viernes, 4 de diciembre de 2020

SAN JOSÉ SEGÚN LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN


Tanto la genealogía de Mateo como la de Lucas establecen que José procedía de la casa y familia de David: Un hombre llamado José, de la casa de David (Lc 1, 27); y cuando el ángel le habla en sueños, se dirige a él con un título de nobleza: José, hijo de David (Mt 1,20).

Fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret (Lc 1, 26). Nazaret era en tiempos de José un humilde pueblecito poblado por agricultores y pastores, cuya reputación no era muy alta al tenor del dicho de Natanael: “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 12,46).
“Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta “ (Lc 2,3). En Nazaret, efectivamente, vivía José cuando se comprometió formalmente con María y no tenemos motivos para dudar de que naciera allí, o, al menos, de que pasara allí su infancia y su juventud.
¿No es (Jesús) el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?» (Mt 13, 55-56). Según un historiador que vivió en Palestina a comienzos del siglo II, Hegesipo, el cual pudo recoger su información allí mismo, José tenía un hermano llamado Cleofás; este tío de Jesús había esposado una María que el Evangelio designa como “hermana” de la Virgen, la cual era probablemente la madre de los cuatro varones a quienes el Evangelio llama “hermanos” del Señor (Santiago, José, Simón y Judas) y de tres hijas de nombre desconocido. Como es sabido, la expresión “hermanos y hermanas” de Jesús no tiene por qué asombrarnos, pues, el término “hermano” tiene en la Biblia un significado mucho más amplio que en nuestro idioma, porque el arameo y el hebreo no tienen palabras para designar a los primos y los sobrinos, utilizando la expresión “hermanos” para hablar de parientes cercanos.
JESÚS, EL HIJO DEL CARPINTERO
¿De dónde le vienen a éste (Jesús) tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? (Mt 13, 55). Tanto Mateo como Marcos al designar el oficio de José utilizan un término griego –tekton- cuyo sentido general es el de artesano-obrero. Las más antiguas tradiciones son casi unánimes, tanto entre los Padres de la Iglesia como entre los evangelistas apócrifos: José era “faber lignarus”, es decir, obrero de la madera, ebanista o carpintero.
San Ambrosio y Teófilo de Antioquía nos lo representan cortando árboles y construyendo casas, pero esas diversas afirmaciones no tienen nada de contradictorio. A un artesano de Nazaret le habría sido imposible especializarse, pues no habría tenido suficiente trabajo; se dedicaba, pues, a realizar tareas diversas, entre las cuales las de carpintería y ebanistería parecen haber sido las principales.
En el siglo II, hacia el año 160, el filósofo San Justino, mártir, escribía: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos». San Justino había nacido en Samaria, concretamente en Naplusa, la antigua Siquem; así pues, había podido recoger testimonios procedentes de la vecina Galilea. Ahora bien, los arados de aquella época, como los actuales, llevaban una reja de hierro que el carpintero se encargaba de forjar personalmente, lo que muy probablemente le obligaba a completar su oficio con el de herrero. Los habitantes de Nazaret solicitarían con frecuencia sus servicios; cuando algo se rompía o necesitaban algo repetirían lo que el Faraón decía refiriéndose a su primer ministro: “Id a ver a José”.
“JOSÉ, COMO ERA JUSTO…” (MT 1, 19)
La palabra justo, en el lenguaje bíblico, designa el ideal de la rectitud moral. El conjunto de todas las virtudes. El justo del AT es el mismo que el Evangelio llama santo. Justicia y santidad expresan la misma realidad. El retrato del justo se esboza sobre todo en los Salmos. A José en cuanto hombre justo se le podía aplicar a la letra lo que Jesús dijo en su oración al Padre: Yo te bendigo (…) porque has ocultado estas cosas a los sabios y los prudentes y se las has revelado a los humildes (Mt 11, 25; Lc 10, 21).
Dice la teología que siempre que Dios confía una misión a un hombre, le da las gracias necesarias para que la realice. José era justo ante Dios y ante los hombres. Dios había llenado a José de justicia, de sabiduría y santidad, para ser esposo de María y para educar adecuadamente a Jesús, el cual debería ir creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Todos los justos, en aquella época, sabían que se aproximaba el tiempo en que se manifestaría Dios, y repetían las palabras del profeta: Cielos, derramad vuestro rocío, y que las nubes destilen al justo; ábrase la tierra y germine el Salvador (Is 45, 8); tanto más cuanto que todos los signos anunciaban como inminente la venida del Mesías. Era este el sentir común de los hombres religiosos del momento (cfr. Simeón y profetisa Ana).
LA PROMETIDA DE JOSÉ
“Y el nombre de la Virgen era María…” (Lc 1, 26); “Estando desposada María, su madre, con José…” (Mt 1, 18).
José tendría que ser joven cuando decide celebrar los esponsales con María, es fantasioso pensar en un José anciano. Un israelita solía casarse alrededor de los dieciocho años. Algunos documentos de la iconografía antigua (catacumba romana de San Hipólito y sarcófago de San Celso en Milán) le muestran joven.
Entre los judíos, las transacciones que precedían a los esponsales constituían, por parte de los parientes, una especie de chalaneo. Discusiones interminables trataban de precisar minuciosamente la aportación recíproca de los prometidos. No sabemos el lugar en el que se desarrollaron las ceremonia; asistirían todos los parientes. José y María tendrían que revestirse de una larga túnica. María daría a José la mano, José pondría en su dedo el anillo de oro —símbolo de alianza y de posesión—, diciendo: “Por este anillo, quedas unida a mí, ante Dios, según el rito de Moisés “. Luego, entregaría a su prometida el acta del contrato, así como el denario de plata que representaba su dote o su viudedad. Ya se pertenecían. Entre los hebreos, los esponsales tenían el mismo valor, en la práctica, que el matrimonio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario