grupo especial de iniciados y eran conservados en ese
grupo; después pasó a significar inauténtico e incluso herético.
A medida que pasó el tiempo el
número de esos apócrifos se acrecentó en gran medida tanto para dar detalles de
la vida de Jesús que no daban los evangelios canónicos (por ej. los apócrifos
de la infancia de Jesús), como para poner bajo el nombre de algún apóstol
enseñanzas divergentes de la común en la Iglesia (por ej. evangelio de Tomás).
Orígenes de Alejandría (+ 245) escribía: “La Iglesia tiene cuatro evangelios,
los herejes, muchísimos”.
Entre las informaciones de los
Santos Padres, los conservados por la piedad cristiana, y los atestiguados de
un modo u otro en papiros, el número de “evangelios apócrifos” conocidos es
algo superior a cincuenta.
4. ¿Qué era el Sanedrín?
El Sanedrín era la Corte Suprema
de la ley judía, con la misión de administrar justicia interpretando y
aplicando la Torah, tanto oral como escrita. A la vez, ostentaba la
representación del pueblo judío ante la autoridad romana.
De
acuerdo con una antigua tradición tenía setenta y un miembros, herederos, según
se suponía, de las tareas desempeñadas por los setenta ancianos que ayudaban a
Moisés en la administración de justicia, más el propio Moisés.
Se
desarrolló, integrando representantes de la nobleza sacerdotal y de las
familias más notables, posiblemente durante el periodo persa, es decir a partir
del siglo V – IV a.C. Se menciona por primera vez, aunque con el nombre
de gerousía (consejo
de ancianos) en tiempo del rey Antioco III de Siria (223-187 a.C.). Con el
nombre de synedrion está
atestiguado desde el reinado de Hircano II (63-40 a.C.). En esos momentos lo
presidía el monarca asmoneo, que también era sumo sacerdote.
Herodes
el Grande al comienzo de su reinado mandó ejecutar a gran parte de sus miembros
—cuarenta y cinco, según Flavio Josefo (Antiquitates
iudaicae 15,6)—, porque el consejo se había atrevido a
recordarle los límites en los que debía moverse su poder. Los reemplazó por
personajes sumisos a sus deseos. Durante su reinado, y después en tiempo de
Arquelao, el Sanedrín apenas tuvo importancia.
En la
época de los gobernadores romanos, también en la de Poncio Pilato, el Sanedrín
ejerció de nuevo sus funciones judiciales en procesos civiles y penales, dentro
del territorio de Judea. En esos momentos sus relaciones con la administración
romana eran fluidas, y el relativo ámbito de autonomía que se le dejó está en
consonancia con la política romana en los territorios conquistados. No
obstante, lo más probable es que en esos momentos la potestas gladii, es decir,
la capacidad de dictar una sentencia de muerte, estuviera reservada al
gobernador romano (praefectus)
que, como era lo ordinario en esos momentos, habría recibido del emperador
amplios poderes judiciales, entre ellos esa potestad. Por lo tanto, el Sanedrín,
aunque podía entender de las causas que le eran propias no podía condenar a
nadie a muerte.
La reunión de sus miembros
durante la noche para interrogar a Jesús no fue sino una investigación
preliminar para perfilar las acusaciones que merecían la pena capital para
presentarlas, a la mañana siguiente, en contra de Jesús en el proceso ante el
prefecto romano.
5. ¿Quiénes
eran los zelotes?
Hay dos referencias bíblicas al calificativo
“zelote”. La primera está en Lucas 6:15 y la segunda en Hechos 1:13, aunque también lo hallamos como
“cananista” (Mt. 10:4; Mr. 3:18). En la primera referencia, Lucas
está narrando el episodio en que Jesús escogió a sus doce discípulos cercanos,
entre ellos a “Simón, al que llamaban el Zelote”. En la segunda, se nombra al
mismo discípulo en la historia del aposento alto.
La palabra viene del griego zelotai que
significa “celoso”.[1] Para
Flavio Josefo, el gran historiador judío, el uso del nombre zelote describe
a una secta o partido judío formado antes del año 66 a. C, en el periodo Inter
testamentario.
En este periodo surgieron muchos grupos religiosos
y políticos movidos por el deseo de generar oposición contra el dominio
extranjero. Entre los más recientes estaban los zelotes, quienes se sentían
herederos de los macabeos (un movimiento judío de liberación que luchó contra
el poder seléucida sobre Palestina).
Los zelotes eran un grupo ultranacionalista que
usaba la fuerza y la violencia para mover sus ideales. Buscaban terminar con el
dominio romano en Palestina a fin de lograr la independencia política. Lucharon
durante varias décadas hasta (según algunos historiadores) más o menos el 70 d.
C., año de la caída de Jerusalén.
Para Kirsopp Lake, quien fue profesor de historia
en Harvard, los zelotes fueron seguidores de Judas de Galilea, quien fundó en
el año 6 d. C. lo que Josefo llama la “cuarta filosofía” de los judíos.[2] Esta
filosofía insistía en repudiar a cualquier rey excepto Dios, y algunos libros
modernos representan a este grupo como teniendo fuertes esperanzas mesiánicas.
Si bien sus ideales religiosos se parecen a los de los fariseos, los zelotes
tomaron el camino de la violencia a través de eventos guerrilleros contra los
invasores.
6. ¿Quién fue José de
Arimatea?
José de
Arimatea aparece mencionado en los cuatro evangelios en el contexto de la
pasión y muerte de Jesús. Era oriundo de Arimatea (Armathajim en hebreo), una población en
Judá, la actual Rentis, a 10 km al nordeste de Lydda, probablemente el lugar de
nacimiento de Samuel (1 S 1,1). Hombre rico (Mt 27,57) y miembro ilustre del
sanedrín (Mc 15,43; Lc 23,50), tenía un sepulcro nuevo cavado en la roca, cerca
del Gólgota, en Jerusalén. Era discípulo Jesús, pero, como Nicodemo, lo
mantenía en oculto por temor a las autoridades judías (Jn 19,38). De él dice
Lucas que esperaba el Reino de Dios y no había consentido en la condena de
Jesús por parte del sanedrín (Lc 23,51).
En los
momentos crueles de la crucifixión no teme dar la cara y pide a Pilatos el
cuerpo de Jesús (en el Evangelio
de Pedro 2,1; 6,23-24, un apócrifo del siglo II, José lo
solicita antes de la crucifixión). Concedido el permiso por el prefecto,
descuelga al crucificado, lo envuelve en una sábana limpia y, con ayuda de
Nicodemo, deposita a Jesús en el sepulcro de su propiedad, que todavía nadie
había utilizado. Tras cerrarlo con una gran roca se marchan (Mt 27,57-60, Mc
15,42-46, Lc 23,50-53 y Jn 19,38-42). Hasta aquí los datos históricos.
A partir
del siglo IV surgieron tradiciones legendarias de carácter fantástico en las
que se ensalzaba la figura de José. En un apócrifo del siglo V, las Actas de Pilato, también
llamado Evangelio de
Nicodemo, se narra que los judíos reprueban el comportamiento de
José y Nicodemo a favor de Jesús y que, por este motivo, José es enviado a
prisión. Liberado milagrosamente aparece en Arimatea. De allí regresa a
Jerusalén y cuenta cómo fue liberado por Jesús. Más fabulosa todavía es la
obra Vindicta Salvatoris (¿siglo
IV?), que tuvo una gran difusión en Inglaterra y Aquitania. En este libro se
narra la marcha de Tito al frente de sus legiones para vengar la muerte de
Jesús. Al conquistar Jerusalén, encuentra en una torre a José, donde había sido
encerrado para que muriera de hambre. Sin embargo, fue alimentado por un manjar
celestial.
En los
siglos XI-XIII, la leyenda sobre José de Arimatea fue coloreándose de nuevos
detalles en las islas británicas y en Francia, insertándose en el ciclo del
santo Grial y del rey Arturo. Según una de estas leyendas, José lavó el cuerpo
de Jesús y recogió el agua y la sangre en un recipiente. Después, José y
Nicodemo dividieron su contenido (ver la pregunta ¿Qué es el santo Grial?).
Otras leyendas dicen que José, llevando este relicario, evangelizó Francia
(algunos relatos dicen que habría desembarcado en Marsella con Marta, María y
Lázaro), España (donde Santiago lo habría consagrado obispo), Portugal e
Inglaterra. En esta última región, la figura de José se hizo muy popular. La
leyenda le hace el primer fundador de la primera iglesia en suelo británico, en
Glastonbury Tor, donde mientras estaba dormido su báculo echó raíces y
floreció. Glastonbury Abbey se convirtió en un importante lugar de
peregrinación hasta que ésta fue disuelta con la Reforma en 1539. En Francia,
una leyenda del siglo IX refiere que el patriarca Fortunato de Jerusalén, en
tiempos de Carlomagno, huyo a occidente llevándose los huesos de José de
Arimatea, hasta llegar al monasterio de Moyenmoutier, donde llegó a ser abad.
Todas estas leyendas, sin ningún
fundamento histórico, muestran la importancia que se daba a los primeros
discípulos de Jesús. El desarrollo de estos relatos puede estar vinculado a
polémicas circunstanciales de algunas regiones (como Inglaterra o Francia) con
Roma. Se trataría de querer mostrar que determinadas regiones habían sido
evangelizadas por discípulos de Jesús y no por misioneros enviados desde Roma.
En cualquier caso, nada tienen que ver con la verdad histórica.
7. ¿Quién era el Cirineo mencionado en la Biblia,
cuando Jesús se dirigía al Gólgota?
Que excelente pregunta
me planteas. Cuentan
los Evangelios, que el Cirineo era un hombre del campo, que llegó aquella
mañana de viernes a Jerusalén de labrar la tierra que estaba a su cargo. Y
dicen que se llamaba Simón y era padre de dos hijos llamados Alejandro y Rufo.
Al igual que José de
Arimatea o María Magdalena, Simón pasó a la historia mayormente conocido por su
gentilicio, ya que su procedencia era extranjera, de Libia, y su ciudad natal,
la histórica Cirene, que había sido fundada por los griegos 630 años antes de
Cristo.
Aquel hombre, Simón, el
cirineo, acudió a Jerusalén no sabemos si movido por la noticia de la condena
del Nazareno o simplemente porque regresase a su hogar, pero lo cierto es que
una vez encontrada la comitiva que conducía a Jesús hasta el Calvario,
presenció el cortejo ante sus ojos, lo que no le dejaría indiferente el resto
de sus días. La guardia romana que custodiaba el traslado de los condenados,
viendo a Jesús agotado caer bajo el peso del madero, hace uso del derecho de
requisa y toma a Simón el cirineo para que coja la cruz.
El derecho de requisa no era
otra cosa que acudir a cualquier persona que presenciase a los condenados
siendo conducidos al Calvario y requerir su ayuda obligada en determinados
momentos, ante las condiciones que presentase el reo. No era una ayuda que prestaba
la persona por voluntad propia, sino que era obligada por los romanos para que
el reo no pereciera en el trayecto hacia el Calvario debido a sus condiciones
físicas lamentables, fundamentalmente, tras el martirio de la flagelación, que
precedía a todas las ejecuciones romanas.
Pues aquella primera mañana
de Viernes Santo de la historia, fue a Simón a quien los romanos tomaron para
que cargase con el madero ante el estado físico de Jesús. Desde entonces, el
Cirineo pasará a la historia como aquel hombre que ayudó a Cristo a llevar su
Cruz hasta el Gólgota, y su figura moverá a la piedad de muchas personas que
ven en él un ejemplo a seguir, ya que se tratará de la persona que encarnará la
ayuda a todo aquel necesitado en cualquier situación de la vida cotidiana.
Tras aquel día, el Cirineo
no podría seguir siendo la misma persona. Debió haber un antes y un después en
su vida tras haber visto el rostro a Dios, a menos de tres palmos de su cara.
De él, nada más se conoce. No sabemos cómo relataría a sus hijos lo sucedido.
Ni cómo vivió su hombro a hombro con Jesús, ni qué le deparó la vida a partir
de entonces. Solo sabemos que aquella mañana muchos de nosotros hubiéramos
querido estar en su sitio, para que el Señor, el mismo que tres veces cayó, no
llevase sobre sus benditos hombros la pesada carga que le hubo impuesto la
Humanidad por todos y cada uno de nuestros pecados. Y esa dicha solo la pudo
contar un hombre llamado Simón el Cirineo.
Dedico esta respuesta a
todos los amigos y amigas que de verdad han sido, son y serán cirineos en esta
vida terrenal.
8. ¿Quién fue Poncio Pilato?
De acuerdo con la tradición cristiana, Poncio Pilatos fue
el responsable de la condenación de Jesús de Nazaret a morir crucificado, pues fue el encargado de decretar
la muerte de Jesús por instigación de la jerarquía
religiosa.
Historiadores consideran que Poncio Pilatos tomo esta decisión influenciado por
el temor a permitir el surgimiento de un movimiento
religioso que
se salía de las manos del control de las
autoridades y que tenía todas las intenciones de volverse un movimiento revolucionario.
Poncio
Pilatos fue un gobernador romano de Judea. Pese a ser famoso en la historia, aún se desconoce su origen
exacto y su fecha de nacimiento, en realidad, los pocos datos que
se tienen de él únicamente hacen referencia a su labor como gobernador romano
de la ciudad.
Se sabe
también que logró llegar al cargo de gobernador en el año 26, y no pasó mucho tiempo para que
ganara la hostilidad y
el desprecio por parte
de los judíos cuando
quiso introducir el culto imperial por medio de la colocación de imágenes
pintadas del César y
cuando quiso pagar un acueducto con
los fondos del tesoro del Templo.
Pilato no
fue un buen gobernador y de antemano se sabía que no amaba a los judíos. Entre
las provincias romanas, Judea era
la más difícil de gobernar y Pilato nunca pudo
comprender los verdaderos problemas
administrativos por lo que cometió errores casi y fue por estos errores que los judíos tenían
poder sobre él. Cuando los judíos necesitaban o querían influir sobre sus
decisiones, lo único que debían hacer era amenazar con una revuelta,
y Pilato inmediatamente les daba la razón. Los judíos sabían que Pilato les
tenía miedo, y sacaron grandes ventajas de esto.
En el
año 37 Pilatos
fue destituido de su
cargo por el gobernador de Siria, y perdió su puesto por haber tenido mano dura
y mucha crueldad en su afán por reprimir a los samaritanos en el Garizín.
Con
relación a su muerte le puedo decir que Eusebio de Cesarea cuenta en su historia que
Pilato cayó en desgracia junto
con el emperador romano conocido como Calígula y que se suicidó alrededor del año 37 d. C. Pero contrario a esta
afirmación, en realidad nadie sabe a ciencia cierta cómo se dio su muerte
porque de acuerdo con el evangelio apócrifo “Hechos de Pilato “, el cual también es conocido como el Evangelio de Nicodemo, la
responsabilidad de la condena de Jesús fue principalmente puesta
sobre los Judíos y el
papel de Pilato en
este juicio y condena se
reduce al mínimo.
En cuanto a Poncio
Pilato dentro de la Biblia le puedo afirmar que los cuatro Evangelios, principalmente el evangelio de Juan, nos cuentan extensamente el juicio y la crucifixión de Jesús. Pilato también es mencionado en Hechos (Hch 3:13),( Hch 4:27),( Hch 13:28) y en (1 Ti 6:13). Fue Poncio
Pilatos el encargado de llevar a Jesús
de Nazareth ante el pueblo para que fuese
éste el que decidiera qué hacer con él.
Algunos investigadores
nos narran que Pilato ha pasado a representar un símbolo tradicional de
la vileza y de
la sumisión que se
demuestra en los bajos intereses de la política. Es un símbolo además muy
emblemático con respecto a la pasión
de Cristo. Su actuación por medio del
lavado de manos ha quedado en la cultura como un símbolo de quien, ante su
propia conveniencia personal, cede ante la presión de otras personas y busca
como desentenderse ante un veredicto.
Es importante señalar
su manera muy particular de vestirse: Su uniforme o vestimenta era una túnica hecha de cuero y una coraza
metálica, y su atuendo civil, usualmente era
una toga de color blanca con una franja violeta. Como otros representantes del gobierno debía tener el cabello corto y
estar bien afeitado.
Para terminar me quiero
referir a su esposa que se llamó Claudia Prócula, quien de
hecho era muy diferente a su esposo. Evidentemente se encontraba interesaba en
las actitudes de su marido, y buscaba la forma de moderar sus excesos en la ejecución de
sus deberes.
Probablemente se enteró del arresto de Jesús de Nazareth y del juicio a que se
le sometería al día siguiente. Se dice que tuvo pesadillas y que
se levantaba angustiada diciéndole a su esposo que “por causa de aquel
justo ha sufrido mucho en sueños durante la noche”.
No
se sabe en realidad cuánto quiso ayudar a Jesús porque creía que era inocente. Desde el punto de vista humano, se observa una
mujer pagana, de naturaleza delicada y sensible, que trata de evitar que su marido cometa una
atrocidad que traería la ira y venganza divinas.
9. ¿Quién
fue Caifás?
Caifás (Joseph Caiaphas) fue un sumo
sacerdote contemporáneo de Jesús. Es citado varias veces en el Nuevo Testamento
(Mt 26,3; 26,57; Lc 3,2; 11,49; 18,13-14; Jn 18,24.28; Hch 4,6). El historiador
judío Flavio Josefo dice que Caifás accedió al sumo sacerdocio alrededor del
año 18, nombrado por Valerio Grato, y que fue depuesto por Vitelio en torno al
año 36 (Antiquitates iudaicae,
18.2.2 y 18.4.3).
Estaba
casado con una hija de Anás. También según Flavio Josefo, Anás había sido el
sumo sacerdote entre los años 6 y 15 (Antiquitates
iudaicae, 18.2.1 y 18.2.2). De acuerdo con esa datación, y conforme
a lo que señalan también los evangelios, Caifás era el sumo sacerdote cuando
Jesús fue condenado a morir en la cruz.
Su larga permanencia en el sumo
sacerdocio es un indicio más que significativo de que mantenía unas relaciones
muy cordiales con la administración romana, también durante la administración
de Pilato. En los escritos de Flavio Josefo se mencionan en varias ocasiones
los insultos de Pilato a la identidad religiosa y nacional de los judíos y las voces
de personajes concretos que se alzaron protestando contra él.
La ausencia del nombre de Caifás
—que era el sumo sacerdote precisamente en ese momento— entre los que se
quejaron de los abusos de Pilato, pone de manifiesto las buenas relaciones que
había entre ambos. Esa misma actitud de cercanía y colaboración con la
autoridad romana es la que se refleja también en lo que cuentan los evangelios
en torno al proceso de Jesús y su condena a muerte en la cruz. Todos los
relatos evangélicos coinciden en que tras el interrogatorio de Jesús, los
príncipes de los sacerdotes acordaron entregarlo a Pilato (Mt 27,1-2; Mc 15,1;
Lc 23,1 y Jn 18,28).
Para conocer cómo entendieron los
primeros cristianos la muerte de Jesús, es significativo lo que narra San Juan
en su evangelio acerca de las deliberaciones previas a su condena: «Uno de
ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo: —Vosotros no sabéis
nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el
pueblo y no que perezca toda la nación.
Pero esto no lo dijo por sí mismo
[señala el evangelista], sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó
que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir
a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,49-52).
En 1990 aparecieron en la
necrópolis de Talpiot en Jerusalén doce osarios, uno de los cuales lleva la
inscripción «Joseph bar Kaiapha», con el mismo nombre que Flavio Josefo
atribuye a Caifás. Se trata de unos osarios del siglo I, y los restos contenidos
en ese recipiente bien podrían ser los del mismo personaje mencionado en los
evangelios.
10. ¿Qué dice el Evangelio de Judas y que
más se sabe sobre él?
Ubiquémonos en el siglo I
fue realmente Apóstol de Jesús. Como uno más de los apóstoles de Jesús de Nazaret,
Judas siguió a su maestro durante su predicación por Palestina y, según los Evangelios,
fue el traidor que reveló a los miembros del Sanedrín el lugar donde podían
prender a su Maestro sin que sus seguidores interfiriesen, tal como el propio
Jesús había anunciado en la Santa Cena. Él mismo fue quien dirigió a los
guardias que arrestaron a Jesús y les indicó quién era besándole.
Por
su traición fue recompensado con treinta denarios, pero al poco tiempo se
arrepintió de sus actos, intentó devolver las monedas a los sacerdotes que se
las habían dado, y al no aceptarlas éstos, las arrojó en el templo. Luego,
desesperado ante la magnitud de su delación, se suicidó ahorcándose de un
árbol. Por ello, la figura de Judas ha pasado a la tradición cristiana
posterior convertida en la del traidor por antonomasia.
Con el paso de los siglos se añadieron a su
historia elementos novelescos. En la Leyenda áurea, una famosa colección de vidas y leyendas de
santos de mediados del siglo XIII compuesta por Jacobo de Voragine, aparecen, insertos en la Vida de San Mateo, nuevos datos no contenidos
en los Evangelios sobre la vida de Judas antes de conocer a Jesús. En ellos se
basó un compilador anónimo del siglo XIV para componer una obra titulada Leggenda
di Giuda (Leyenda de Judas), que fue conocida en toda Europa,
aunque sin alcanzar gran popularidad, quizás por la persistente conciencia de
su origen literario.
Probablemente a causa de la instintiva tendencia a
la concentración de las culpas en tipos representativos, la historia de Judas
acabó tomando motivos del antiguo mito griego de Edipo: en la Leggenda di Giuda se
cuenta que los padres de Judas, Rubén y Ciborea, decidieron abandonar a las
olas del mar a su hijo recién nacido porque en sueños habían sido advertidos de
que causaría la ruina de su pueblo. Pero el niño no pereció ahogado, sino fue a
parar a la isla Iscariote, de donde viene el nombre de Judas Iscariote. Educado
por la reina del lugar, fue creciendo hasta que mató al hijo de su bienhechora,
tras lo cual huyó a Jerusalén, donde entró al servicio de Poncio
Pilato.
Un día Pilato le ordenó que le trajese unas frutas;
para obtenerlas, Judas mató al dueño del huerto, que no era otro que su padre,
Rubén. Pilatos lo nombró heredero del muerto y lo casó con su viuda. Cuando
Judas descubrió el parricidio y el incesto con el que se había manchado, se
hizo discípulo de Jesucristo redimirse; pero pronto se dedicó a robar el
dinero que el Maestro le confiaba y finalmente, por codicia, lo traicionó. Al
arrepentirse de ello se ahorcó, y su cuerpo reventó esparciendo por el suelo
sus entrañas a fin de que el espíritu malvado no saliese por la boca que había
besado a Cristo.
11. ¿Quién fue
realmente la Verónica mencionada por la tradición piadosa cuando Jesús se
dirigía al calvario?
Qué bonita
pregunta me estás haciendo estimado amigo. La Verónica, es aquella mujer que habría enjugado el rostro de Jesús camino de la cruz, produciéndose el milagro de la trasposición del
rostro en el lienzo con el que lo habría hecho. Y la pregunta que nos formulamos
hoy es la siguiente: ¿qué es lo que sabemos de tan singular personaje de la
Pasión?
Lo primero que tenemos que hacer es advertirle a Vd. querido lector de que no se precipite sobre los evangelios, porque en ellos no la va a encontrar: Verónica no es un personaje canónico, lo que no quiere decir que no sea uno de los personajes más importantes de la más antigua tradición cristiana de la Pasión.
Lo primero que tenemos que hacer es advertirle a Vd. querido lector de que no se precipite sobre los evangelios, porque en ellos no la va a encontrar: Verónica no es un personaje canónico, lo que no quiere decir que no sea uno de los personajes más importantes de la más antigua tradición cristiana de la Pasión.
No consta de donde provenga exactamente la leyenda, pero el apócrifo “Actas de Pilatos”, da table en el entorno del s. IV, recoge la figura de una Verónica que identifica con la hemorroísa del Evangelio: “Y cierta mujer llamada Verónica empezó a gritar desde lejos diciendo ‘encontrándome enferma con flujo de sangre, toqué la fimbria de su manto y cesó la hemorragia que había tenido doce años consecutivos’” (op.cit. cap. 7).
Una figura ésta de la hemorroísa, que sin nombre propio alguno aparece en el Evangelio de Marcos en estos términos: “Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ¿Quién me ha tocado?’ Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’” (Mc. 5, 25-34).
La identificación de la Verónica y la hemorroísa de Marcos ha quedado fuertemente impresa en la tradición cristiana sobre aquélla, y nos la encontramos también en la “Historia Eclesiástica” escrita en los albores del s. IV y a la que tan a menudo recurrimos en esta columna, de Eusebio de Cesarea, la cual, sin embargo, nos presenta esta versión algo diferente a la que generalmente rememora la tradición sobre la Verónica:
“En efecto, la hemorroísa que por los evangelios sabemos que encontró la curación de su mal por obra de nuestro salvador, se dice que era oriunda de esta ciudad [Cesarea de Filipo] y que en ella se enseña su casa, y que aún subsisten monumentos admirables de la buena obra realizada por el Salvador en ella.
Efectivamente sobre una piedra, delante de las puertas de su casa, se alza una estatua de mujer, en bronce, con una rodilla doblada y con las manos tendidas hacia adelante como una suplicante. Y enfrente de ésta otra del mismo material, efigie de un hombre en pie, revestido pulcramente de un manto y tendiendo su mano hacia la mujer […] Esta estatua dicen que reproducía la imagen de Jesús. Se conservaba hasta nuestros días, como lo hemos comprobado de vista nosotros mismos, de paso en aquella ciudad” (Hist Ec. 7, 18).
Siempre relacionada con la figura y el rostro de Jesús que constituye la constante de la tradición sobre Verónica, el apócrifo titulado “Muerte de Pilato”, un texto breve y no excesivamente antiguo que podría ser copia o estar inspirado en alguno anterior, nos presenta esta otra versión de los hechos: “Cuando mi Señor se iba a predicar yo llevaba muy mal el verme privada de su presencia. Entonces quise que me hicieran un retrato para que mientras no pudiera gozar de su compañía, me consolara a lo menos la figura de su imagen. Y yendo yo a llevar el lienzo al pintor para que me lo diseñase, mi Señor salió a mi encuentro y me preguntó a dónde iba. Cuando le manifesté mi propósito, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con la imagen de su rostro venerable”
En cuanto al nombre de la Verónica, según la versión más comúnmente aceptada estaría relacionado con la reliquia que le da carta de naturaleza, el lienzo en el que queda impreso el rostro de Jesús, y significaría “verdadera imagen”, de vero=verdadera e icono=imagen, Verónica. Ahora bien, existe un nombre griego frecuente, por cierto, en la época de Jesús, que incluso porta una sobrina de Herodes el Grande y una hija de Herodes Agripa (pinche aquí si desea aprender a distinguir entre los muchos Herodes recogen los textos canónicos), que es Βερενίκη (Berenice), del que Verónica podría ser una versión.
Como personaje basado en la tradición que es, existe abundante leyenda sobre la vida posterior de la Verónica. Según algunas tradiciones habría casado con Zaqueo, el recaudador de impuestos que nos presenta Lucas (ver Lc. 19, 110), lo que a mayor detalle habría hecho en Francia, transformándose luego Zaqueo en el ermitaño Amadour en la región de Rocamadour. Otras leyendas la presentan en Soulac, en la garganta del Gironde, portando reliquias de la Virgen, o según Gregorio de Tours, en Bazas, portando la sangre de Juan el Bautista, en cuya ejecución habría estado presente. Precisamente el apócrifo citado arriba, “Muerte de Pilatos”, la presenta en Roma, donde habría curado al Emperador Tiberio por medio de la imagen que portaba consigoy donde, según otras versiones, habría permanecido hasta su muerte, donando la reliquia por la que pasa a la tradición al Papa Clemente (93101).
Es mencionada en varios textos medievales. Así en un viejo “Misal de Augsburgo”, que recoge una misa “De S. Veronica seu Vultus Domini”, así en un texto de Mateo de Westminster que habla de la impresión de la imagen del Salvador. El Papa Juan VII (705-707) consagra en Roma una capilla denominada de Sancta María in Verónica.
Leyendas y menciones literarias todas ellas que conviven también con un movimiento de resistencia a la certificación de su figura histórica, como demuestra el hecho de que su onomástica no aparezca en el importante Martirologio Hieronymiano, al que nos hemos referido otras veces, ni en otros martirologios antiguos, o que San Carlos Borromeoexcluyera el oficio de Santa Verónica del Misal de Milán.
Su figura pasa a la iconografía cristiana en la que registra riquísima presencia, inseparablemente unida al lienzo que le da razón de ser, una de las principales reliquias del cristianismo, sobre el que nada decimos por ahora por tener pensado hacerlo extensamente en otra ocasión.
La mujer llamada Verónica, de la que no hablan los evangelistas,
pero sí la tradición piadosa de la pasión del Señor. Su presencia es
sintomática de cómo prolonga la devoción cristiana los relatos evangélicos. A
la sobriedad evangélica y litúrgica se agregan otros elementos que la humanizan
y acercan a la vida circunstanciada de los hombres.
Como introducción y síntesis citamos unas líneas de José Luis
Martín Descalzo (Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Salamanca 1998, p.
1108): «Una antigua tradición coloca aquí a la Verónica, un personaje
del que nada nos dicen los evangelistas y que, con toda probabilidad, es un
invento de la piedad y ternura cristianas. Durante muchos siglos se experimentó
entre los creyentes el deseo, la necesidad, de poseer la verdadera imagen, el
auténtico rostro de Jesús. Y de este deseo surgió la piadosa leyenda de una
mujer que en el camino del Calvario habría limpiado, conmovida, el rostro de
Jesús, rostro que habría quedado impreso en el blando lienzo.
Este verdadero rostro, este “vero icono” se habría transmutado
en el nombre de la mujer: Verónica, la más bella leyenda de la cristiandad
joven. Ninguna otra, en efecto, refleja mejor la ternura de la Iglesia, el afán
de la esposa de Cristo por limpiar este rostro dolorido y ensangrentado». Nótese
el origen del nombre: Verónica sería el “vero icono”, el rostro auténtico de
Jesús.
El Viacrucis presidido por el Papa el 19-8-2011
dentro de la Jornada Mundial de la Juventud, cuyo
comentario fue redactado por las Hermanitas de la Cruz, que sirven a los más
pobres y menesterosos, une la estación en que Jesús habla a las mujeres de
Jerusalén que lloran por Él (octava estación) con la estación de la mujer que
le limpia el rostro, la Verónica (tradicionalmente la sexta). Al principio se
añadieron a las estaciones tradicionales tres: la última Cena, el beso de Judas
y la negación de Pedro. El comentario a la octava estación, titulada “La Verónica
enjuga el rostro de Jesús”, dice en relación con ella: «Una de las
mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y
salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta Él. Se quitó el
pañuelo y limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó con violencia, pero,
al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y
doliente de Cristo. Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el
paño de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que
han sido desfigurados por regímenes ateos que destruyen a la persona y la
privan de su dignidad». Las estaciones unen el viacrucis de Jesús y el de
la humanidad, también en nuestros días. Miremos con los ojos de Jesús el rostro
de los hermanos y hermanas. Los cofrades deben aprender particularmente esta
lección en la participación creyente y piadosa de la pasión, muerte y
resurrección de Jesucristo. Cada cofradía, cada “paso”, cada misterio
convertido en centro de la inspiración de los cofrades, adopta una perspectiva
para contemplar la pasión del Señor. El Papa, en su intervención después del
Viacrucis celebrado en el Paseo de Recoletos de Madrid dentro de la Jornada
Mundial de la Juventud, recordó a santa Teresa de Jesús, a quien le quedó
hondamente grabada una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la
Vida, 9, 1). Y prosiguió: «La pasión de Cristo nos impulsa a cargar
sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no
es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Queridos jóvenes, no
paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que
entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de
compadecer».
¿Quién es la Verónica? ¿Cómo surgió la tradición del lienzo de
la Verónica en que quedó grabada la imagen de Jesús cuando limpió su rostro
camino del Calvario? Podemos resumir en los siguientes términos la formación de
la leyenda larga y compleja desde los orígenes hasta su consolidación. En un
primer momento habría una carta de Jesús a Abgar, rey de Edesa y leproso. En
reconocimiento de su curación, el rey habría mandado que su pintor realizara un
retrato de Jesús. A esta imagen se le atribuyeron virtudes milagrosas y se
llegó a la conclusión de que no era obra de mano humana, ya que el mismo Jesús
habría impreso sus rasgos sobre el velo (cf. Eusebio de Cesarea, Historia
Eclesiástica, I, 13, 1-11). En la continuidad y amalgama de ingredientes de
la tradición entraría también el que una princesa llamada Berenice
(Berenika-Verónica) habría sido curada en el siglo IV por la imagen impresa en
el lienzo. Uniendo cabos de manera sorprendente, esta princesa habría sido
identificada con la mujer que padecía flujo de sangre y fue curada por Jesús
según la narración evangélica (cf. Mc 5,25-34). La imagen habría pasado a Roma,
donde por su medio fue curado Tiberio (cf. Aurelio de Santos Otero, Los
evangelios apócrifos, Madrid, 5.ª reimpresión, 2006, pp. 260-265). Esta
reproducción del rostro de Jesús fue denominada en bizantino “vera
icon” (‘verdadera imagen’). «De la verónica (imagen) se acabó
por hacer una mujer» (Verónica, en: Gran Enciclopedia Larousse,
12, p. 11439). A finales de la Edad Media, la Verónica fue situada al lado de
las mujeres de las que se hace mención en la pasión de Jesús (cf. Lc 23,27),
pasando a ser ella el personaje central de la sexta estación del Viacrucis: “La
Verónica limpia el rostro de Jesús”. La antigüedad cristiana desconoció a la
Verónica, cuyo nombre no figura en el martirologio romano y cuyo culto es
tardío. En Roma se veneraba una imagen de Jesucristo llamada “velo de la
Verónica”, conservada primero en la iglesia de San Silvestre y desde 1870 en la
Basílica de San Pedro. Aquí estaría el origen del culto a la Santa Faz, nombre
que llevaría desde su profesión religiosa santa Teresa de Lisieux, “Teresa del
Niño Jesús y de la Santa Faz”.
Los artistas representarán a la Verónica sosteniendo con ambas
manos el velo donde se habría impreso milagrosamente el rostro de Jesús. En la
antigua Pinacoteca de Múnich (Alemania) se conserva un cuadro de santa Verónica
y la Santa Faz, pintado hacia el año 1410. Posteriormente fue repetido el
motivo por el Greco, Zurbarán, etc.
El rostro de Jesús unas veces ha reflejado más al crucificado
como el que reina desde el madero, y otras, sobre todo por influjo de san
Bernardo y san Francisco de Asís, como el herido y maltratado, habiendo pasado
a la imagen los trazos de sangre y de muerte. El rostro de la Verónica «ha
merecido el respeto de todos los que queremos conocer su rostro, enjugar su
sudor y recoger su sangre vivificadora, acompañándole en su camino y siendo
como Él. Ésta es la razón de que hayan proliferado tantas Verónicas y de que
tantos pintores hayan intentado pasar al paño el fulgor de la divinidad humanada
de Cristo unos y de su humanidad divinizada otros» (Olegario González
de Cardenal, El rostro de Cristo, Valladolid 2011, p. 63). Se
comprende el deseo y el amor de los cristianos por contemplar el rostro de
Cristo, el Salvador e Hijo de Dios, en quien creen, aman y esperan.
Fuente: https://www.religionenlibertad.com/blog/36627/pero-quien-fue-la-veronica-que-celebramos-hoy.html
12. ¿Qué me
puede contar sobre la Santa
Faz y Sudario de Turín?
Podemos establecer una relación estrecha entre lo que venimos
diciendo sobre la faz de Jesús grabada en el lienzo de la Verónica y la
venerable reliquia de la Sábana Santa conservada en Turín con el impresionante
rostro impreso en ella. «En el contexto de esta pasión amorosa por
recordar, recoger y venerar todo lo que pudiera tener conexión con la figura,
la vida y la muerte de Jesús, hay que situar el “Sudario” de Turín. Este nos
queda como un signo ante el que los creyentes han recordado al Cristo “muerto
por nuestros pecados y resucitado por nuestra justificación” (Rm 4,24), han
actualizado su fe en Él y se han animado a servirle e imitarle. La ciencia
seguirá intentando descifrar el enigma técnico implicado en el origen y la
conservación de este lienzo con su complejidad persistente hasta hoy; y la
Teología seguirá intentando interpretar cómo es un signo de Cristo en cada
generación» (ibíd., p. 64; cf. Monique Villen, Ecce Homo. La
Pasión y la Resurrección a la luz de la Sábana Santa, México 2006, pp.
26-29. Presenta en estas páginas algunos textos sobre el rostro de Jesús, el
Hombre de la Santa Sábana). El amor del Señor y Redentor impregna de respeto
sagrado y entrañable lo concerniente a la Sábana Santa.
Los evangelistas no nos describen el rostro de Jesús; hablan, en
cambio, de su mirada, que seguramente les impresionó. Marcos insiste con
frecuencia: «y mirándolos, dijo». Se unen la mirada y la palabra
fortaleciéndose mutuamente como signos de la comunicación; con la mirada la
palabra se hace más penetrante. «Mirándolos con ira, apenado por la
dureza de su corazón, dice al hombre: “Extiende la mano”. Él la extendió y
quedó restablecida» (Mc 3,5). «Él, volviéndose y mirando a sus
discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás!
Porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres”» (Mc
8,33). «Jesús, mirándolos fijamente, dice: “Para los hombres es
imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”» (Mc
10,27). «Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su
alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos”» (Mc 3,34). «Jesús,
fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, cuanto
tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego,
ven y sígueme”» (Mc 10,21). La mirada de Jesús unas veces es de
indignación y de reprensión; otras de complacencia, de amor y de confianza. Es
verdad que la mirada es lo más elocuente del hombre, pero nada se nos dice de
los gestos del rostro (cf. Mc 5,32; 10,23). Algo singular han encontrado en el
Hombre de la Sábana Santa quienes buscan su rostro.
¿Cómo es el rostro del Hombre de la Sábana Santa? Teniendo ante
los ojos el rostro del Santo Lienzo, léase todo el Evangelio, y se le verá
pasar de una expresión a otra: rostro santo y majestuoso, airado por el celo de
Dios, manso, sublime, doloroso, alentador, amable, misericordioso y compasivo.
Aunque no es la imagen de un rostro vivo, llama la atención y se impone su
nobleza, su serenidad, su sencillez, su grandeza, su realismo. Daniel-Rops
escribió: «Cara de inefable y serena belleza y de una majestad
verdaderamente sobrehumana». El cardenal Michele Pellegrino, que fue
arzobispo de Turín: «Cara que inspira amor». Paul Claudel: «Más
que una imagen es una presencia». Antonio Tonelli, especialista en
sindonología: «Sobre este rostro se traslucen sentimientos de dolor
tranquilo y resignado, de tristeza dulce y suave, que se unen admirablemente a
una actitud de serena majestad. Tiene los ojos cerrados, pero no parece muerto.
Mirando con detenimiento la imagen, uno no sabe afirmar si representa a un
cadáver o a un hombre dulcemente dormido». Arthur Loth, especialista en la
Sábana Santa: «Lo que más sorprende en esta conmovedora aparición es la
serena grandeza, la calma divina de aquel rostro, a pesar de las crueles
señales de toda clase de sufrimientos. Algo cautiva la atención. Es la especie
de vida misteriosa que conserva aquel rostro muerto». Manuel Solé escribió: «Es
inexplicable que un hombre tan maltratado físicamente no presente en su rostro
señales de crispación, de odio, de ira impotente, de agotamiento, de perversión
moral» (La Sábana Santa de Turín, Bilbao, ed. Mensajero, p.
314) . Seguramente algunas de estas expresiones van desde el creyente al
lienzo, pero también pueden venir del lienzo al creyente, si este es fino y
penetrante en su mirada.
Recojo a continuación algunas oraciones, en forma de himnos,
dirigidos a la Santa Faz, al Sudario o a la Verónica, ya que la contemplación
creyente se convierte en oración vibrante. Hay una secuencia, probablemente del
siglo XIV, cuando se discutió en Teología sobre la visión de la esencia divina,
que dice así: «Salve, Santa Faz / de nuestro Redentor / en la que brilla
la belleza / del divino esplendor / impresa en el paño de níveo color / dado a
la Verónica como signo de amor. / Salve, gloria nuestra, / en esta vida dura, /
lábil y frágil / que rápida pasa; / llévanos a la patria, / o feliz figura, /
hasta ver la Faz de Cristo en persona. / Salve, Sudario, / joya excelente, /
tú, nuestro solaz / y memorial. / Por manos no pintada, / ni esculpida ni
grabada. / Bien lo sabe el sumo Artista / que así te hizo; / sé para nosotros,
te pedimos, / ayuda segura, / dulce refrigerio, / a la vez que solaz. / Para
que no nos dañe / agresión enemiga, / sino gocemos descanso, / digamos todos:
Amén» (citado en Olegario González de Cardedal, pp. 68-69). El sudario
santo es la sábana o lienzo con que José de Arimatea cubrió el cuerpo de
Jesucristo cuando lo bajó de la cruz (cf. Lc 23,53). Sudario es el lienzo que
se pone sobre el rostro de los difuntos o en que se envuelve el cadáver (sobre
la Verónica en la literatura española, veáse José Fradejas Lebrero, Los
evangelios apócrifos en la literatura española, Madrid 2005, pp. 327-374,
con numerosas citas de autores).
Paul Claudel ruega así a la Verónica que se ha acercado a Jesús,
rompiendo con valor el círculo mismo de la muerte que se ha formado en torno a
Él, tomando el rostro del Señor entre sus manos: «Enséñanos, Verónica,
a desafiar el respeto humano. / Porque, aquel para quien Jesús no es solo una
imagen, / sino una persona verdadera, / llega a ser para los demás hombres
desagradable y sospechoso. / Su proyecto de vida es distinto, sus motivos no
son los de ellos. / Hay siempre algo en él que se les escapa/ y parece de otro
mundo./ Déjanos mirar una vez, Verónica,/ el rostro del Santo Viandante, / en
el lienzo en que lo has recogido./ ¡Ese velo piadoso de lino en que Verónica ha
ocultado el rostro del Vendimiador en el día de su ebriedad, / para que su
imagen se adhiera en él eternamente, / hecha con su sangre, sus lágrimas y
nuestros desprecios!»(cit. en: Ecce Homo, p. 135).
Juan Pablo II escribió a este propósito: «El velo, sobre
el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En
cierto modo nos dice: “He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero
amor hacia el prójimo, aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor
del mundo”. Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de
comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble,
que lo asemeja un poco más a Aquel que “se despojó de sí mismo tomando la
condición de siervo” (Flp 2,7). Así se forma la identidad, el verdadero nombre
del ser humano» (Viacrucis en el Coliseo, Viernes Santo de 2000; cit.
en p. 136)
.
Fray Luis de León, en su obra De los nombres de Cristo (Madrid
BAC 4.ª ed. 1957), dedica un capítulo al rostro de Cristo, a las “Faces de
Dios”, como él lo titula. Aunque ya en tiempo de fray Luis de León se
consideraba anticuado el plural “faces” en lugar del singular “faz”, el autor
se ajusta al plural hebreo panim. Un lugar bíblico fundamental para
Fray Luis es la bendición contenida en el libro de los Números: «Descubra
Dios sus Faces a ti y haya paz de ti. Vuelva Dios sus Faces a ti y dete paz» (p.
445). Con la traducción litúrgica actual: «El Señor te bendiga y te
proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en
ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). ¿Por qué podemos decir que
Cristo es el rostro, la cara, las faces de Dios? «Decimos que
Cristo-hombre es Faces y Cara de Dios, porque como cada uno se conoce en la
cara, así Dios se nos representa en Él y se nos demuestra quién es clarísima y
perfectamente. Lo cual en tanto es verdad, que por ninguna de las criaturas por
sí, ni por la universalidad de ellas juntas, los rayos de las divinas
condiciones y bienes relucen y pasan a nuestros ojos, ni mayores ni más claros
ni en mayor abundancia que por el alma de Cristo, y por su cuerpo, y por todas
sus inclinaciones, hechos y dichos, con todo lo demás que pertenece a su
oficio» (pp. 447-448). Recordemos unos versos de la Oda a la
Ascensión del mismo fray Luis de León: «¿Qué mirarán los ojos
/ que vieron de tu rostro la hermosura, / que no les sea enojos? / Quien gustó
tu dulzura, / ¿qué no tendrá por llanto y amargura?».
La Palabra hebrea “panim” significa ‘rostro,
faz, cara, semblante’. Las palabras “rostro” y “nombre” son antecedentes
bíblicos de lo que será en nuestra cultura “persona”. «Facies, animi
imago»; el rostro es imagen del alma, que resplandece en la mirada. «La
Faz de Dios es Dios mismo considerado como fuente de luz y benevolencia, de
irradiación y de revelación para el hombre. Dirigida a sus criaturas, esa
divina faz se hace palabra y mirada que suscita a su vez la palabra y la mirada
del hombre. Dios dirige su faz a quien ama y la desvía de aquel que le
desprecia, reniega y odia. Ese dirigir su faz es un acontecimiento creador,
sanador y esperanzador, mientras que la aversión del rostro divino lleva al
oscurecimiento y la pérdida de la vida verdadera» (Olegario González
de Cardedal, o. c., pp. 31-32).
La reflexión sobre la mujer que limpió el rostro de Jesús
manchado con sudor, lágrimas, sangre, salivazos, escarnio y humillaciones nos
conduce no solo a admirar el gesto valiente de la mujer Verónica que rompiendo
el cerco se abrió camino hasta Jesús, sino también y sobre todo a contemplar el
rostro del Señor que humillado no abría la boca, que nunca perdió la dignidad
del Justo injustamente condenado; del Hijo de Dios encarnado que no tenía
rostro humano (cf. Is 52,14; 53,2-3). Es al mismo tiempo un rostro que se
evita, y un rostro bello (cf. Sal 45,3) y majestuoso. Este rostro santo nos
mueve a desear ver el rostro del Dios invisible, por el que suspiramos como
Moisés: “Muéstrame tu rostro” (cf. Ex 33,11-23; Ex 24,16). Jesús «es
imagen del Dios invisible» (Col 1,15) y Rostro personal de Dios Padre.
13. ¿Cuál es la verdadera historia de Barrabas?
Ha sido recordado por generaciones como el gran
pecador cuya vida y libertad son intercambiadas por las de Cristo, quien es
condenado a morir crucificado.
La vida que el emblemático bandido y sedicioso
llevó después de ese dramático episodio es la protagonista de la miniserie que
History Channel lleva a las pantallas de toda Latinoamérica el domingo 13 y
lunes 14 de abril.
De acuerdo con History Channel, la miniserie
está basada en la novela del ganador del Premio Nobel de Literatura Par
Lagerkvist y cuenta la historia de redención de Barrabás, una historia que
comienza donde la narración bíblica deja al ladrón, cuando Poncio Pilatos se
lava las manos y sella el destino de Jesús.
La producción mostrará el camino que toma
Barrabás tras salvarse de morir y desarrolla cómo se ve obligado a reflexionar
sobre el significado de la redención por el resto de su vida.
Ese “resto de su vida” tiene un punto de
inflexión luego de la muerte de su esposa, asesinada por ser seguidora de
Jesús, y él debe luchar en la arena de los gladiadores en busca de su libertad.
Una vez libre, dedica su vida a adorar al
hombre que fue crucificado en su lugar.
Billy Zane, un prestigioso actor de Hollywood
que se dio a conocer mundialmente cuando interpretó al enemigo de Leonardo Di
Caprio en la mítica producción Titanic, ofreció declaraciones
al diario colombiano El actor narró a ese medio que en la interpretación fue
clave un diálogo con el director de la serie Roger Young. Juntos retrataron a
un hombre “atemporal y moderno en sus apetitos. Había que romper la austeridad
de lo sagrado”.
Zane optó por hacer un Barrabás único,
auténtico, sin dejarse llevar por lo hecho ya por Anthony Quinn en la cinta de
1961.
“Era inevitable no tener en cuenta los trabajos
previos, pero este Barrabás no viene de otro lugar diferente al de mis
entrañas. Este nuevo Barrabás es un ser de carne y hueso, que encuentra la
divinidad a través de un amor terrenal”.
Como suele ocurrir en la vida diaria con
millones de personas de antes y de hoy, Barrabás vive enfrentado a sus demonios
internos, se convierte al cristianismo y se transforma en discípulo de Jesús.
Así encarna esa particular dualidad del bien y el mal en la naturaleza humana.
“Su sicología era lo más interesante de
retratar, pues es la transformación de un hombre sin amor en un hombre
compasivo, de servicio”, destaca Zane.
Otro de los ángulos que veremos del mítico
personaje es su relación con su esposa Esther, interpretada por Cristiana
Capotondi. “Ella es la divinidad para Barrabás. Junto a Cristina creamos una
relación de pareja universal, llena de esa dinámica familiar que surge entre
personalidades opuestas”.
Agrega que la pareja dibujará todos los matices
posibles, “lo romántico, la negación, los celos, la pasión, la adicción, la
traición, la redención. En una palabra: amor”.
En otra entrevista publicada por The New York
Times, el actor asegura que la escena más compleja del rodaje, realizado en
Túnez, fue a no dudarlo la crucifixión pues, asegura que fue un hecho que se
dio con tremenda brutalidad hace 2.000 años y al verlo en retrospectiva, causa
mucha más repulsión porque ha sido una carga de cientos de años para la
humanidad.
En los tráilers que se han liberado sobre la
filmación, también se puede ver que hubo momentos hilarantes, a pesar de la
solemnidad, por decirlo de alguna forma, con que Zane y el resto del reparto se
tomaron su trabajo, en vista de todo el simbolismo que estaban representando.
Así, se ve cómo toda la escena dramática
grabada en una cárcel se derrumba cuando, en lugar de decir “Tú eres Barrabás”,
el rudo carcelero le espeta: “Tú eres Bárbara”.
Luego comentarían entre ellos y ante la prensa,
que al final grabar esa escena se volvió una pesadilla porque no había forma de
que el carcelero pronunciara correctamente “Barrabás”, hasta que la productora
se enojó y le dio un leve golpe en la cabeza.
14. Fariseos,
saduceos, esenios, ¿Quiénes eran esos grupos?
En
tiempos de Jesús, los más apreciados por la mayoría del pueblo eran los fariseos. Su nombre, en
hebreo perushim,
significa «los segregados». Dedicaban su mayor atención a las cuestiones
relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del
templo. Las normas de pureza sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para
ellos a marcar un ideal de vida en todas las acciones de la vida cotidiana, que
quedaba así ritualizada y sacralizada. Junto a la Ley escrita (Torah o Pentateuco),
fueron recopilando una serie de tradiciones y modos de cumplir las
prescripciones de la Ley, a las que se concedía cada vez un mayor aprecio hasta
que llegaron a ser recibidas como Torah oral, atribuida también a Dios. Según
sus convicciones, esa Torah oral fue entregada junto con la Torah escrita a
Moisés en el Sinaí, y por tanto ambas tenían idéntica fuerza vinculante.
Para una
parte de los fariseos la dimensión política desempeñaba una función decisiva en
su posicionamiento vital, y estaba ligada al empeño por la independencia
nacional, pues ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor
en su pueblo. A éstos se los conoce con el nombre de zelotes, que posiblemente se
dieron a sí mismos, aludiendo a su celo por Dios y por el cumplimiento de la
Ley. Aunque pensaban que la salvación la concede Dios, estaban convencidos de
que el Señor contaba con la colaboración humana para traer esa salvación. Esa
colaboración se movía primero en un ámbito puramente religioso, en el celo por
el cumplimiento estricto de la Ley. Más tarde, a partir de la década de los
cincuenta, consideraban que también había de manifestarse en el ámbito militar,
por lo que no se podía rehusarse el uso de la violencia cuando ésta fuera
necesaria para vencer, ni había que tener miedo a perder la vida en combate,
pues era como un martirio para santificar el nombre del Señor.
Los saduceos, por su parte,
eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos,
ricos y aristócratas. De entre ellos habían salido del inicio de la ocupación
romana los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes judíos
ante el poder imperial. Hacían una interpretación muy sobria de la Torah, sin
caer en las numerosas cuestiones casuísticas de los fariseos, y por tanto
subestimando lo que aquellos consideraban Torah oral. A diferencia de los
fariseos no creían en la pervivencia después de la muerte, ni compartían sus
esperanzas escatológicas. No gozaban de la popularidad ni el afecto popular del
que disfrutaban los fariseos, pero tenían poder religioso y político, por lo
que eran muy influyentes.
Uno de los
grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los esenios. Tenemos amplia
información acerca de cómo vivían y cuáles eran sus creencias a través de
Flavio Josefo, y sobre todo de los documentos en papiro y pergamino encontrados
en Qumrán, donde parece que se instalaron algunos de ellos. Una característica
específica de los esenios consistía en el rechazo del culto que se hacía en el
templo de Jerusalén, ya que era realizado por un sacerdocio que se había
envilecido desde la época asmonea. En consecuencia, los esenios optaron por
segregarse de esas prácticas comunes con la idea de conservar y restaurar la
santidad del pueblo en un ámbito más reducido, el de su propia comunidad. La
retirada de muchos de ellos a zonas desérticas tiene como objeto excluir la
contaminación que podría derivarse del contacto con otras personas. La renuncia
a mantener relaciones económicas o a aceptar regalos no deriva de un ideal de
pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con el mundo exterior para
salvaguardar la pureza ritual. Consumada su ruptura con el templo y el culto
oficial, la comunidad esenia se entiende a sí misma como un templo inmaterial
que reemplaza transitoriamente al templo de Jerusalén mientras que en él se
siga realizando un culto que consideran indigno.
Bibliografía:
Étienne Nodet, Essai sur les
origines du Judaïsme: de Josué aux Pharisiens (Editions du Cerf,
Paris 1992); Anthony J. Saldarini, Pharisees,
scribes and Sadducees in Palestinian society: a sociological approach (William
B. Eerdmans, Cambridge 2001); Francisco Varo, Rabí Jesús de Nazaret (B.A.C., Madrid,
2005) 91-97.
15 ¿Quiénes fueron
los Herodes?
Hijo de Herodes I el Grande y de la samaritana Maltace y hermano de Herodes Arquelao. Fue criado en Roma junto
con Arquelao y su hermano Herodes Filipo. A la muerte de su padre, Augusto le otorgó la tetrarquía de Galilea y Perea. Contrajo un escandaloso matrimonio con Herodías, esposa de su medio hermano Herodes Filipo. Para
poder casarse con Herodías, repudió a su esposa legítima, hija de Aretas IV, rey de los nabateos (reino árabe con capital en Petra).
Enfurecido, Aretas atacó a Herodes Antipas, y sólo la intervención del gobernador romano de Siria, Lucio Vitelio, evitó su derrota completa.
Herodes Antipas
continuó la labor constructora de su padre. Fortificó Séforis, haciendo de ella
su capital, hizo alzar la fortaleza de Bet-haram en
Perea y más tarde la ciudad de Tiberíades (que bautizó en honor del emperador Tiberio), a orillas del lago Genesaret, a donde trasladó
su capital (la ciudad dio su nombre al lago y fue durante
mucho tiempo un gran centro cultural judío). Al parecer por
instigación de Herodías, acudió a Calígula, recién nombrado
emperador, a reclamar la corona de Judea, en manos de su sobrino Agripa I. En respuesta,
Agripa escribió al emperador Calígula, acusando a Herodes de haber concertado
una alianza secreta con los partos contra Roma. Calígula entonces ordenó deportar a Herodes
Antipas y su mujer, en 39, a Lugdunum Convenarum (Saint-Bertrand-de-Comminges), donde Herodes
murió ese mismo año.
Desterrado a la
Galia. Cuando Cayo César (Calígula) nombró a Agripa I rey de la tetrarquía de
Filipo, Herodías, la esposa de Antipas, se lo reprochó a su esposo, diciéndole
que si no recibía rango real se debía tan solo a su indolencia. Razonó que como
ya era un tetrarca, mientras que Agripa no había tenido ningún puesto en
absoluto, debería ir a Roma y solicitarle a César la dignidad real. Antipas
acabó cediendo a la insistente presión de su esposa. Pero a Calígula le irritó
la ambiciosa solicitud de Antipas, y haciendo caso de las acusaciones de Agripa,
lo desterró a la Galia (a la ciudad de Lyon, Francia). Antipas finalmente murió
en España. Aunque Herodías podía haberse librado del castigo por ser hermana de
Agripa, no quiso abandonar a su esposo, quizás debido a su orgullo. A Agripa I
se le entregó la tetrarquía de Antipas y, después de su exilio, su dinero, así
como el patrimonio de Herodías. De modo que Herodías fue responsable de las dos
grandes calamidades de Antipas: su virtual derrota ante el rey Aretas y su
exilio.
Herodes Antipas
aparece en el Nuevo Testamento como el responsable de la ejecución de Juan el Bautista, a instigación de su esposa Herodías (Marcos 6:17–29, Mateo 14:3–12). En el Evangelio de Lucas, Jesús se presenta ante él y
sufre sus burlas (Lucas 23:6–12), en un encuentro que no relata ninguno de los
otros evangelistas.
NUESTRO PRÓXIMO ENCUENTRO SERA
EL 18 DE MARZO 2019
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